En los barrios, apuntaron, la imagen de pibes fumando cocaína en pipas de fabricación casera, elaboradas a partir de caños de cobre (como la que ilustra esta nota) pero también de vidrio, de aluminio o de plástico, es cada vez más frecuente.
El panorama, en datos
El uso de cocaínas fumables en Rosario se consideró siempre residual. El Observatorio Argentino de Drogas publicó su último estudio sobre el uso de sustancias psicoactivas hace cinco años. El trabajo apenas registra pequeños porcentajes de consumo de pasta base (0,6 %) o crack (0,2 %) en la población de la provincia.
Las cifras contrastan con los consumos de alcohol y tabaco. De acuerdo a la encuesta, el 46,6% de la población en Santa Fe fumó alguna vez en la vida y el 81,3% tomó alguna bebida alcohólica. Sobre el consumo de drogas ilícitas, el 18,4% de los santafesinos reconoció haber probado alguna vez alguna droga ilícita y de ellas, las que tienen mayor prevalencia son marihuana (17,4%), analgésicos opiáceos sin prescripción médica (7,2%), cocaína (6,4%) y tranquilizantes sin prescripción médica (3,9%).
La última revista de la Asociación Médica Argentina dedica un artículo completo al crecimiento del consumo de paco. Sus autores, investigadores del Conicet y de la UBA, afirman que "esta droga genera numerosos daños físicos, psicológicos y amplifica la vulnerabilidad social en los adictos crónicos", y señalan el desafío que demandan los tratamientos. "Resultan fundamentales la tarea de grupos multidisciplinarios y una política de estado activa, eficiente y accesible a todos los usuarios", se lee.
En las oficinas de la Aprecod reconocen que en los relatos que manifiestan las personas que demandan atención se observa "un deterioro más grande y un consumo más riesgoso en los territorios" y que después de la pandemia se recibieron más consultas de usuarios de cocaínas fumadas.
"La pandemia, en sí, incrementó los niveles de consumo en general. Vamos a tener mejores datos con una encuesta nacional que están desarrollando el Indec y la Sedronar, pero estamos viendo más consultas por el consumo de cocaína fumada. Es un dato nuevo que antes no se observaba tanto", apunta Camila Bettanin, subsecretaria de la Aprecod.
Para los profesionales de la agencia, el crecimiento de este tipo de consumos está íntimamente atado a la crisis económica. En los búnkers de los barrios, las dosis son mucho más baratas que otras sustancias, como la cocaína.
Esta realidad representa un desafío a las políticas de salud. "Un mayor consumo de cocaína fumada genera más demanda de atención y más tratamiento, porque es una sustancia que genera mucha dependencia", advierte y destaca que como respuesta a esta situación se intensificaron los tratamientos y se triplicaron los actores que pueden abordar esta temática. La Aprecod tiene una línea de consultas gratuita, el 0800-345-5640, que funciona de lunes a lunes, de 8 a 12, y un centro de atención en España 1455, al que se puede concurrir sin turno previo.
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La droga de los pobres
El consumo de cocaínas fumables no es un fenómeno nuevo. Se estableció hace décadas, sobre todo en las grandes ciudades de América latina. En los asentamientos de la ciudad de Buenos Aires, el paco se coló en las calles a partir de la crisis del 2001. En Rosario, el primer secuestro oficial de esta droga se produjo en abril de 2020, en dos allanamientos que realizaron agentes de la Policía Federal en puestos de venta de Empalme Graneros.
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En abril de 2010, la policía Federal anunció oficialmente el primer secuestro de paco en la ciudad. Fueron 511 dosis de aproximadamente un gramo y medio cada una que en la zona noroeste se vendían a 2 pesos la unidad.
Ninguna de las fuentes consultadas para este informe pudo precisar cuál es la sustancia que se fuma en Rosario. Para Silvia Inchaurraga, directora del Centro de Estudios Avanzados en Drogadependencias y Sida (Ceads), este es uno de los primeros obstáculos con que tropieza el abordaje del problema.
"Hay que insistir en la necesidad de investigación en el tema, porque hay un aumento en el consumo de estas sustancias, que se verifica en relatos de la clínica y de las intervenciones de reducción de daños que realizamos, pero desconocemos su composición", remarca.
Es por esto que es imposible intervenir adecuadamente. "Hoy el estado de la ciencia y la tecnología permitiría trabajar en la composición de los materiales adecuados para reducir daños inherentes a estas prácticas, pero no se está haciendo. El Estado sigue escondiendo el tema bajo la alfombra", considera.
Desde los 90, el Ceads impulsa programas de reducción de daños en relación al VIH y el uso de drogas inyectables, como la distribución de jeringas. En los 2000 diseñaron "sniff kits" con el cual buscaban evitar que se comparta el material para aspirar cocaína y en 2020 pusieron en marcha acciones de testeo de pastillas en fiestas electrónicas.
Actualmente, en el centro de estudios están trabajando en la posibilidad de distribuir pipas adecuadas para reducir daños entre los usuarios de cocaína fumada, como se hace en Brasil desde hace diez años. "Pero esto solo no es suficiente, necesitamos que se realice investigación sobre qué es lo que se consume, que existan políticas de reducción de daños en intervenciones barriales, y que se formen profesionales. Porque hoy día hay más suposiciones que certezas", advierte.
Inchaurraga señala que las cocaínas fumadas son muy tóxicas, ya que se producen con una gran cantidad de adulterantes "en un intento de maximizar la rentabilidad del negocio, que expone a los usuarios cada vez a mayores riesgos", y que si bien se usan en todas las clases sociales, se extienden sobre todo en barrios vulnerables, donde las condiciones de marginalidad y aislamiento son tanto causa como efecto del consumo.
"Las drogas de la pobreza tienen en común, indudablemente, el requerimiento de la articulación del abordaje del consumo con las políticas públicas y las políticas sociales. La desnutrición, la falta de contención y de presencia del Estado, y en general las necesidades básicas insatisfechas, tienen un lugar clave, no siempre visibilizado", destaca.
El consumo en contextos de crisis
"No hay datos concretos científicamente construidos que nos permitan afirmar que hay un crecimiento en el consumo de cocaína fumable", advierte Varinia Drisun, coordinadora de La Estación, un espacio que surgió en la órbita de la Secretaría de Salud del municipio para abordar las problemáticas de adicciones.
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La Estación se inauguró en julio de 2016. Durante el primer año asistió a 734 personas, desde adolescentes de entre 13 y 14 años hasta adultos de 60.
Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Pero también destaca que hay una percepción de que estas sustancias, "cocaínas de baja calidad, distintas a la que acceden los sectores más pudientes", están circulando más en los barrios. "Hay un acceso al consumo importante y una preocupación enorme de las comunidades", destaca.
Para Drisun, el consumo de estas sustancias suele incrementarse en contextos de crisis. "Un contexto social, político y económico adverso genera un mayor sufrimiento", afirma y destaca que muchas veces las sustancias llegan para calmar ese dolor.
"Muchas veces se usan para olvidarse del hambre", destaca y en esto, dice, Rosario no se desmarca de lo que sucede en las grandes ciudades de América latina, "donde acceder a sustancias de baja calidad es más fácil que al sistema educativo, sanitario o a un plato de comida", señala la coordinadora de la entidad que tiene su sede en Gálvez al 800, frente al parque Irigoyen.
Fabián Belay está al frente de la Comunidad Padre Misericordioso, una institución de la Iglesia Católica que cuenta con 5 centros de asistencia terapéutica y 16 centros de prevención de adicciones presentes en doce barrios del Gran Rosario. El sacerdote participa del movimiento "Ni un pibe menos por la droga", que este año organizó una marcha nacional para reclamar políticas públicas de asistencia y prevención.
Para el sacerdote, el aumento de los niveles de consumo, la aparición de drogas de mayor toxicidad y la baja edad de los usuarios son "como una pandemia dentro de la pandemia".
Según explica, la ausencia de instituciones durante el período de aislamiento profundizó los riesgos. "Durante el aislamiento, las escuelas, los clubes y otras instituciones estuvieron cerradas, y los niños, las niñas y los adolescentes quedaron a la deriva, a merced de la calle, y esa falta de institucionalidad hizo que se fortalecieran otros actores, asociados al consumo", describe y señala que en los barrios donde trabaja "se ven chicos que a los diez o doce años están fumando cocaína".
"Este tipo de consumo no era tan masivo en edades tan pequeñas", se lamenta.
Por eso, insiste, es necesario crear nuevos espacios de contención y fortalecer lo que ya se está haciendo. "No podemos cerrar las escuelas en verano, es necesario que estén abiertas, que tengan piletas, que tengan actividades deportivas, recreativas, sobre todo en aquellos barrios donde se incrementaron los índices de violencia".
Zonas donde, advierte, la presencia del Estado es escasa: "Son lugares donde no llegan los servicios básicos y están fuertemente atravesados por las violencias, las armas, el narcomenudeo y la falta de instituciones que puedan acompañar lo que las familias no pueden dar".