El Papa Francisco aparece, tras casi cuatro años de pontificado, como un reformador que seduce a un gran público pero indispone al sector más conservador de la Iglesia católica.
El Papa Francisco aparece, tras casi cuatro años de pontificado, como un reformador que seduce a un gran público pero indispone al sector más conservador de la Iglesia católica.
Mientras avanza su pontificado, parece impulsado por una urgente misión: incitar a una Iglesia desertada por los fieles en algunos países a acompañar con misericordia a los católicos en situación irregular. "Se puede hablar de una revolución, en la estela del concilio Vaticano II" (1962-1965), que abrió la Iglesia al mundo moderno, asegura a la AFP el vaticanista Marco Politi.
"Es un gran reformador que intenta sacar a la Iglesia de su obsesión histórica sobre los tabúes sexuales", resume. Es el primer Papa en haber invitado a un transexual al Vaticano, y se niega a condenar a los homosexuales. Pero en el plano doctrinal no cambió nada.
El argentino fue elegido, entre otras cosas, para proseguir la reestructuración económica de la Santa Sede iniciada por Benedicto XVI, con el cierre de cuentas sospechosas en el banco del Vaticano, acusado de blanqueo de dinero sucio.
Pero sus detractores conservadores esperan el final de su pontificado. El último incidente fue una carta de cuatro cardenales expresando "dudas" sobre un texto de abril en el que Francisco —aún sin cuestionar el dogma del matrimonio indisoluble— abre un acceso a la comunión para ciertos divorciados que volvieron a casarse civilmente.
El Papa suscita en cambio un amplio consenso entre los fieles, y también entre algunos agnósticos y no creyentes. No es así en ciertos círculos eclesiásticos, confirma Politi: "¡Veo una guerra civil en el interior de la Iglesia!". "El objetivo no es dar un golpe de Estado, sino de hipotecar la sucesión. Es como el Tea Party, que ha pasado años saboteando la autoridad de Obama, y ello ha tenido un efecto en la elección de Trump", concluyó.