Viernes 02 de Enero de 2009
Finalmente y tal como fue anunciado hace algunos días ya está funcionando el contador de muertes,
del polémico artista español Santiago Sierra, en la fachada de la aseguradora Hiscox, en Londres.
La obra consiste en un marcador electrónico que va sumando las muertes que se producen en el
mundo por cualquier causa, durante el transcurso de un año y comenzando desde las primeras horas de
2009.
Pero no se trata de un artefacto de interacción con el mundo, ya que no toma los datos del
tiempo real sino de la estadística.
La manera de contar los muertos se realiza a partir de una proyección demográfica elaborada
por el servicio del censo de Estados Unidos, que en la actualidad calcula que cada año mueren en el
mundo 55 millones de personas, a un ritmo de casi dos personas por segundo.
La compañía de seguros ha pagado al artista por el préstamo de esta instalación con una
póliza de 150.000 euros, pagadera a la muerte de Sierra pero sólo si fallece durante el año en el
que el contador de muerte está brillando sobre su fachada.
Precisamente por la manera en que la obra Death counter ha sido retribuida explora el precio
del arte y las diferencias en la valoración económica del trabajo de un artista si está vivo o está
muerto.
También provoca una reflexión sobre el valor de las muertes y cómo estas, por mediación del
ahorro y las aseguradoras, se convierten en dinero.
Un portavoz de la compañía celebró la obra por su original mirada sobre los temas muerte y
dinero.
El trabajo de Sierra se caracteriza por mezclar diferentes expresiones artísticas, como la
fotografía, escultura y performances, las que expresan los problemas sociales vividos por quienes
son excluidos del sistema.
En 2003 montó para la Bienal de Venecia un recinto cerrado al cual, sarcásticamente, sólo
podían acceder personas con cédula de identidad española. El objetivo era lograr que las personas
tomasen conciencia sobre la xenofobia y el racismo.
En marzo de 2006 Sierra provocó indignación con una instalación en la ex sinagoga de
Pulheim-Stommeln, pues le conectó el tubo de escape de un automóvil. "Con la obra buscaba llamar la
atención sobre la banalización de la memoria del Holocausto", explicó.