El ciempiés es una especie de gusano que Dios se esforzó en hacerlo un tanto feo y cruel pero no sabemos si tan cruel como el hurón; sin embargo, ninguna de esas creaciones llegaron a ser tan crueles como el hombre, a quien el Creador le dio la posibilidad de elegir, tornando entonces en ilimitada su capacidad para la crueldad. Pero también Dios dio formas del amor que a la vejez uno experimenta en decadencia física, un juego de la naturaleza que no nos tiene en cuenta para nada.
Puede darnos la belleza en sus formas extremas al mismo tiempo que los desastres más ominosos que el hombre suele registrar cada vez con mayor morbosidad y deleitarse en ella una forma que también es una forma de crueldad acaso más refinada, al mismo tiempo que mucho más plena en su horror.
Dios no es cruel, aunque es misteriosa su forma de actuar y no podemos saber nada de ella. Las preguntas que se hagan no tienen respuesta alguna. Uno de los atributos de la Divinidad es el silencio.
Impresiona que Dios, por lo menos según las religiones monoteístas, no conteste las plegarias. Soy de los que cree que el silencio es una contestación. Los detalles que pueden hacernos pensar en la crueldad de Dios han sido descriptos por los hombres. Digamos, nos parece cruel lo que pasó en Sodoma y Gomorra, y los textos bíblicos señalan que fue Dios el responsable de esas destrucciones. Pero ¿Sera así?
Los primeros libros del Antiguo Testamento fueron escritos aparentemente por Moisés, hay discusiones al respecto, pero con seguridad pensamos que no lo escribió Dios. ¿Lo inspiró? Puede ser, ya que la Biblia, tiene muchas formas de lectura y muchas interpretaciones. Esencialmente podemos diferenciar entre la Biblia desde el punto de vista del judaísmo y aquella que pone el acento en los evangelios que cuentan la vida de Jesús.
De cualquier manera esto no pretende ser una reflexión sobre la Biblia en sí, tan llena de metáforas, muchas de ellas verdaderamente bellas y misteriosas. Lo que queremos apuntar es que los primeros hombres que escribieron aquellos libros sagrados fueron inducidos por un verdadero conocimiento de lo que era la maldad y la crueldad. La describían con lujo de detalles.
Es cierto que en algunos libros del Viejo Testamento surge el amor de una manera realmente humana, por más que se busquen argumentos que tratan de convertirlo en un símbolo religioso. El Cantar de los Cantares es ante todo un poema y creo que no es fácil pensar que el mismo que destruyó dos ciudades, que envió el diluvio universal, que confundió los idiomas en la torre de Babel, es el mismo inspirador de un poema tan pleno de amor como el Cantar de los Cantares.
En realidad, queríamos hablar de la crueldad y el horror como formas de la creación humana. Es común que el hombre sienta una extraña predilección por todo aquello que le recuerda o que le muestra la crueldad que tenemos y hasta qué punto podemos llegar en esa crueldad.
En el cine, en las novelas, en todas las formas de expresión que el artista usa, surge con frecuencia el tema de la crueldad y sus misteriosos modos de actuar. Un ejemplo, trivial tal vez, en un film de Hitchcock, los pájaros atacan a los seres humanos sin explicación alguna para que eso ocurra. Daba miedo esa película; ahora se la puede ver como un documento de la calidad cinematográfica del mencionado director.
Lo mismo pasa con la permanencia de Drácula y de otros vampiros con otros nombres en la televisión, en el cine y en los libros actuales. Parece que a los más jóvenes sobretodo, les atrae ese tema. Y por televisión se llegan a sorprendentes casos de estupidez que nadie puede comprender, salvo los mismos vampiros, qué es lo que pasa, qué es lo que significa.
En un libro de José Ovejero, encontramos sus reflexiones sobre lo que él llama "La ética de la crueldad".
Como un espectáculo. En el prólogo de ese libro se sostiene: "Estamos acostumbrados a ser testigos de violencias extremas, torturas, violaciones y humillaciones en todas las formas del arte. A menudo la crueldad allí desplegada se nos presenta como espectáculo. Sin embargo, hay una crueldad que no satisface el morbo del espectador ni corteja sus valores, sino que lo confronta con sus hipocresías y sus miserias. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, aunque a veces tenga que agredirle para ello: no le ofrece certidumbres sino lo contrario. Este libro defiende una literatura contraria a la cultura del espectáculo y a la asepsia posmoderna, una literatura que aborrece lo inocuo y lo complaciente. José Ovejero ilustra su propuesta teórica con una original exploración de novelas de Bataille, Canetti, Luis Martín-Santos, Cormac McCarthy, Onetti y Jelinek, autores crueles cada uno a su manera. Después de leerlos, no se puede seguir viviendo como antes de hacerlo. Y lo mismo le sucederá a quien lea este ensayo".
En el último párrafo del primer capítulo de su ensayo, Ovejero apunta: "Puede entonces que no estuviera escribiendo estas páginas si mi memoria no contuviese esa carga de imágenes y sensaciones, si los desastres de la guerra y el toro desangrándose en la arena, el ojo seccionado en blanco y negro y el ciego descalabrado, las manos hinchadas de los empalados y las constantes palizas que recibe don Quijote no se hubiesen ido asentando en mi gusto o disgusto estético, en la manera en que al contemplar la realidad tiendo a descubrir en ella lo monstruoso y lo realidad tiendo a descubrir en ella lo monstruoso y lo sensato. Hábito intelectual y emocional que se refleja en mi literatura y que es indudablemente el motor de este ensayo".
Ovejero es sumamente claro en el análisis; la conducta humana, con la cual se juzgan los actos de crueldad, suele ser abominablemente ambigua. Por ejemplo, aunque parezca irreal, la crueldad del nazismo, suele negarse. El exterminio de un pueblo fue por sus características, un hecho único en la historia y como tal debe verse.
Un caso particular: un gran filósofo del siglo pasado, Louis Althusser, mató a su mujer, pero para conocer esa escena del crimen es indispensable consultar el estupendo libro de Elisabeth Roudinesco, "Filósofos en la tormenta". Recordamos este libro, porque la autora, comenzó su ensayo diciendo que Alfred Hitchcock filmaba las escenas de crimen como si fueran escenas de amor y las escenas de amor como si fueran escena de crimen.
Después de mencionar algunas de las películas de Hitchcock se refiere al libro que comenta "El porvenir es largo", que es la autobiografía de Althusser. En ella, el filósofo, tomó la decisión de reconstituir la escena del crimen. Lo hace inspirado en la historia del criminal japonés Issei Sagawa. Este había descuartizado a una joven holandesa y luego se la había comido. En Francia fue considerado un acto de demencia por lo cual no se lo juzgó, pero debió seguir un tratamiento psiquiátrico. Después volvió a Japón y por extraño que parezca fue liberado y declarado normal. Hizo carrera como actor de películas pornográficas y fue autor de libros. Dijo que la joven holandesa no había sufrido y que la antropofagia era un acto de amor.
Lo que queremos destacar, ya que sería muy extenso contar los detalles, es una actitud tan diferente en dos países civilizados aunque con una tradición cultural distinta.
Es esto lo que nos permite decir que la crueldad nada tiene que ver con Dios, sino meramente con lo humano. Muchos otros ejemplos harían más clara esta opinión.