La Justicia brasileña ordenó vaciar una usina hidroeléctrica en el sureste del país para que pueda contener desechos de minería en caso de que se rompa un tercer dique de contención de residuos tóxicos, tras el colapso de otros dos que causaron la muerte de 13 personas en noviembre último, indicó hoy la agencia estatal de noticias ABR.
La usina hidroeléctrica Risoleta Neves de Santa Cruz do Escalvado, en el Estado de Minas Gerais, será vaciada ante la eventual rotura del dique Germano, ubicado cerca de los dos que cedieron el pasado 5 de noviembre y provocaron la mayor tragedia ambiental de la historia del país, con trece personas muertas y otras nueve desaparecidas.
La decisión judicial responde a una acción ambiental presentada por el Ministerio Público (Fiscalía) de Minas Gerais y por la gobernación de ese estado.
El Consorcio Candonga, que administra la usina Risoleta Neves, precisó que aún no fue notificado sobre la orden judicial, cita el informe de ABR y agrega que luego del accidente redujo el volumen de agua acumulado en su depósito, y que desde ese día la generación de energía en esa usina está suspendida.
Tras la rotura de los diques, que liberaron un torrente de 62 millones de metros cúbicos de lodo mezclado con metales pesados, desechos tóxicos, “la usina accionó inmediatamente su plan de emergencia y está liberando el agua del tanque de manera controlada”, indicó la empresa.
El Consorcio está formado por la Compañía Energética de Minas Gerais (Cemig) y por la gigante brasileña Vale, empresa minera que junto a la anglo australiana BHP Billiton controlan a Samarco, responsable por los diques rotos.
La acción judicial se originó a partir de un informe de Samarco que días después del accidente admitió la posibilidad de que otros diques también cedieran.
El juez Michel Curi e Silva, quien ordenó el vaciamiento de la hidroeléctrica, intimó además a Samarco a presentar en un plazo de tres días un estudio y un plan de emergencia para poner en marcha en caso de que ocurra otro accidente.
La riada contaminada recorrió unos 800 kilómetros desde la ciudad de Mariana, en Minas Gerais, hasta el estado vecino de Espíritu Santo, donde se adentró en el mar. En el camino afectó al río Doce, una de las principales cuencas hidrográficas del país, hizo desaparecer casi por completo a un pequeño poblado y devastó la fauna y la flora que halló a su paso.