El Papa Francisco instó ayer a los habitantes de Nápoles a reaccionar contra la Camorra y el "cínico comercio de la droga", y desde el barrio Scampia, símbolo de todos los males que aquejan a esa ciudad, clamó contra la corrupción, que "apesta y roba la esperanza" a generaciones enteras.
El Papa fue acogido triunfalmente por cientos de miles napolitanos en todos los lugares que visitó, aunque quiso detenerse en dos sitios emblemáticos: el barrio pobre y minado por la mafia de Scampia y la superpoblada cárcel de Poggioreale, donde almorzó con 120 detenidos, transexuales y emigrantes.
Desde Scampia, rodeado de miles de personas, entre ellas numerosos niños, el Papa lanzó uno de sus discursos más duros y directos contra los grandes males de Italia: corrupción, desempleo y abandono de los migrantes.
En un discurso apasionado, de los seis programados durante su permanencia de un día, el Papa invitó a los napolitanos "a no dejar que la corrupción y la delincuencia desfiguren el rostro de esta bella ciudad".
"La vida en Nápoles nunca ha sido fácil, pero tampoco ha sido nunca triste. Vuestro gran recurso es la alegría", dijo desde el barrio que registra el récord de desempleo de Europa (61 por ciento), dominado por la temida mafia napolitana.
"Aquí se ha intentado crear una tierra de nadie, para arrancar todos los valores. Un territorio en manos de la llamada microviolencia. Siento vivamente este drama", reconoció el Pontífice.
"Los que transitan la vía del mal, roban un pedazo de esperanza, a sí mismos, a la sociedad, a tanta gente honesta, a la buena reputación de la ciudad, a su economía", explicó.
"La corrupción apesta, la sociedad corrupta apesta, como apesta un animal muerto", insistió Francisco en la plaza Juan Pablo II del barrio de Scampia, bautizada así en homenaje al Papa polaco que la visitó en 1990.
Francisco, que quiso animar a la gente a mantener la esperanza, que se tomó selfies con algunos, pidió a los jóvenes que elijan el camino de la educación e invitó a los napolitanos a acoger a los migrantes.
"Todos somos emigrantes. La palabra emigrante la llevamos escrita en la carne", dijo emocionado.
"Queridos napolitanos, no se dejen robar la esperanza", clamó en varias ocasiones.
.
"Conviértanse". Con tono más solemne, durante la misa oficiada desde la céntrica e inmensa plaza del Plebiscito, rodeado de fotos de los santos napolitanos, el Papa clamó contra los mafiosos.
"Reaccionen con fuerza contra una organización que explota y corrompe a los jóvenes, a los pobres y frágiles con el cínico comercio de la droga", instó ante miles de personas. "A los criminales y a sus cómplices, como hermano, les repito: ‘Convertíos al amor y a la justicia'", lanzó.
Recibido a la entrada de Poggioreale con el célebre canto de "Oi vita, oi vita mia", el Papa almorzó y conversó con un grupo de 120 detenidos, entre ellos varios latinoamericanos y una decena de transexuales.
"En la cárcel descubrí a Dios a través de la catequesis, la misa y su libro Mente abierta, corazón creyente", le confesó el argentino Claudio.
"Ni las rejas de la cárcel logran alejar el amor de Dios. Aún si hemos cometido errores, el Señor no deja de indicarnos el camino de regreso", dijo el Papa que permaneció una hora y media.
Antes de visitar Scampia, el Papa Francisco estuvo en el santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya, muy venerada por los habitantes de la región.
El Papa Francisco reconoció en Nápoles que realizó "a medias" el milagro de la licuefacción del sangre de San Genaro, un rito popular que se repite anualmente desde hace 400 años con ocasión de la fiesta del patrono de la capital del sur de Italia.
"El obispo asegura que la mitad del sangre se licuó. Se ve que el santo nos ama a medias. Tenemos que convertirnos más para que nos ame más", comentó con humor el Papa tras besar la reliquia ante numerosos religiosos y un grupo de monjas de clausura que obtuvieron permiso para asistir al evento en la catedral.
Los napolitanos se preguntaban desde hace varios días si Francisco podría hacer ese milagro que ha ocurrido solo una vez, en 1848, ante la presencia de un pontífice.
Cuando Juan Pablo II y Benedicto XVI visitaron Nápoles no se realizó el milagro.
Francisco puede ahora proclamarse amado a medias por el santo napolitano y ser comparado con otro argentino venerado, Diego Armando Maradona, que logró que el club de fútbol de la ciudad ganara el primer campeonato nacional de su historia.
"Se nota que San Genaro y Nápoles aman al Papa, la mitad del sangre de la cápsula se licuó", aseguró visiblemente satisfecho el cardenal napolitano Crescenzio Sepe, al exhibir la ampolla que contiene la sangre del mártir italiano del siglo IV y que se conserva en la catedral.
El Papa llegó hasta Nápoles luego de rezarle a la imagen de la Virgen del Santuario Mariano de Pompeya, desde donde llegó en helicóptero. Y tuvo una recepción triunfal al desplazarse en Papamóvil hasta la plaza principal de Scampia, a pocos metros de "Le Vele", los edificios símbolo de la decadencia de esa periferia famosa por el libro sobre la camorra "Gomorra", de Roberto Saviano.
"¡Viva el Papa! ¡Viva Jesús!", gritaba la multitud al paso del Papa, mientras agitaba banderitas del Vaticano amarillas y blancas, entre las cuales se destacaban varias argentinas.
El Papa atravesó una ciudad blindada pero en júbilo y eufórica ante su paso. Recorrió en Papamóvil un trayecto de 25 kilómetros en medio de un imponente dispositivo de seguridad que incluyó 3.000 hombres y francotiradores en los techos.
Durante la misa que celebró en la Plaza del Plebiscito, tuvo palabras de aliento. Y fue más allá porque llamó a la camorra a la conversión ante las 20.000 personas presentes en la plaza, pero muchísimas más en las zonas adyacentes, en las que habían colocado pantallas gigantes.