Hace 15 años moría Osvaldo Soriano, un escritor celebrado cuyo mito se asienta en costumbres noctámbulas, pasión futbolera, fervor peronista y en ser “un grande, como (Roberto) Arlt y como (Julio) Cortázar, que fundó su propio lenguaje y su propio reino de imaginación”, como lo definió Tomás Eloy Martínez.
Soriano era un escritor al que no le interesaba el mundo de las letras, “si a mí nunca me interesó la literatura: yo siempre fui escritor”. Será por esa poca convencionalidad que "recién a los diecinueve o veinte años" se sumergió en ese lenguaje, luego de dejar a un lado su carrera futbolística, una de sus mayores pasiones.
Fanático de San Lorenzo, noctámbulo, amante de los gatos, acompañado por un cigarrillo y sin estudios secundarios completos, el autor de "No habrá más penas ni olvidos", formó parte de la redacción del diario Página/12 en donde por años la contratapa se vistió con sus columnas y el día de su muerte, abandonadamente, se tituló “Solos”.
Soriano nació en Mar del Plata en 1943 pero antes de recalar en Tandil, donde transcurrió gran parte de su adolescencia, pasó junto a su familia una infancia errante, deambulando por pueblos de provincia tras los destinos laborales de su padre.
Tal vez el nomadismo de su niñez fue decisivo para esa suerte de “orad-novel” o novela de carretera poblada de perdedores extraviados que recreó en “Una sombra ya pronto serás”. Abandonó la secundaria en tercer año y cumplidos los 26 se trasladó a Buenos Aires para integrarse a la revista Primera Plana, a partir de lo cual comenzaría su infatigable escarceo con el periodismo.
Sus primeros encuentros con la literatura, ya entrado en la juventud, fueron a través de la escritura de cuentos y crónicas. Uno de sus primeros relatos se lo envió a Julio Cortázar, cuya respuesta fue el cuento “Flores amarillas” y “un abrazo Julio”, lo que Soriano interpretó como un “`íBestia, aprendé´”; algo que quedó desmentido por su intensa relación de amistad.
Paradigma del narrador forjado en redacciones periodísticas, dueño de un estilo fluido, directo y eficaz, Soriano dedicaba su tiempo libre a fabular historias -fueron célebres sus dotes de narrador oral- y a cultivar su fervor por el club San Lorenzo.
El Gordo, como lo llamaban sus amigos, publicó su primera novela “Triste, solitario y final”(1973), una especie de policial absurdo, protagonizado por Stan Laurel, Philip Marlowe y un Soriano de ficción, que gozó de muy buena recepción y fue traducida a una docena de idiomas.
Sus ideas, un “militante de izquierda independiente” como se definía, lo forzaron al exilio durante la última dictadura militar (1976-1983), primero en Bélgica -donde conoció a su esposa Catherine- y luego en París. “En esos años vergonzosos se impusieron los valores del éxito a cualquier costo por sobre la idea de felicidad compartida”, advertía Soriano.
Por entonces se publicó su segunda novela “No habrá más penas ni olvido” (1978), un volumen que refleja en forma directa el escenario político de los 70 y las luchas internas del peronismo; fue llevada a la pantalla grande por Héctor Olivera.
En las páginas de “No habrá más penas ni olvido”, escrito en Argentina pero publicado en el exilio, uno de sus personajes pronuncia la reconocida frase: “Si yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Así también, el propio escritor relataba sus coqueteos con el movimiento encabezado por Juan Domingo Perón.
“Sus libros no se parecen a lo que se llama literatura política, pero retrató al peronismo de los 70 como nadie en las letras del país, con un militante a cada lado de la escopeta”, lo elogió el periodista Horacio Verbitsky.
Con la vuelta de la democracia, Soriano regresó al país y continuó con su carrera literaria, publicando las novelas “A sus plantas rendido un león” (1986), “Una sombra ya pronto serás” (1990), “El ojo de la patria” (1992) y “La hora sin sombra” (1995), y luego fue distinguido con el Raymond Chandler Award. En tanto, “Artistas, locos y criminales” (1984), “Rebeldes, soñadores y fugitivos” (1988), “Cuentos de los años felices” (1993), “Piratas, fantasmas y dinosaurios” (1996)“ y ”Arqueros, ilusionistas y goleadores“ (1998) recopilan relatos, notas y escritos del fanático del fútbol que sostenía que un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo.
Sus libros "Triste, solitario y final", "No habrá más penas ni olvido", "Cuarteles de invierno" y "A sus plantas rendido un león" fueron publicadas en 20 países y traducidas a varios idiomas. Menos de veinte libros integran la producción literaria del escritor: todos ellos se vendieron en forma superlativa, al punto de que en 1995 el Grupo Editorial Norma llegó a pagar medio millón de dólares para quedarse con los derechos de su obra.
Si bien sus personajes suelen ser perdedores sentimentales, Soriano fue un escritor “exitoso” de público y un referente ineludible del post-boom latinoamericano en Italia, aunque la crítica académica local le fuera siempre esquiva.
Algunos críticos lo comparan con Roberto Arlt, por tratarse de un autor sin formación académica, que “escribía mal” y no satisfacía al “statu quo” literario, pero al margen de la inutilidad de las comparaciones, Soriano estuvo bastante lejos de la sordidez urbana que hizo célebre al autor de “Los siete locos”.
Por el contrario, el escritor que hace 15 años un cáncer de pulmón le arrancó la vida, construyó un mundo de perdedores sentimentales que vagaban por los pueblos con un notable sentido del humor para asumir su condición y burlarse de sí mismos.