La parábola vital del cura salesiano Miguel Angel Nicolau (General Pico, 1941-Rosario, ¿1977?) da cuenta de la epopeya que libraron en el seno de la Iglesia los religiosos ligados al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.
La parábola vital del cura salesiano Miguel Angel Nicolau (General Pico, 1941-Rosario, ¿1977?) da cuenta de la epopeya que libraron en el seno de la Iglesia los religiosos ligados al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.
En su breve pero intensa vida, Nicolau dejó una impronta evangélica, social y política muy grande entre los adolescentes y jóvenes, tanto en San Nicolás como en Rosario, donde desarrolló su tarea pastoral desde 1973 hasta su secuestro por la patota de Agustín Feced, en 1977.
José María Budassi (La Para, Córdoba, 1957) militó en el grupo juvenil salesiano del Colegio Don Bosco de San Nicolás y tuvo con el religioso pampeano un estrecho vínculo afectivo y político, que se fue profundizando ya en la militancia en la izquierda peronista.
En diálogo con La Capital, Budassi aseguró: “El cura Nicolau fue nuestro confesor y un referente político”.
—¿De qué manera se inserta la orden salesiana en la línea evangélica popular que surge en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II y de la reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam) de Medellín, en 1968?
—El Colegio Don Bosco de San Nicolás entra en ese proceso a fines de los ’60, comienzos de los ’70. Ese proceso de renovación se dará fundamentalmente en los sectores más jóvenes dentro de la orden y en él tendrá una activa participación el padre Nicolau. Básicamente existían dos ideas motrices: la opción preferencial por los pobres y el compartir los bienes no sólo materiales sino la construcción de un proyecto de vida diferente.
—Era un poco la praxis de los primeros cristianos...
—Exactamente, tomado de los Hechos 2: 42 al 47 de la Biblia. En el grupo del Don Bosco de alguna manera mamamos esa línea pastoral, que no era hegemónica dentro de la congregación. Con mi grupo ingresamos a la conciencia del compromiso social y político de la mano de esa experiencia, en 1973, cuando estábamos en tercer año.
—¿Cómo se traducía esa práctica en el colegio?
—Los salesianos tenían una línea pastoral juvenil, que era el Movimiento Mallinista, fundado en Mendoza en 1967 por el cura Aldo Pérez. Su metodología consiste básicamente en reunir a un grupo de personas durante tres o cuatro días en un determinado lugar, donde se dan charlas y se vive en un clima «cerrado». Se trabajaba particularmente con adolescentes y jóvenes, poniendo eje en la necesidad del compromiso con los desposeídos. Los encuentros se hacían a nivel nacional y luego regional.
—¿Que otras actividades se realizaban, por fuera de los encuentros?
—Tras un retiro en Córdoba en 1973, pasamos a integrar el Centro Mallinista, que funcionaba en grupo como una suerte de «unidad básica», con un director espiritual o sacerdote responsable, el cura Jorge Pautassi. También participaba Nicolau, aunque todavía no era sacerdote sino seminarista. Allí es que lo conocemos. El primer libro que leí en mi vida, por recomendación de Miguel Angel, fue “El arte de amar”, de Erich Fromm. Publicábamos un boletín con reflexiones o cosas que escribíamos. Miguel Angel dibujaba muy bien; había dibujado la tapa de uno de los números, que se imprimían con esténcil.
—¿Cómo se fue profundizando la relación?
—Participamos juntos de dos encuentros: uno en noviembre de 1973, en Paraná, de nivel regional; y otro en 1974, en Córdoba, de orden nacional. Allí hubo una confrontación. Nosotros sosteníamos que para ser verdaderamente cristianos había que cambiar el mundo. La otra posición consideraba que para que hubiera una sociedad más justa, uno tenía que ser un buen cristiano. El cambio debía ser individual y luego colectivo. Tras estos encuentros se expresó la necesidad de la puesta en práctica de la opción por los pobres.
—¿Qué pasó entonces?
—En una reunión en Santa Fe, a principios del 74, se propone la idea de ir a vivir a un pueblo, durante un determinado tiempo, a convivir con esa comunidad y hacer una tarea de evangelización que tenía que ver con difundir los principios cristianos, pero también desarrollar una acción social. Así es que se decide misionar en el pueblo de Puerto Aragón, cerca de Barrancas, provincia de Santa Fe. Fuimos de la partida nuestro grupo del Colegio Don Bosco de San Nicolás, integrado por Pablo Martínez, Mario Contartese, Alberto Espín y yo, liderados por Miguel Angel; y un grupo mallinista de cuatro mujeres del María Auxiliadora de Rosario, coordinado por la monja Inés Wenk, de cuyos nombres sólo recuerdo a Mary, Yves y Mirta. En diciembre de 1974 nos instalamos en Puerto Aragón, durante un mes y medio.
—¿Qué cambios produjo esa experiencia?
—Vivimos un proceso de evolución del compromiso social cristiano hacia una idea de compromiso político, que tenía que ver con el clima de época tan fuerte y visible en el período 1973-1976. Miguel Angel ya se había ordenado sacerdote en 1974 con el obispo nicoleño Carlos Ponce de León y había sido trasladado al Colegio San José de Rosario. Su tarea pastoral la desarrollaba en el centro mallinista del San José, que estaba ya muy politizado con respecto al de San Nicolás. Nosotros nos denominábamos Centro Mallinista “Proa a Cristo” y los de Rosario, Centro Mallinista “Camilo Torres”, lo que marca la diferencia ideológica. Cuando en 1975 hicimos la opción política por Montoneros, en quinto año, formamos el centro de estudiantes y sobre fin de año hicimos una pintada en el patio del colegio firmada como Unión de Estudiantes Secundarios (UES) contra la derechización del gobierno de Isabel Perón, aunque aún no teníamos un vínculo orgánico con el frente de masas secundario de Montoneros. Recién en agosto del 75 nos encuadramos en la UES del Partido Auténtico hasta su ilegalización a fines de ese año, en que pasamos a militar barrialmente.
—¿En esa definición política del grupo mallinista nicoleño tuvo influencia Nicolau?
—Sin duda. Para esa época Miguel Angel, un tipo inquieto y con una gran cultura (manejaba cinco idiomas), estudiaba Psicología en la UNR y ya tenía un compromiso de afinidad política con Montoneros. El alentaba y sostenía el trabajo político para la creación y el desarrollo de la UES en el San José, donde también era profesor de Historia. El cura Nicolau fue nuestro confesor y un referente político. Su conocimiento del psicoanálisis a través de la lectura de Sigmund Freud y Fromm en la facultad formaba parte ya de su formación, sobre todo por una experiencia que había tenido el filósofo de la Escuela de Frankfurt en México con grupos de cristianos, en cuanto a la incorporación del psicoanálisis al sacramento de la confesión. Miguel Angel había aplicado esa metodología con nosotros en Puerto Aragón.
—¿El contacto con Miguel Angel se mantuvo?
—El vínculo persistió porque en 1976 algunos fuimos a estudiar a Rosario. Luego del golpe, Miguel Angel dejó el San José tras la caída de varios compañeros de la UES que estaban en su grupo. El pidió entonces una licencia eclesiástica por un año y se fue a vivir a casas de estudiantes, mientras tenía militancia clandestina universitaria y barrial en Granadero Baigorria, ligado a la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Llegó a consagrar el matrimonio de algunos de sus militantes y también hizo gremialismo docente en el Sinter. Finalmente, fue secuestrado por un grupo de tareas el 27 de enero de 1977 y trasladado al Servicio de Informaciones (SI) de la Jefatura. Se supone que murió en la tortura.