Estados Unidos y China han cerrado esta noche en la Cumbre del Clima un acuerdo vago que, al
menos, salva la cara a los más de 110 jefes de Estado y de Gobierno que acudieron a Copenhague
movidos por una supuesta urgencia de la gravedad del cambio climático. Casi 24 horas de
negociaciones con primeros ministros no bastaron para alcanzar un pacto y, como nadie quería
aparecer como el que rompió el acuerdo, los negociadores optaron por ir rebajándolo hasta cerca del
suelo.
El presidente de EE UU, Barack Obama, y el primer ministro chino, se reunieron dos veces en
privado -la segunda ya con India, Suráfrica y Brasil- para salvar la situación. Y fuentes oficiales
de EE UU y de Brasil confirmaban pasadas las diez de la noche que se había alcanzado un primer
acuerdo que, inicialmente, comprometía a los países que participaron en la reunión final; y que
sería presentado al resto. "Ningún país está del todo satisfecho pero es un paso significativo e
histórico", dijo un portavoz de la Casa Blanca. El acuerdo "no es suficiente para combatir la
amenaza del cambio climático pero es un importante primer paso".
El embajador brasileño para el cambio climático, Sergio Serra, explicó que el acuerdo es
"incompleto", que no incluye las metas de reducción de emisiones de los países desarrollados para
2020 y que los países emergentes aceptaron un sistema internacional de "consulta y análisis", que
no verificación, de su CO2. Como garantía adicional a China, se señala que esa vigilancia "no
afectará a la soberanía nacional". Los objetivos de emisiones quedan sin cuantificar y deberán
fijarse antes del 1 de febrero de 2010, es decir, dentro de poco más de un mes.
La UE no participó en las conversaciones y anoche se resistía a aclarar si participaba del
consenso. Lo acordado parecía muy por debajo de sus expectativas. Pero Serra dijo que creía que
Europa no tendría problema para suscribirlo.
EE UU y China no movieron de sus posturas hasta el último momento. El primero no amplió el
recorte de emisiones ya anunciado y el segundo insistió en que la ONU no puede auditar sus
emisiones. En el acuerdo la verificación para China queda como una alusión a "un mecanismo de
consultas internacionales y análisis".
Durante toda la jornada el bloqueo entre China y EE UU dejó en una complicada situación a la UE,
que en salas paralelas debatía a puerta cerrada si ampliaba su oferta del recorte de emisiones del
20% al 30%, como había anunciado en caso de acuerdo en Copenhague. El 20% es menos de lo que pide
el Panel Intergubernamental de Cambio Climático pero más que la propuesta de la Casa Blanca. Aun
así, la UE ha liderado este proceso y varios de los países —Francia, Reino Unido, España, Bélgica—
habían anunciado su intención de ir al 30%. Enfrente, Polonia e Italia. Los Veintisiete no podían
arriesgarse a ir al 30% sin acuerdo ni justificar por qué apretaban a sus empresas cuando no lo
hacía EE UU.
Los borradores de negociación eran vagos que los delegados europeos no podían ocultar su
decepción por lo que allí había. El portavoz de Tuvalu, un estado insular amenazado por el nivel
del mar, explicó en los pasillos su "tremenda decepción": "Nuestro futuro no es negociable". En uno
de los textos -la cuarta versión— los países se comprometían a limitar el aumento de la temperatura
a dos grados centígrados, pero a la vez sólo incluía que el pico de emisiones debía llegar "lo
antes posible", cuando hace una semana se hablaba de 2020.
El objetivo concreto para los países también quedaba pendiente y la forma en la que se podían
auditar las emisiones chinas era un jeroglífico que dejaba a Pekín la opción de contestar o no a
las dudas que sus datos levantaran en Naciones Unidas. Ni siquiera estaba claro si el acuerdo tenía
algún carácter vinculante o si sólo era una declaración política como las que periódicamente lanza
el G-8 o el G-20.
Los textos reflejaban todo un día de Obama llegó a primera hora de la mañana a Copenhague, se
reunió con Wen Jibao, y se unió a la negociación que desde la noche antes llevaban a cabo a puerta
cerrada 25 países escogidos. Allí estaban las grandes potencias (EE UU, China, Alemania, Reino
Unido, Francia, India, Japón, Brasil, Rusia o México) pero también España y Suecia (por la UE),
Leshoto, Etiopía o Suráfrica, Sudán (por África) Maldivas (por las islas que se van a hundir con la
subida del nivel del mar) y Arabia Saudí (por los países petroleros).
Los primeros ministros entraban y salían aunque sobre las dos de la mañana del viernes la
mayoría dejó a sus delegados. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, estuvo por
la noche y volvió a las 08.46 de ayer y permaneció todo el día en el centro de convenciones.
Uno de los presentes explicó que estar en la reunión a puerta cerrada era sentirse parte de algo
importante: "En un momento el negociador chino, Su Wei, entró gritando y el sudanés -que preside el
G77- le mandó callar llevándose tranquilamente el índice a los labios e indicándole su silla".
Durante la noche, comenzaron a preparar borradores de lo que iban a llamar el Acuerdo de
Copenhague. La cosa tenía tres folios -más cuatro de anexos- y, según la versión que uno
consiguiera, variaban los detalles. Lo que no cambiaba en ningún caso es que las expectativas iban
a la baja. Hace dos años los países acordaron tener aquí un tratado que sustituyera al de Kioto,
que caduca en 2013; en noviembre en Barcelona quedó claro que no habría tal tratado y que en su
lugar bastaría con un acuerdo político, y ayer ya valía casi cualquier cosa.
La reunión a puerta cerrada se prolongaba demasiado y la situación era insostenible fuera de
allí. En el plenario, los primeros ministros que no habían sido elegidos esperaban con cara de
palo. El circuito cerrado de televisión enfocaba al israelí Simón Peres, al turco Erdogan o a Hugo
Chávez y Evo Morales sin cara de pasarlo bien. No son gente acostumbrada a esperar.
Azorado, el primer ministro danés, Lars Okke Rasmussen, paseaba por la tribuna y cada cierto
tiempo pedía perdón por el retraso. Finalmente, a media mañana, los principales dirigentes entraban
al lugar de la reunión. Los días previos habían hablado más de 100 líderes —a tres minutos cada uno
que ninguno respetó— en sesiones maratonianas hasta la madrugada. La cumbre sólo reservó para ayer
los discursos de Obama y Wen Jibao. Quedó claro así quién mandaba: los únicos que podían bloquear
la negociación y sacarla adelante.
Cuando por fin entraron, los delegados pensaron que había llegado el momento que llevaban dos
semanas —dos años en realidad— esperando. Que esa era la hora en la que Obama y Jibao despejarían
el camino para que el mundo recibiera la foto y el acuerdo que iba a salvar el planeta. Pero Jibao
se enredó en un discurso frío leído a toda velocidad del que no se sacó nada en claro.
Después de Jibao subió Obama a la tribuna. La UE aún esperaba que hiciera algún movimiento en
reducción de emisiones, un guiño al menos de que podía ampliar su oferta de recortar el 17% la
emisión en 2020 respecto a 2005 (lo que supone sólo un 4% respecto a 1990). Pero Obama no se movió.
En un discurso frío, tenso, como si estuviera enfadado, puso toda la presión en China. Sin
transparencia, declaró, el acuerdo serán "palabras vacías en una página de papel". El presidente de
EE UU llevaba un discurso preparado para el acuerdo. En el texto que repartió la Casa Blanca ponía
"las piezas del acuerdo ya están claras", pero él leyó "deberían estar claras".
Obama venía para firmar un acuerdo y se encontraba con una situación bloqueada y con todos los
focos sobre su cara. "La última vez que fue a Copenhague se volvió sin nada" subtitulada la CNN, en
alusión a la ceremonia en la misma ciudad dos meses antes en la que Río venció a Chicago como sede
de los Juegos Olímpicos.
"Podemos abrazar este acuerdo y ser parte de la historia y mejorar la vida de nuestros hijos y
nietos. O podemos elegir el retraso con los mismos argumentos inamovibles durante décadas mientras
el peligro crece hasta que sea irreparable. No hay tiempo que perder. América ha elegido su opción.
Estamos dispuestos a hacerlo pero tiene que haber movimientos de todas las partes".
Tras los discursos, la negociación volvió a la puerta cerrada durante otras largas horas. Sólo
el brasileño Lula da Silva mostró algo de pasión. Tras declararse "frustrado", anunció que Brasil
estaba dispuesta a poner dinero sobre la mesa pese a ser un país en desarrollo: "Si es necesario
que hagamos más sacrificio, Brasil está dispuesto a poner dinero para ayudar a otros países, lo
haremos. Lo que no estamos de acuerdo es que las principales figuras del planeta firmen cualquier
papel sólo para decir que han firmado un acuerdo". Lula afirmó que sólo "un milagro" podría salvar
Copenhague. "Como creo en Dios creo en los milagros", concluyó. Es dudoso si lo ocurrido por la
noche puede ser calificado de tal.