Ramona Regina Moya, de 91 años, y Zulema Paulina Camps –Mema para el barrio e hija de Delia–, de 86, pensionadas y viudas que vinieron a vivir a Funes a los ocho años, son amigas “de toda la vida” y viven a tres casas, en la tranquila cuadra de Sarmiento al 1100. Ahora sentadas a la mesa de Ramona, quien juega de local junto a su hija Graciela –quien le hizo pastafrolas de batata y de membrillo, entre otros manjares, para su cumpleaños– y a su nuera Mirta, las amigas se vistieron de domingo. Mema, que hasta hace un par de años andaba en bicicleta con tacos altos, se vino con un vestido verde oscuro, peinado de peluquería –que se hace ella misma–, pintura hasta en las cejas, una larga cadena con un medallón, diez pulseras de plata en la muñeca izquierda y unos tacones de 10 centímetros propios de una quinceañera. Y Ramona recibe a propias y extraños con un pullover marrón clarito largo, pantalón al tono, zapatos bajos, peinado de peluquería, un reloj pulsera dorado, anillos de oro y plata de antaño hechos a mano y una cadena con un enorme colgante dorado.
–Mi vieja vino buscando una casa. “Doña Delia, ¿cómo va a buscar una casa si puede vivir con nosotros?”, le dijo la suegra de doña Amparo –la mamá de Ramona–, que había llegado un día de visita y se quedó a vivir.– Mi papá era del campo, cosechaba a mano el maíz porque no había cosechadoras. Eramos ocho hermanos, yo fui la última, llegué de casualidad. Cuatro varones y tres nenas, más uno que se murió de chiquito (Mema).
–Vinimos cuando yo tenía ocho años a Roldán, donde mis padres compraron dos hectáreas cerca de Funes, por donde ahora está el Country. Ahí ellos sembraban sandías, melones, papas, cebollas y todo lo que podían. Era un lote que le compraban a Echesortu Casas a 50 pesos por mes, que era mucha plata para la época. Al final no pudieron terminar de pagarlo, así que nos vinimos al pueblo, donde compraron este terreno y se hicieron la casa (Ramona).
–Ambas llegaron cuando tenían ocho años.
–Yo vine a los ocho años y recién ahí mi mamá, que limpiaba casas, me anotó en la Escuela Fiscal 125 –la única entonces–. Con Ramona siempre vivimos en el barrio (Industrial), en esa época yo vivía acá a la vuelta y ahora estoy a tres casas (Mema).
-Vinimos cuando tenía ocho años a trabajar en el campo (Ramona).
–¿Cómo era Funes entonces?
–Funes era un pueblo chico, donde nos conocíamos todos.Vivíamos a tres kilómetros de la escuela y veníamos todas las tardes en un sulki con amansadora –las varas largas para amansar al caballo–. Me gustaba más. Mis hijos podían andar por la calle, los chicos eran más creativos, hacían autitos con latitas, carpas en los árboles, había bailes en la calle, jugábamos al Carnaval, ahora pasó el Carnaval y nadie se dio cuenta. Hacíamos las fogatas de San Juan, San Pedro y San Pablo. La gente era más comunicativa y vivíamos más seguros. Ahora cambió todo. Hay mucho cemento (Ramona).
–A los 16 años tuve mi primera bicicleta, ¡con qué sacrificio! Tenía que ir hasta la Aviación (donde ahora está el Aeropuerto), donde entelaba los Pipper (Mema).
–¿Qué era entelar los Pipper?
–Pintábamos a pincel las telas de las alas, el fuselaje y alerones con dope, una pintura a la que le agregábamos thinner. Le dábamos dos o tres manos y la tela quedaba dura como una chapa. En esa época la gente de los Pipper competía con los Cessna (Mema). Había un potrero acá atrás donde jugábamos todo el día, ahora hay que pagar el club y la canchita. Funes cambió mucho por la Municipalidad. Ya casi no hay campos, salvo algún dueño que no quiera venderlo. Te das cuenta cuando vienen de afuera porque no saludan (Mema).
–¿Cómo eran los bailes?
–Me gustaban los bailes: entraba y salía bailando. Nos llevaba mi tía Ida, que me decía: “Mema no bailés con ese muchacho que vino con el mismo traje”. Ibamos al Club Funes, al San Telmo, al Industrial y a un salón en Roldán, frente al ferrocarril. No me bajaba nunca de los tacos. Cuando cumplí los 15 tuve mis primeros zapatos altos. Estaba sentada en la vereda y una vecina me preguntó: “¿Qué hacés, no vas hacer la fiesta?”. ¿Qué fiesta íbamos a hacer si no teníamos un peso? (Mema)
–¿Qué recuerdan del tren?
–Me acuerdo de una tía que nos decía: “Vengan con el tren a (la Estación) Rosario Central. Un día se nos habían perdido unos lentes y andaba con los tacos corriendo por la estación con mi marido (Mema).
-El tren iba a Rosario Norte y a Rosario Central. Ibamos a la estación a ver algún chico lindo de Roldán. Nos saludaban y listo. ¡Con qué poco nos conformábamos! (Ramona).
–¿Cómo era la historia de ese berretín con los velorios?
–Núñez (un vecino de antaño) tenía una propaladora y decía “falleció fulano”. Con la mamá de Mema no nos perdíamos un velorio. Funes era chico, pero para ir a los velorios nos teníamos que arreglar. “¿Quién murió, que pasaron Ramona y Delia del brazo?”, preguntaban las vecinas. Había una italiana, Delia, que nos decía: “¿A dónde van, fregnatas?”.
–¿Qué era fregnatas?
–(...) Ramona sonríe en silencio y mira con picardía: junta los índices y los pulgares entre sí y muestra la figura inconfundible que forman.
–Cuando le decíamos quién era el muerto a veces nos contestaba: “No voy porque ése no vino cuando murió mi marido ni cuando murió mi hermano”. Los velorios se hacían en las casas. Ahora, después de la pandemia, a veces ni los hacen (Ramona).
–Los fúnebres era lo primero que mi mamá miraba en el diario (Mema).
–¿Cómo era la vida en Funes?
–Andaba mucho en bicicleta, pero también trabajé mucho. Hasta hace unos años anduve en bicicleta hasta que me dijeron que me cuidara. Mi marido trabajaba en (la fábrica de tractores) Massey Ferguson hasta que cerró en el 78. Lo indemnizaron, pero tuve que salir a trabajar en el Club Industrial, donde atendía en el buffet a los que iban a jugar a las bochas, al truco, al tute cabrero. Cocinaba y atendía las mesas, hacía de todo (Mema).
–En el 91 fuimos 31 días a España con mi marido, estuvimos en Sevilla y en Valencia, pero no veía la hora de volver. No me voy a ir más de este pueblo ni de esta casa. Por más que no estemos bien en el país yo quiero a Funes. A mi marido lo conocí a los 15 años y cumplimos 61 años de casados. Nunca fumé ni tomé ni lo engañé. Festejamos los 50 años en el Club Funes, fui muy feliz, tengo dos hijos, una nuera y un yerno excelentes, nietos y bisnietos encantadores. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?
–¿Pasaron por la peluquería de Gastón Luque a producirse?
–No. Yo me peino y me pinto sola, sin mirarme al espejo (Ramona).
–Yo también me peino sola y me agacho y me pinto los labios sin espejo. Cuando dejé la Aviación me casé y aprendí peluquería en Ronga, donde hacía peinados batidos y gané un concurso (Mema).
–¿Sus esposos hicieron sus casas?
–Mi marido me hizo la casa con sus propias manos en cinco años (Mema).
–Mi marido hacía de peón cuando hicimos esta casa. Después les hizo la casa a mis dos hijos en tres años y medio, cuando estaban de novios. “¿Y si se pelean?”, le preguntó uno un día. «Les pongo una bomba».
–En 2016 ambas fueron declaradas ciudadanas distinguidas por el Concejo de Funes.
–El otro día hice chocolate para 230 personas con 150 litros de leche en el Centro de Discapacitados de Funes (Mema).
–Estuvimos en un montón de comisiones en el club, organizando comidas (Ramona).
–¿Cómo vivieron estos años?
–Después de que murió mi marido me hice más “pata de perro”, pero me frenó la pandemia. Cuando cumplí los 90 tenía unos pesitos ahorrados y dije “la mortaja no tiene bolsillos”, así que los festejamos con 150 personas en Espacio del Lago, en Tierra de Sueños 3. Cuando volvimos se asomó Silvia Rodríguez, una vecina, que me gritó: “¡Ramona: viví hasta los 100 y mandate otra fiesta como esta!” (Ramona). “«Es una abuelita de 90 años, a lo mejor viene con andador», decían los empleados del salón y después la cumpleañera pasaba haciendo el trencito”, acota Mirta, su nuera.
–Tengo parientes en Europa, una sobrina me preguntó si la acompañaba a su mamá a España. ¡No, si le tengo miedo al ómnibus, mirá si me voy a subir a un avión! Me gusta Funes porque donde vaya siempre hay alguien que me conoce (Mema).
–¿Qué esperan de la vida?
–Vamos a gastar los últimos cartuchos. Mientras pueda defenderme y no ser una carga para mis hijos voy a seguir (Ramona).
–Gracias a Dios –no soy practicante, pero tengo una fe profunda– puedo estar.