Enrique Maurtua Konstantinidis es experto en política climática con casi 20 años de trayectoria en el campo de la política climática nacional e internacional. Sigue las negociaciones de Naciones Unidas desde el año 2004 en representación de la sociedad civil y la COP 27 fue su 15° participación en estas cumbres.
Una Cumbre Climática sin muchas expectativas, que podría haber pasado sin pena ni gloria, en un contexto internacional muy difícil con una guerra que condiciona la conversaciones energéticas y alimentarias, y decisiones electorales que traen expectativas por los impactos que pudieran tener (USA y Brasil, entre otras). Así la COP de Egipto arrancó sus negociaciones durante noviembre.
Sin embargo, esta COP le dio al mundo lo que no le había dado en 30 años: un fondo para atender los impactos más fuertes del cambio climático a los países más vulnerables. Un fondo sin precedentes, al que los países más desarrollados se oponían fervientemente tratando de ahorrarse precedentes legales que los obliguen a hacer más de lo (poco) que ya venían haciendo.
¿Qué destrabó las diferencias? Un mundo en desarrollo unido, una sociedad civil muy pujante y cambios políticos en algunos países desarrollados que mostraron apertura a un fondo, dejando a Estados Unidos completamente aislado en su postura de no crear un nuevo fondo. Esta dinámica no fue fácil, la discusión que queda abierta para resolver el año que viene es una que muchas personas se plantean desde hace tiempo: quién pone plata y quien la recibe. Para ser más explícito, que China y otras economías emergentes empiecen a contribuir de manera más formal a estos fondos. Lo que abre una discusión muy grande de justicia climática: los países más desarrollados nunca cumplieron sus compromisos de acción y financieros, ¿ahora son las economías emergentes las que tienen que contribuir? Un debate que seguramente será intenso en el transcurso del 2023.
Cuando se mira la complejidad de las negociaciones y lo que ponen en juego los países, no sorprende ver que los demás temas de la agenda no resultaron como se esperaba. La presión de la guerra en Ucrania sobre los combustibles hizo que los lobbies petroleros se hagan presentes con mucha fuerza, frenando cualquier avance en las decisiones más allá de lo acordado en Glasgow en 2021 (reducir progresivamente el uso de carbón y los subsidios a los combustibles fósiles). Tampoco se vieron más avances en otras conversaciones, como la de adaptación o la de los demás financiamientos necesarios para atender la crisis climática.
Sin dudas los países siguen negociando como en un partido de truco, por los porotos, y no por el futuro del planeta y la seguridad de las personas que lo habitamos.