Gorbachov Mijail falleció a los 91 años, en el Hospital Central de Moscú. Fue secretario General de la Ex Unión soviética y una de las personalidades más relevantes del siglo XX. Aunque era un comunista convencido, el régimen colapsó bajo su mandato como resultado de su sistema de reformas insignia, la Perestroika. Toda la Unión Soviética colapsó en 1991.
Criado en el seno de una familia campesina, sufrió el azote del intempestivo y sangriento periodo de combate eslavo contra el Tercer Reich. En los oscuros años de la Segunda Guerra Mundial, un joven Mijail fue testigo de la partida de su padre, Sergei, al frente de batalla junto a las filas que el ejército rojo dispuso para la contienda más sanguinaria de la historia. Contra cualquier pronóstico, su padre regresó ileso y condecorado.
Tiempo después, la familia Gorbachov se convirtió en unidad productiva ejemplar, tanto así que su desempeño en el trabajo de la tierra le valió el reconocimiento del Sóviet Supremo. Es que la ardua labor rural de Sergei y Mijail generó un récord en la producción de cereales que les valió la medalla de la Orden de Lenin.
A sus veinte años, mientras estudiaba derecho en la Universidad Estatal de Moscú, el equivalente soviético de la Harvard estadounidense, conoció a quien sería su compañera de vida, Raisa Titorenko. Transitaba sus estudios cuando se unió al Partido Comunista de la Unión y trabajó en varios puestos en el partido durante las próximas dos décadas. Desde allí -como recuerda uno de sus biógrafos- Gorbachov se convirtió en un “ambitsioznyi” (palabra rusa que tiene connotaciones bastante negativas, más asociadas a la arrogancia que a la ambición). Con el auxilio permanente de la muy culta, influyente y sofisticada Raisa, se embarcó en un meteórico ascenso político.
En 1985, se convirtió en líder de la Unión Soviética, y en forma por completo literal, en el dirigente más relevante de la mitad del mundo. Con 54 años, se hizo acreedor de uno de los dos imperios que se disputaban en aquel momento el orden global, ambos con una capacidad de daño digna de la ciencia ficción. Es que, en 1985, los Estados unidos y el Ex imperio Ruso poseían entre 30.000 y 20.000 armas nucleares, respectivamente. Unas 10.000 de ellas apuntaban al territorio euroasiático y 6.000 a suelo estadounidense.
El miedo al desastre nuclear no rea una fantasía. El periodo de acercamiento entre los dos imperios se convirtió en una necesidad inmediata. En noviembre de 1985, el entonces presidente de Estados Unidos Ronal Reagans y Mijail Gorbachov, Secretario General de la Unión Soviética, se reunieron en Ginebra, Suiza, para dar comienzo a las conversaciones destinadas a detener la escalada nuclear (anécdota aparte, el 16 junio de 2021, Vladimir Putin y Joe Biden se reunieron en el mismo lugar bajo consignas similares pero con un final radicalmente diferente).
Las tratativas entre ambos mandatarios culminaron en el Tratado INF (por las siglas en inglés de Intermediate-Range Nuclear Forces) de 1987, que incluía la prohibición de uso de los misiles balísticos y de cruceros nucleares o convencionales de corto y medio alcance (con un rango entre 500 y 5.500 kilómetros) lanzados desde tierra. Este acuerdo se consideró como el principio del fin de la Guerra Fría y le valió a Gorbachov, en 1990, el premio Nobel de la Paz por su papel central en la construcción de un orden internacional pacifico.
Tiempo después en un reportaje brindado por Gorvachov en pos de recordar aquel histórico momento, Mijail confirmó: “Tengo que decir que la gente de todo el mundo estaba preocupada, también la gente de la Unión Soviética y los Estados Unidos, estábamos a punto de perder el control sobre la carrera armamentista nuclear, lo que podía haber tenido consecuencias catastróficas, no por el riesgo de una decisión política fatal, sino por la posibilidad de una falla técnica”.
Mientras tanto, en el frente soviético interno, Gorvachov enfrentaba una dura situación social, política y económica. En el plano económico, y como resultado de la poca plasticidad que el sistema de dirección centralizada estalinista marcó a fuego en el perfil productivo del hoy ex imperio y por trabas a su comercio internacional, la estructura económica no fue permeable a los nuevos cambios en los sistemas de producción nacidos en la década del setenta en el mundo occidental y se vio obligado a mantener el vetusto sistema fordista de producción. En el plano social, la escasez de alimentos y productos originadas por la poca adaptabilidad a los cambios de paradigmas productivos mencionados y el accidente de Chernóbil crearon la necesidad de una reforma del sistema.
El Secretario General que se veía a sí mismo como un verdadero marxista que quería recuperar el espíritu original de la revolución -abogar por la democracia-, intenta enderezar el rumbo de los pueblos eslavos dando el puntapié inicial a la transformación de los procesos políticos: la 'glasnost' (transparencia) y la 'perestroika' (reforma), que sectores del comunismo no pudieron digerir y sus defensores no pudieron sostener.
En ese preciso momento el poder, esa bestia maravillosa, lo abandonó. El mismo es ejercido de modo brutal y directo por sus detractores. Los comunistas de línea dura golpearon su gobierno y lo confinaron al asilo en su casa de veraneo en Crimea.
El 6 de noviembre de 1991, el entonces presidente de la Unión Boris Yeltsin prohibió el Partido Comunista Soviético (PCUS). La desintegración de la Unión Soviética fue reconocida en el Tratado de Belavezha del 8 de diciembre, ratificado por el Soviet Supremo de la RSFS de Rusia el 12 de diciembre. El 26 de diciembre de 1991, se declaró la disolución de la Unión Soviética. Gorbachov intentó restablecer su poder político en la nueva Federación Rusa, pero mientras era reconocido en el concierto internacional, en su tierra natal fue visto como el rostro del fracaso y la desaparición de lo que supo ser el país líder del sueño socialista.