Los camiones rumbearon hacia acá desde Villa Constitución, Carmen de Areco, Baradero, Ramallo, Lincoln, y Pergamino logrando un "boom" de ventas que cuadriplicó a las de este destino en la prepandemia, según asegura el vicepresidente del Mercado, Roberto Bertucelli, quien no atiende desde una oficina sino desde un puesto que conserva hace 30 años: su "vida".
El alza de ventas no solo benefició a productores, puesteros y verduleros locales sino también al Banco de Alimentos de Rosario (BAR) que tiene también una pata en el Mercado (Recupebar). Desde el predio se recuperan frutas y verduras no del todo vendibles (calabazas un poco picadas, o acelgas con algunas hojas quemadas por las heladas) y se las acondicionan para que lleguen en bolsones a entidades de bien público.
Desde el 8 de mayo de 2017 a la fecha se recuperaron nada menos que 249.855 kilos de mercadería, como para llenar varios locales a tope.
"En lo que va del 2020 juntamos 72.570 kilos y cuando empezó la pandemia ya habíamos arrancado con buen caudal de recuperación y donación: 17.400 kilos más que el promedio mensual", aclaró Sulgati, quien aprovechó el panorama en alza para remarcar que, como parte de la promoción social, desde el mercado se realizan actividades para la alimentación y los tragos saludables con jengibre o hierbas aromáticas.
Y si esto no fuera ya para valorar, el ministro de Desarrollo Social, Danilo Capitani, aseguró esta semana que con el banco se logró una asistencia alimentaria para 114 mil familias de la ciudad, en el marco del Covid-19.
La Capital, a pesar del pisotón, recorrió el lugar desde la vereda donde comienza la acción a las 5 y hasta las naves interiores. Diálogos e imágenes no faltaron. Acá va un retazo de ese reino que, protocolos mediante, burló a la pandemia, al punto que hasta la semana pasada (y todos cruzan los dedos) no se registró ni un contagio.
Antesala en la calle
Es lunes y las calles que rodean al mercado de 25 mil metros cuadrados delimitado por las calles Castellanos, San Nicolás, 27 de Febrero y Virasoro no durmieron. Unos 140 camiones y camionetas con mercadería de otras provincias y con el propósito de entrar en primer lugar a comprar llegaron el día anterior.
La pandemia deja su impronta en el lugar. Se inauguró un Centro de Aislamiento de Transportistas, un espacio para los camioneros que provienen de las zonas de riesgo mientras realizan la carga y descarga de mercadería y que consiste en dos contenedores amoblados con camas, mesas y electrodomésticos para que los trabajadores puedan evitar el mayor contacto posible con el resto de las personas que circulan por el mercado.
Hernán es uno de los que llegó a las 4 el lunes pasado, pero a las 7.30 ya regresaba a Alvarez manejando su camioneta, tan naranja como las frutas que se veía en la superficie de su cabina, rodeadas de cajones con cebollas y atados de perejil.
Otro de ellos, Pablo, enfilaba a esa misma hora hacia la zona sur rosarina, con papas; Ricardo arrancaba cargado hacia Villa Gobernador Gálvez y Darío de Mario, abrigado hasta los dientes esperaba sobre su vehículo a que Pablo Sandoval, de 30 años y cinco de changarín le llevara hasta su pick up la segunda carga.
"En promedio, los lunes y jueves uno puede llevarse unos 1.500 pesos, pero el resto de los días sólo unos 500", dice el muchacho que parece un nene pero tiene tres hijos: de 10, 4 y 2 años y mantiene a toda la familia básicamente con esta actividad.
Mientras aguardaba, Darío, con 11 años de verdulero en Ocampo y Maipú, hablaba con otros colegas sobre cómo se está amesetando la extraordinaria venta de los dos primeros meses de la pandemia y discutían sobre los precios.
"El zapallito está incomprable, el choclo y la palta chilena también: si se te pudre sólo una con esta humedad perdés 50 mangos, en cambio la peruana está algo más accesible, mil pesos menos el cajón", expresó el hombre que trabaja de lunes a lunes y sólo descansa en la tarde del domingo.
"Yo era obrero en una empresa de papel de polietileno, pero dejé y me puse la verdulería y no me va mal pero trabajo siempre", afirma mientras desde la camioneta de al lado se escucha por lo bajo que "siempre que hay "malaria se abren verdulerías".
Otro que aportó pareceres fue Jorge Medina, 25 años en el rubro y al frente del comercio céntrico de San Lorenzo y Roca. Se enorgullece de haberle podido "dar estudios" a sus hijos con su oficio de verdulero. "Una es maestra y el otro será abogado", contó.
¿Quiénes gerencian el Mercado? Las cooperativas de Horticultores y Fruticultores de Rosario y la Argentina de Productores Agrarios firmaron con el municipio en 2008 un convenio de cesión de uso del predio por 25 años por el que se abona un canon mensual (la fórmula de actualización anual se fija cada octubre).
Ese pago por parte de las cooperativas busca desde siempre un sentido político social, de estímulo y protección a una actividad que genera empleo para pequeños y medianos productores y comercios minoristas (algo distinto a un bar de la costa, por ejemplo). El acuerdo se ratificó por ordenanza 8433, en 2009.
El monto del canon es público; 280.211 pesos y el pago está "al día", según confirmaron desde el municipio y el Mercado. La cifra incluye inversión de obras cada cinco años.
Aires de catedral
Ambas cooperativas junto a la Asociación Civil Consignatarios Mayoristas, Productores y Comerciantes administran el lugar compuesto de 260 puestos de consignatarios de Frutas y Hortalizas (ubicados debajo de la nave de metal) y 63 de productores quinteros de la zona del cinturón verde de Rosario y el Gran Rosario, acomodados bajo la nave central, una construcción de hormigón que se asemeja a la de una catedral.
La obra tiene dos cuadras y media de largo, 50 metros de ancho y 20 metros de altura. Fue proyectada en 1935 por el estudio de Ermete De Lorenzi, maestro de las geometrías nacido en la santafesina localidad de El Trébol y diseñador de varias obras emblemáticas en la ciudad. Entre ellas el Museo de la Memoria, una residencia que había pertenecido a sus padres. Junto a De Lorenzi trabajaban Julio Ottaola y Aníbal Roca.
"Una estudiosa de De Lorenzi es Ana María Rigotti, pero me animo a decir que esta obra del Mercado por su conformación espacial, bóveda de cañón corrido, era muy usada en los edificios públicos, termas y basílicas de la antigua Roma. Durante el Renacimiento se retoman en basílicas católicas como la de San Pedro, en el Vaticano", explica el arquitecto y docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Carlos Candia.
Con ese mismo espíritu vuelven a verse edificios así en el siglo XIX, en estaciones del ferrocarril como Retiro y Constitución o el Mercado del Abasto de Buenos Aires, que se terminó en 1934, prácticamente contemporánea a la nave de Rosario.
"Pero en este caso _añade Candia_el proyecto es del estudio que también creó la cancha de Boca o Bombonera, el del esloveno nacionalizado argentino, Víctor Sulcic, junto a Raúl Bes y José Luis Delpini. La clara diferencia es que la estructura del Abasto es más compleja porque usa varias bóvedas paralelas y otras que lo cruzan perpendicularmente. El proyecto local e inicial de De Lorenzi tenía varias bóvedas y una, la que se construyó, era la más grande".
Hormigueo fenicio
Bajo ambas naves y a la vista de las imágenes de San Francisquito y la de la Virgen de la Guardia, patrona de Génova, se mueve un incesante hormigueo fenicio. La virgen es una herencia de los inmigrantes hortelanos que llegaron a labrar y cosechar la tierra en este país. Muchos de ellos se asentaron con sus quintas en cercanías de Uriburu y Presidente Roca, donde se levanta la iglesia de La Guardia, y después se mudaron al mercado hoy mixtura de varias nacionalidades.
Actualmente rosarinos, gente de la región, de Bolivia, de Paraguay, de Taiwán, de Haití y hasta de Cuba van y vienen a toda velocidad con estrictos barbijos sobre el rostro. Y desde un parlante y un cartel electrónico de colores se recuerda usarlos con rigor.
Dos clásicos se destacan desde esos tapabocas: están los que llevan el de Central y el que viste el de Newell's pero también se ven los de Boca y River.
"Aunque acá hay un clásico más y poco visible, entre los de Ford y los de Chevrolet", asegura el responsable de marketing y relaciones institucionales, Juan Sulgati, quien acompaña en toda la recorrida durante la nota.
Entre quienes caminan por el laberinto de cajones, verduras y gente "roba cámara" un changarín de 22 años de oficio: José "Pepe" Caraballo, para contar que jugó al fútbol como wing derecho nada menos que en el equipo de Felipe "Trinche" Carlovich. Pero aclara que ahora viven, él y su familia de su trabajo en el Mercado. Es que según dicen varios de sus colegas, el trabajo "es pesado", enfrenta los fríos, calores y humedad más criminales, pero les permite a algunos vivir al día y a otros "bien".
Bajo las naves hay puestos sólo de ajo, solo de papas o solo de huevos. Y, otros donde se expone toda forma y sabor: desde papa común y papines a papa china (rayada) y camote remolacha (totalmente violeta en su interior); desde las más comunes manzanas y bananas a los arándanos, papayas, cocos, plátanos y panela (azúcar de caña). Desde un simple laurel al jengibre, la cúrcuma y toda variedad de hongos. Mercadería para las verdulerías de los barrios populares, para las "boutique" del centro, de todas las calidades, precios y gustos. Frutas y verduras que se venden por mayor y "como menudeo, a familias".
Así lo resalta Alfredo "Turco" Dalli, descendiente de un inmigrante del Líbano y una madre española. Tercera generación de puestero y un hijo, Maximiliano, de 32 años, quien continúa con el linaje.
"El Mercado es todo", dice el hombre que parece un sultán sobre su trono flanqueado de repollitos de bruselas. Desde un pequeño escritorio, con dos celulares, un pocillo de café, un frasco de alcohol en gel y muchos papelitos a la vista, el Turco asesora a los clientes, les da instrucciones a los empleados y atiende a la prensa.
"Mi papá me traía acá cuando yo era chiquito y esto era todo yuyos", recuerda el hombre del puesto donde compran familias que se unen para abaratar costos o verduleros "chicos" que no pueden comprar grandes cantidades de mercadería.
Un submundo en el ala este del Mercado es el Bar Americano Imperio, atendido desde hace catorce por una de las pocas mujeres con presencia diaria en un territorio varonil. Mónica Nuñez heredó este bar de su suegro, Pepe Ruiz. Es el lugar donde pervive el fiado a una clientela histórica que despliega sus historias personales y comerciales ante una mujer que oficia casi de amiga y psicóloga.
Se ofrecen allí desayunos y almuerzos tan sencillos como la fisonomía del lugar: una barra, unas pocas mesas y un televisor siempre prendido, especialmente en partidos picantes de fútbol donde se decoran los rincones para la ocasión.
Y entre el gentío se destaca una mujer más, con mucho por decir. Es la quintera boliviana, Mónica Alvino, de 50 y tantos años, que llega cada madrugada al Mercado desde Alvear, donde vive y tiene la huerta.
Luce delantal y su parcela de paredes de cajones de verduras, la mujer con sólo una escolaridad de tercer grado lleva ágil la contabilidad mientras cuenta su pasado en su Tarija natal.
"Eramos ocho hermanos, todos cultivamos desde chiquitos la arveja, el camote y el maní y criábamos vacas, chivas y ovejas. Pero la comida no alcanzaba. Mi papá hacía largas colas para conseguir algo de arroz o harina, algo que se terminó en la presidencia de Evo (Morales) porque él era campesino y sabía qué era el hambre", asegura.
"Acá me gano la moneda con mi yerno, rodeada de varones pero cuento con mucho respeto de todos. Estoy desde las cuatro arriba cada día y luego sigo trabajando en la huerta y en la casa: no descanso mamita, pero soy una bolita orgullosa", dice irónica en alusión al apodo discriminatorio más habitual que escucha esta madre de seis hijos y catorce nietos. Y parece que es cierto eso de que no descansa ya que además de trabajar de sol a sol se da tiempo para contar una receta boliviana. Chancho a la Olla, el que acompaña, según dice, con la cosecha de su huerta: papa, ají colorado, cebolla y ajo.
Ex Mercado del Abasto
Así como los rebaños transhumantes que se mueven al ritmo estacional en busca de prados, así se movió este Mercado que supo llamarse del Abasto. Se trasladó acompañando el crecimiento de una ciudad quejosa de los malos olores, gritos y problemas con la congestión de vehículos que lo acompañaban.
Su origen estuvo en Mitre y Tucumán, cerca del río y a pura comercialización en carros y carretas. Pero en 1856, los carruajes y el comercio se mudaron a avenida Pellegrini, entre Moreno y Balcarce, donde hoy se ubican los Tribunales provinciales.
En 1918 todo se trasladó a la actual plaza Libertad, de Mitre y Pasco. Una especie de "Pequeña Italia" genovesa rodeada de hospedajes, cafetines, semillerías, peluquerías y locales de comida.
Era básicamente un reducto de quinteros e inmigrantes con exóticas cámaras para madurar bananas a gas (en 1963 el puesto N°18 voló por los aires y fallecieron el puestero y otras cinco personas).
El espacio ya se había caracterizado como conflictivo al final de la Segunda Guerra Mundial, por eso en 1932 se presentó un proyecto de traslado en el Concejo rosarino.
Fuerzas políticas y mediáticas empujaban la mudanza a través de notas y opiniones constantes en La Capital y, tras una polémica y paralizada construcción de la nave, en diciembre de 1967 muchos puesteros del Abasto se trasladaron a la actual dirección de barrio San Francisquito.
"Se llevó a cabo anoche la fiesta inaugural del Mercado Cooperativo de Productores". El título a seis (de nueve) columnas de La Capital se lee en la edición del 3 de diciembre de 1967. Era la crónica de la inauguración que daba cuenta del show de Chico Novarro en una cena con 4500 comensales, tantas personas como las que trabajaron este lunes, en una jornada pico.
Pero en aquella época no todos los trabajadores se fueron dóciles hacia el nuevo destino de la zona oeste. Las divisiones entre quienes se mudaban y quedaban eran duras y crudas.
El ex intendente Luis Beltramo en mayo de 1968 propuso la clausura total del Abasto. Pero el fuego cruzado siguió, al punto que en una solicitada publicada varios meses después un grupo acusaba al otro de "marxistas" y estos se defendían al decir que los acusadores habían "frenado el progreso de la ciudad por décadas".
"Los productores quinteros del cinturón verde se vinieron a 27 de Febrero en diciembre de 1967 y dos años después se fueron los consignatarios de frutas y hortalizas al predio del Mercado de Fisherton", señaló Sulgati. Un dato sobre la división de un mismo rubro que desde entonces y hasta ahora quedó fraccionado en dos rincones al oeste de la misma ciudad. Un reino verde que le hizo frente a la pandemia.