En días de evaluaciones y libretas, hay un espacio donde la mirada es más relevante que en cualquier otro lugar. Ese espacio es el nivel inicial, donde la observación docente y las preguntas que se formulan a partir de ella, culminan condensados en el tradicional informe evaluativo que llega a cada familia. Algunos jardines comenzaron a desandar ese camino conocido. Tal es el caso del Jardín Nº 38 Magdalena Güemes, en el que a partir de un proyecto institucional avanzaron en la elaboración de nuevas narrativas a la hora de evaluar a sus pequeños estudiantes. Un camino que postula una mirada diferente de las infancias.
Laura Quinteros es directora de este jardín de barrio Echesortu que convoca a unos 250 nenes y nenas, y 17 docentes, y donde desde hace un par de años se dejó de hablar de informes para referirse a narrativas evaluativas. “Venimos desaprendiendo la forma de mirar a las infancias y el aprendizaje. Empezamos a buscar nuevas formas de escribir cualitativamente”, dice Quinteros en diálogo con La Capital, y afirma que esta nueva forma de evaluar implica también una interpelación permanente de las prácticas docentes.
Otra mirada
¿El nene o la nena se adapta a los distintos espacios? ¿Se vincula con la maestra y sus compañeros, acepta límites? ¿Reconoce los colores, las formas, se expresa a través del lenguaje, cumple con hábitos de higiene, comparte los juegos? La maestra puede responder a estas preguntas indicando que logró o no los objetivos, que los logra siempre o a veces. “Si yo pongo 20 informes tradicionales sobre la mesa y les quito el nombre son todos iguales, entonces lo que nosotros queremos es desandar ese camino, para que un padre, una madre, un abuelo, pueda leer esa narrativa y ver realmente a su niño o a su niña ahí”.
Algunos ejemplos brindados por el jardín Güemes dejan evidencia de que es posible la elaboración de un escrito que refleje en forma auténtica el proceso de aprendizaje de cada niño y niña en particular. Como los elaborados por la docente Mara Garnica, a la hora de evaluar a uno de sus alumnos de sala de 5. “Son de su preferencia las propuestas y juegos que involucren el cuerpo y el movimiento, se integra en proyectos de juegos compartidos. En el patio juega con todos a juegos de persecución, siempre busca a Máximo, Gadiel, Libertad y Julieta para compartir dichos juegos, con los cuales tiene una hermosa amistad. Se los puede observar riéndose, conversando y jugando durante toda la jornada. También dibuja rayuelas en el piso con tiza y juega saltando”, narra sobre uno de los nenes que asiste a su salita, y agrega: “Finaliza la sala de 5 pudiendo escribir su nombre y apellido sin la ayuda del cartel, mostrándose contento con sus logros. Sigue pidiendo jugar en dramatizaciones, donde organiza viajes en avión, con un teclado arma una cabina del piloto y a los gritos anuncia que el avión va a despegar, o jugar a la familia con sus amigos”.
Narrar el aprendizaje
La directora Laura Quinteros explica que las nuevas narrativas evaluativas tienen que ver con el hecho de poder narrar el acontecimiento del aprendizaje. Esto es, el encuentro del niño con esa propuesta que le hace su maestra. “Eso no encaja en un informe cualitativo que indique ‘logrado’ o ‘no logrado’, sino que expresa de qué modo ese niño pudo transitar todo un proceso de aprendizaje, y cómo las maestras vamos narrando ese proceso”, dice la directora, que además es formadora de docentes.
Claro que esta forma de evaluar implica, entre otras cosas, más profundidad en la práctica de la enseñanza y un compromiso mayor, que se traduce en un mayor seguimiento y tiempo del docente dedicado a cada alumno. Esta profundidad que debe ejercitar el docente también supone desandar un camino para iniciar otro que conlleva formación, lecturas y diálogo colegiado, porque las nuevas narrativas evaluativas no solo hablan del niño sino también de la misma práctica docente.
Para explicarlo, la directora apela a la obra del pedagogo Daniel Brailovsky y expresa: “Uno pone en juego la práctica cuando escribe, porque no se trata de pensar qué voy a decir de ese niño, sino qué voy a decir sobre lo que hizo ese niño con lo que yo le propuse. Y si no pudo hacer eso que propuse entonces yo debo cambiar mi práctica y ofrecer otra cosa”. En este sentido, la evaluación se torna colectiva, porque el docente evalúa a su estudiante al tiempo que lo hace con su propia práctica.
Si la evaluación es colectiva, el aprendizaje también lo es, y alcanza a niñas, niños, maestras y maestros. La directora del jardín Magdalena Güemes afirma que en los últimos dos años pudo ver a muchas maestras desaprender lo aprendido, para iniciar un nuevo camino con la elaboración de estas nuevas narrativas que llegan a cada familia. Y además, confirma que el proceso de aprendizaje no está acabado, “porque estas infancias nos reclaman otras cosas”.
La docente Paola Pittón también supo ejercitar una mirada profunda y empática a la hora de evaluar. En una de las narrativas pedagógicas que elaboró sobre una nena puede leerse: “En el cierre de la muestra de arte colectiva titulada ‘Cuando la infancia mira’ se vio reflejado el modo de ser, pensar y estar que tuvo junto a sus pares a partir de cómo se posiciona ella frente al arte. El arte es algo que la conecta con ella misma, seleccionando colores, agregando detalles a sus creaciones. Desde hace un tiempo observo que comenzó a esbozar en el papel las letras de su nombre. Se despertó en ella la necesidad de saber más, pregunta qué dicen ciertos carteles de la sala, observa y señala”.
Valorar la experiencia
A la hora de explicar qué diferencia estas narrativas de los informes evaluativos tradicionales, Quinteros afirma que lo que se destaca es la palabra experiencia, “eso que sucede, que acontece, que no está acabado, la experiencia es eso que va sumando y que el niño va poniendo en juego”. También indica que lo que marca un quiebre es la nueva mirada del docente, que puede contemplar los múltiples lenguajes de las infancias.
Sobre el trabajo que se realiza colegiadamente en el jardín que conduce, Quinteros afirma: “Esos famosos indicadores que completábamos como múltiple choice en los informes acá están desterrados, porque esos indicadores los transformamos en preguntas en cada plenaria. Y a la pregunta constante se suma otra mirada y la definición de lo que se va a valorar de ese niño o niña. ¿Qué es lo que voy a valorar en una narrativa para que esa familia pueda leer?”.
Un recurso que se utiliza mucho en el jardín de Avellaneda 941 es el registro fotográfico. Se trata de utilizar la tecnología en favor de la práctica para registrar situaciones que sobre el final del período les recuerden a las docentes qué fue lo que aconteció con su grupo de estudiantes. Ese registro aporta a la escritura y se comparte con los hogares de niñas y niños. La directora destaca que en el jardín Güemes las docentes ya no escriben para el directivo sino que las narrativas tienen como principal destinatario a cada familia que quiere saber cómo transitó su hija o hijo por el jardín. Esta forma de comunicación que aportan las nuevas narrativas a veces producen un ida y vuelta, como la devolución de una abuela que comparte orgullosa la directora, en la que se puede leer: “Hacía mucho tiempo que no leía un informe tan preciso, lleno de información del niño, que nos ayuda a comprender situaciones y buscar recursos para ayudarlo a transitar su camino”.