Para Mercedes Palumbo no solo es posible sino deseable que se multipliquen las experiencias de educación popular dentro de las escuelas. Docente e investigadora del Conicet, Palumbo es una de las coordinadoras del Grupo de Trabajo “Educación Popular y Pedagogías Críticas ”, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
Para la investigadora, es necesario rescatar el trabajo realizado por las organizaciones sociales durante la pandemia, sobre todo en intentar sostener el vínculo de los chicos y las chicas con las escuelas. Respecto de los aportes de la educación popular en la enseñanza formal, propone la posibilidad de dar lugar a la dimensión emocional en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Palumbo estará presente en la 9ª Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales que Clacso realizará del 7 al 10 de junio en la ciudad de México.
—En la pandemia hubo un trabajo intenso de movimientos sociales en el terreno educativo, para acompañar a las escuelas. ¿Cómo viste esa dinámica que aún persiste?
—Las organizaciones y movimientos sociales tuvieron un rol fundamental en la sostenibilidad de la vida en los barrios populares. Y en el plano educativo lograron sostener la escolaridad de niños y niñas, sobre todo a partir de las instancias de apoyo escolar, o en un primer momento yendo casa por casa colaborando en la impresión y reparto de materiales y cuadernillos. Y también tratando de sostener sus propios espacios de formación de jóvenes y adultos, como en el marco del Plan Fines o bachilleratos populares. Por eso me parece que hay que rescatar a los movimientos sociales, que han acompañado a la escuela en que pudiera conectar con las niñas, niños y jóvenes, y evitar la desvinculación de estos sujetos de las aulas.
—¿Qué diálogo o puente establecer entre los movimiento populares y las escuelas tradicionales?
—Hay una línea del grupo de trabajo que tiene que ver con la formación política, pero una segunda que justamente busca pensar a la educación pública en relación a la educación popular y a las pedagogías críticas. Es decir, como pueden radicalizar las propuestas de las escuelas tradicionales o bien ayudar a defender la escuela pública. En ese sentido me parece que hay conexión y de ningún modo hay que pensar que la educación popular no tiene lugar en la escuela. De hecho muchas veces en los territorios se dan vínculos informales entre madres que mandan a sus niños y niñas a la escuela del barrio, pero también esas madres son parte de los merenderos. Durante la pandemia hubo acuerdos para hacer coincidir las burbujas de trabajo en los centros comunitarios con los de las escuelas, para compatibilizar horarios y que esas madres pudieran cumplir el trabajo y al mismo tiempo poder garantizar el cuidado de sus hijos y el envío a las escuelas. Compartir territorio es un gran punto en común entre las escuelas y los movimientos populares. Y claro que puede haber aportes de las pedagogías que van ensayando los movimientos populares en términos de la revalorización de saberes, que no son el conocimiento científico necesariamente. Recuperar los saberes de la vida de los y las estudiantes, repensar las relaciones que se dan al interior de la escuela en términos de mayor cercanía afectiva incluso, pero también que no haya tanta rigidez entre quien tiene el saber y quien no lo tiene. Otro aporte puede ir por el lado de la recuperación de la emocionalidad en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Y también recuperar la cotidianeidad, la situacionalidad en el proceso educativo. No digo que las escuelas no lo hagan, pero las escuelas son ámbitos de disputa donde también hay lugar para la educación popular. De hecho, más allá de las organizaciones y movimientos hay colectivos de docentes de escuela pública que hacen educación popular en la escuela.
—¿Cuáles son los rasgos emancipadores de las pedagogías de los movimientos populares?
—Lo emancipatorio se juega mucho en dos cosas: por un lado, la posibilidad de aportar a la construcción de sujetos críticos, con todo lo difícil que es eso, porque no es algo lineal, fácil ni unidireccional. Y por el otro lado es revisar la cuestión epistémica, los saberes. Para mí se juega ahí, en el trabajo subjetivo y en el epistémico, que son dos cuestiones que las estoy separando pero que en realidad van de la mano. Esta cuestión epistémica es central para dar lugar a la pluralidad y diversidad de saberes que hay en juego, no es solo el saber científico que se reproduce en la escuela con los contenidos escolares.
—El año pasado se cumplieron los cien años del nacimiento de Paulo Freire y hubo mucha producción académica sobre su figura. ¿Cómo recuperar o actualizar ese legado?
—No solo producción sino mucho debate en torno a Paulo Freire, en el sentido de ponerlo a dialogar con las realidades actuales que no son necesariamente las que Paulo Freire vivió. Pienso en la avanzada de estas nuevas derechas, con todas sus particularidades. Al neoliberalismo lo vio, pero esta avanzada del neoconservadurismo es una novedad. En ese sentido me parece interesante el diálogo que se puede hacer entre Paulo Freire y otras perspectivas, como la investigación - acción participativa o el pensamiento decolonial. Y otra cuestión que salió y me parece necesario profundizar es en el legado metodológico de Paulo Freire.
—¿En qué sentido?
—Tal vez hay mucha reticencia a hablar del método freirearo porque se lo asocia a una técnica de alfabetización que reduce el potencial ético y político del pensamiento de Freire. Pero yo no lo digo en ese sentido, sino pensar cómo en Freire se abre una tradición epistemológica y metodológica en América Latina, y una ciencia antipositivista, comprometida y participativa. Esta idea del diálogo freireano de saberes abre un legado que es necesario recuperar y seguir pensándolo. Y una última cosa para agregar es darle lugar a las juventudes en relación a Freire, como sujetos que vienen reflexionando y reactualizándolo con sus prácticas y preocupaciones. Es necesario dialogar intergeneracionalmente y al mismo tiempo dar apertura al sentido que le dan las y los jóvenes con nuevos lenguajes, narrativas y estéticas. Freire es hoy una figura de disputa, porque hay una reivindicación de parte de las teorías críticas y de la educación popular, mientras las derechas lo entienden como un sinónimo de izquierdismo e ideologización. Ahí se juega el carácter político de la educación popular y ni hablar de Freire, porque no se puede pensar una pedagogía sin una política.