Una suerte de trasnacional conservadora de la que participan líderes políticos de al menos tres continentes se ha convertido en uno de los principales temas de análisis político. Como lo sostiene el catalán Steven Forti, el movimiento tiene una lista de nombres que va desde Trump hasta el presidente húngaro Orbán, pasando por los españoles de Vox y el bolsonarismo brasileño. La lista de países y agrupaciones políticas alcanzan organizaciones en varias decenas de estados.
La ciencia política y las relaciones internacionales debaten hoy la estrategia de la alianza, así como los niveles de organización alcanzados. A pesar de ello, no resulta fácil coincidir en el núcleo fundamente del fenómeno. ¿Qué mantiene unida la alianza?, es una pregunta a responder. No necesariamente todos participan de una concepción neoliberal ortodoxa en lo económico, pero sí todos comparten una simplificación de la diversidad y la desigualdad social y cultural. La misma concepción instrumental sostienen en relación a la democracia y a las instituciones públicas. Las mociones discriminadoras en múltiples ámbitos sociales, de género o clase suelen unirse a un nacionalismo racista vulgarmente expresado.
El objetivo de este artículo es abordar el fenómeno desde una clave educativa, básicamente porque es uno de los subsistemas fundantes de la democracia desde la modernidad en adelante. De hecho y para comenzar, nos resultó sorprendente que la Reunión de Ministros de Educación en la 3ª Conferencia Mundial de Educación Superior de la Unesco ni siquiera haga mención a la relación democracia-educación. ¿No tiene nada para decir la educación superior ante las emergentes disfunciones que muestran los sistemas de representación política y la consecuente crisis de gobernanza?
El 14 de octubre de 2016 publicamos en el diario La Capital una contribución que advertía sobre este particular fenómeno (“Trump y la new age educativa ”). Muy próximos a la elección de Trump como presidente de Estados Unidos, revelábamos la inquietante preocupación que representaba la seducción de una parte importante de la población por un pensamiento elemental, vulgar e irracional. La campaña presidencial de Donald Trump estaba plagada de consignas “simplistas” que navegan con comodidad en medio de una “audiencia” reñida de todo razonamiento complejo, más apegada a lo infantil o al “aprendizaje sin esfuerzo”. “Un muro” propuso el magnate como respuesta al problema inmigratorio mexicano.
¿Las sociedades actuales se ven atraídas por discursos superficiales?, ¿Será un problema sin solución para la gramática política tradicional?, ¿ Es la evolución natural del nuevo ecosistema tecnológico y cultural? Muchos analistas manifiestan que el resultado del referéndum inglés (brexit) no puede desvincularse de una pregunta mal formulada.
La educación como antídoto
El mejor antídoto tradicional que se encontró para este efecto indeseado fue la educación escolar. Consecuencia de ello, se consolidó en EEUU una pronunciada escisión cultural y territorial: o se era ilustrado de acuerdo a los estándares logrados en una exigente escolaridad pública o un bárbaro creyente apegado al acervo de las creencias. Los valores laicos y el irracionalismo piadoso eran partes de una batalla continental que tuvo su correlato en nuestras pampas con la gran dicotomía de civilización o barbarie. El corte indicado se podría observar claramente en un mapa. En la mitad del siglo XIX la proporción de niños escolarizados en los estados del norte sextuplicó a los del sur. La temprana intuición sarmientina hizo que nuestro país achicara distancias, más allá que el tiempo develara que la dicotomía norte-sur también tenía un cariz educativo.
Tradicionalmente los aprendizajes eran la correlación directa de un sistema educativo administrado en forma monopólica por el Estado. La escolaridad en conjunción con el trabajo y la familia producían en forma hegemónica los saberes significativos que toda persona requería para insertarse plenamente en la vida social, política y cultural. En cambio, en los escenarios políticos actuales el antídoto tradicional pareciera ir mostrando dudas o al menos signos de cansancio. De la “escuela” no siempre emerge el ciudadano previsible capaz de evitar las simples y superficiales seducciones.
La metamorfosis es profunda. Por primera vez, luego de dos siglos, el conocimiento no está administrado en su totalidad por el Estado. Aparece un porcentaje importante de aprendizajes desafiliados de la administración pública: son producidos por el mercado en alianza con la tecnología. La sorpresa se ensancha cuando son gratuitamente depositados en la esfera pública. Sobre este cúmulo de aprendizajes no existe evaluación ni orientación. Mientras el pensamiento crítico acumula esfuerzos buscando mercantilización intrainstitucional, no advierte el ensanchamiento de la “torta” distributiva del conocimiento y sus consecuencias. Es una enseñanza donde se prescinde de educadores. “Sé tu propio maestro, aunque no quieras”. Los individuos se adhieren al conocimiento en forma distraídamente natural.
"Aparece un porcentaje importante de aprendizajes desafiliados de la administración pública: son producidos por el mercado en alianza con la tecnología" "Aparece un porcentaje importante de aprendizajes desafiliados de la administración pública: son producidos por el mercado en alianza con la tecnología"
Este nuevo mapa de los aprendizajes constituye un cambio profundo de indudable relación con las conductas ciudadanas y por ello con la densidad de los sistemas democráticos. Siempre existió la iniciativa privada que colaboró con la educación, pero la administración y por ende el control público de los contenidos nunca se puso en duda y resulto indelegable. Hoy se habla de cisma o de “New Age de los aprendizajes”. Nicolás Carr en su libro Superficiales argumenta acerca de las influencias del nuevo ecosistema cultural y tecnológico, en las consecuencias intelectuales y culturales de nuestra época. Su conclusión: “Todos somos más superficiales a partir del zapping de conocimientos a lo cual nos somete Google”.
Surge así una “tribu de nuevos aprendientes”, que alguna vez le adjudicamos tres categorías (que aún estudiamos): los “effort-lees” (los sin esfuerzo), “los Ni-Ni”( los que no estudian ni trabajan, aunque pueden escolarizarse) y los “embrujados tecnológicos” (configurados y escondidos dentro de los dispositivos tecnológicos).
Es una creciente franja social consciente que puede convivir en los nuevos sistemas culturales, prescindiendo, aunque sea parcialmente, de los aprendizajes que se adquieren en el ámbito de la escolaridad. Han advertido que las nuevas sociedades se autocomplacen con aprendizajes espontáneos alejados de los cánones tradicionales. También observan que la ignorancia no se estigmatiza como tiempo atrás y se puede disimular fácilmente con la información que produce el nuevo ecosistema cultural y comunicacional. Como dice Henry Kissinger, hay una especie de “polvo inteligente” que produce el ciberespacio en conjunción con el mercado. Se ha generado un espacio de aprendizaje natural que nos adhiere siendo pasivos espectadores. Este lugar constituye un “nuevo orden natural” complaciente desde donde se mira el orden político con escepticismo y toda autoridad con ambigüedad.
El seguimiento de la emergencia fundamentalmente juvenil durante varios años nos permitió acuñar el concepto de “populismo del consumo”. Llamamos así a la alianza (¿táctica?) entre el omnipresente ecosistema de información y comunicación y la sostenida hegemonía de la economía de símbolos o “economía digital”. Su punto neurálgico es en una agresiva promoción del consumo con rentas marginales mínimas a cambio de una red de vigilancia y control. El mismo gurú de la economía digital Jaron Lanier advierte sobre el uso de la gratuidad como la gran estrategia de la economía para organizar la sociedad. Notables académicos, otrora colaboradores de Silicon Valley, alertan sobre la amenaza futura a la democracia como sistema y sobre la libertad como atributo de la personalidad. Como sostiene el propio Lanier, nadie imagino que “la libertad” que tanto costó conseguir, fuese hoy una ganga comprable por algunos centavos de dólar. El populismo del consumo es la sustitución de la sociedad por audiencias manejables y auditables. El fin de la historia es el fin de los pueblos y el nacimiento de los algoritmos. Para no pensar que hablamos desde ciencia ficción o desde algún moralismo decadente, vale la pena recordar los gritos de George Soros en Davos manifestando que “las redes sociales y las grandes compañías de internet influyen en cómo las personas piensan y se comportan, sin que los usuarios siquiera se den cuenta. Esto tiene consecuencias adversas en el funcionamiento de la democracia”. El populismo del consumo piensa millones de “yo” satisfechos: es la dominación convertida en felicidad.
A menudo vivimos bajo la fuerte percepción de estar en un sistema social azaroso donde las cosas cambian por generación espontánea. La “persona conectada” y distante de los cánones de la razón es el centro de estas nuevas manifestaciones. El Estado manifiesta sus dificultades para conducir un programa institucional aplicable sobre toda la sociedad, la cultura y la economía con valores otrora incuestionables como la justicia, la libertad o la soberanía.
¿Qué pasa cuando una ideología como la llamada “nueva derecha radical” se expande de forma intensiva? Vivimos el pasaje de las ideas que se leen a las ideas simplificadas y lineales que se pueden ver y oír. Esta ideología esta dirigida a un individuo que vive o se siente solo (Fukuyama) y que deambula huido y cansado de sí mismo. La ideología que se trasmite por medio de las TICs encierra él raro fenómeno de ser sencilla, alejada de lo complejo, accesible y a la vez profundamente discriminadora. Es una resonancia individualizada sin cobertura colectiva y envoltura racional. Gusta o no gusta; seduce o produce rechazo.
Las tribus de los nuevos aprendientes han ingresado de forma gravitante en el escenario político mundial. La política entiende y se incomoda por la escaza previsibilidad del nuevo “subsistema de educación administrado por las lógicas de mercado gratuita (gratuito en las formas tradicionales) que moldea una parte importante de las nuevas conciencias”. Añoran los tradicionales comportamientos ciudadanos formateados por la escolaridad.
Los cambios en las formas de aprender implican mutaciones sociológicas, políticas y culturales. ¿Podrá la escolaridad recuperar su significancia en la formación ciudadana y la democracia?, ¿Tiene convicciones el Estado para recuperar la administración hegemónica del mundo de los aprendizajes?, ¿Tendremos que convivir con esta novedosa fragmentación que repercute en las nuevas inestabilidades políticas y sociales?, ¿Las nuevas formas de aprender serán un nuevo elemento que incrementará la imprevisibilidad del orden político nacional e internacional?
Educación y democracia es un binomio inseparable. Con ella, los pueblos se explicaron y fueron conformando una identidad que implica pertenencia y lazos sociales que conforman la cultura.