Para Nicolás Arata, las ideas de política educativa de Milei —como el voucher— de nuevas no tienen nada. E incluso fracasaron en países de la región, como en Chile, con el saldo de mayor desigualdad y fragmentación social. Pero para este docente, investigador e historiador de la educación, la emergencia de estas ideas es también un llamado hacia el campo nacional y popular, que a su entender ha demostrado “una fuerte incapacidad para imaginar cuál es la escuela que necesita la Argentina para los próximos años”.
Presidente de la Sociedad Argentina de Investigación y Enseñanza en Historia de la Educación (Saiehe) y profesor de la Universidad de Buenas Aires (UBA) y de la Universidad Pedagógica Nacional (Unipe), Arata reflexiona con La Capital sobre el debate educativo de cara a las elecciones nacionales e invita a discutir “cómo se van a formar las próximas generaciones en un contexto global que se redibuja todos los días”.
—¿Cómo ves el debate electoral nacional, donde el tema educativo, al menos desde el financiamiento, logró colarse?
—En primer lugar, hay una falta de imaginación política y pedagógica sobre cómo tiene que ser la nueva escuela en la Argentina. Por un lado hay una vuelta a apelar a los vouchers, que es una idea vieja en América Latina. El principal antecedente de su implementación fue la dictadura de Pinochet en Chile, que dejó como saldo un sistema educativo que es el más fragmentado de América Latina, que explica el surgimiento del movimiento pingüino —estudiantes secundarios— que termina poniendo a Boric en la presidencia de Chile. En realidad esa propuesta lo que está planteando es un corrimiento del Estado en materia educativa y una mayor presencia del mercado en la forma en la que se articulan los vínculos entre la ciudadanía y la educación.
—¿Qué hay de nuevo en esa propuesta?
—Nada, es una reversión más radicalizada de los 90, aunque ni siquiera el menemismo se animó a tanto. Veo un escenario que se reedita pero que de nuevo no tiene mucho. Ahora, en esa reedición hay que poner algunos componentes de esta época. Por un lado, acabamos de salir de una pandemia que, aunque no queramos hablar del tema, dejó en el campo educativo una experiencia terrible de tránsito de los chicos por la escuela. Pensemos en los chicos que empezaban primer grado cuando se desató la pandemia, los que iban a la escuela a morfar, las experiencias de los están en contextos de ruralidad que no tenían forma de conectarse por celular y quedaron aislados de la formación. Todo eso está en este contexto presente. Y después lo que tenemos desde el campo nacional y popular es una fuerte incapacidad para pensar con imaginación cuál es la escuela que necesita la Argentina para los próximos años. Hay un marco legal muy bueno que es la ley de educación nacional, con una serie de principios y reivindicaciones que están muy en sintonía con las demandas de la época, pero que son ejes organizadores. Después vos a eso le tenés que dar vida con política y creo que eso es lo que hoy nos está faltando, una política educativa concreta, contundente que impacte en la vida de los pibes y las pibas para mostrarles que la educación les puede hacer una diferencia en sus vidas. Porque si la educación no muestra que puede hacer una diferencia en tu vida, ¿para que voy a perder siete años de mi vida en la escuela primaria y cinco en la secundaria? Tenemos que demostrar que la educación hace una diferencia.
—¿Y a qué atribuís que al campo nacional o al progresismo le cuesta dar esa respuesta?
—Por un lado, creo que le hemos puesto un énfasis, que nunca va a ser excesivo, a la reflexión crítica y a una mirada en clave de sospecha sobre cómo se instrumentan las políticas educativas. Y hemos ido dejando de lado la capacidad de imaginar cómo hacer frente a los desafíos que nos plantea la época y cómo las instituciones educativas tienen que repensarse frente a esos desafíos. Que no significa claudicar la función histórica que le fue asignada, pero sí tener la capacidad de reinventarse en ese contexto. Y también a los académicos nos está faltando humildad de sentarnos en una mesa sin cabecera a dialogar con las familias, con los pibes y con los funcionarios sobre cuáles son los desafíos. Vos leés los papers académicos y van por otra carretera a los problemas reales de la familias y de los chicos y chicas en la escuela. Con las excepciones del caso, porque no se puede generalizar, pero se descompuso la brújula del campo nacional y popular respecto del papel que tiene que tener la escuela. Si nuestra mejor respuesta sobre las políticas educativas es volver a la escuela de antes eso expresa una falta total de imaginación pedagógica, pero también una mirada nostálgica e ingenua de creer que si volvemos a esa vieja escuela de tiza y pizarrón vamos a hacer frente a los problemas que tenemos hoy.
—¿Pensás que la educación es un tema incómodo?
—Sí, y vuelven los tecnócratas. Hoy hay una tecnocracia friendly que te lleva a creer que la escuela ya fue y que ahora la respuesta está en la pantalla. Lo que hizo la pandemia fue acelerar ese proceso. El problema es que la pantalla no es un espacio inocuo, sabemos que detrás de eso hay empresas globales que lucran. Ahí también hay una cuestión que hay que poner sobre la mesa, que es la cuestión de la soberanía pedagógica. Tenemos que discutir cómo se van a formar las próximas generaciones de argentinos y argentinas con una mente emancipada, en un contexto global donde el mundo está redibujándose todos los días. Los países emergentes están tomando un protagonismo qué hace cinco o seis años no tenían, y eso tiene que estar acompañado de procesos culturales y educativos que vayan armando esa transición hacia un nuevo orden global. Nosotros estamos a veces tan atravesados por urgencias que a veces no vemos ni el mediano ni el largo plazo, y tenemos que empezar a verlo. Un espacio dentro del Ministerio de Educación que pueda pensar escenarios a mediano y largo plazo es fundamental para definir políticas educativas, sino vamos a estar solo atajando las urgencias que tenemos.
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Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
—En el plano educativo a veces se habla de una época de oro de la escuela argentina. ¿Cómo te llevás con esa mirada?
—Son miradas que romantizan la escuela del pasado. El primer dato que uno tiene que dar al respecto es que a lo largo del siglo XX tuvimos en la sociedad argentina más años de gobiernos de facto que democráticos. Y en alguna medida la escuela fue responsable de no transmitir suficientemente bien los valores de la democracia a generaciones de argentinos. Pero volviendo al comienzo, es la mirada la que construye la época de oro. Una mirada que reconstruye un pasado donde la escuela funcionaba bien y los maestros cumplían con su misión educativa. Pero desde el campo de la historia de la educación lo que hemos demostrado es que todas esas escuelas tuvieron infinidad de problemas, algunos parecidos a los del presente. ¿Cómo me llevo yo con esa mirada? Bueno, es una mirada que hay que deconstruir y hacer una revisión crítica.
—¿Qué tema creés que está ausente del debate educativo nacional?
—Creo que está faltando una posición más clara respecto de algunos asuntos claves. Uno es la indelegable responsabilidad del Estado en materia educativa. Es decir, que el Estado va a estar presente y garantizar que se cumpla el presupuesto educativo. En segundo lugar, tenemos que volver a reinventar políticas universales como la de Conectar Igualdad. Y en tercer lugar, es fundamental una recomposición salarial docente. Sin sueldo digno es imposible pedirle a las trabajadoras y trabajadores de la educación que se carguen la tarea titánica —con el agravante de lo que fue la pandemia y los años del macrismo— de lograr una remontada de casi diez años de atrasos y desaciertos en materia educativa.
—Alguna vez propusiste un Congreso Pedagógico con los temas del siglo XXI. ¿Lo ves posible en este escenario electoral?
—El año que viene se cumplen 140 años del Primer Congreso Pedagógico, que tuvo lugar en una Argentina con un gobierno conservador como el de Roca. Lo del Congreso puede ser tomado como una metáfora, pero sí nos faltan espacios de conversación, un lugar en donde se pueda hablar de educación, como punto de partida para poner en valor lo educativo. Aquello de lo que no se habla termina siendo corrido del centro de la agenda pública y por ende es un problema que cada uno tiene que resolver por su cuenta. Y cuando vos no pones el asunto en el centro de la agenda el que entra es el mercado, que está todo el tiempo operando para entrar a un espacio que ve como uno de los más fenomenales mercados que existen en el mundo. Todo el mundo necesita y demanda educación, desde los primeros años de vida hasta la universidad. Ahí tenés que tener una agenda proactiva que marque la cancha de las discusiones. Si no la tenés otros ocuparán ese lugar, si vos te corrés otro te ocupa el lugar. Eso es lo que está haciendo el candidato Milei, ocupando un lugar con ideas viejas y perimidas que se han practicado y han fracasado. Se le ha dejado a la derecha la posibilidad de avanzar sobre el terreno educativo de una forma muy preocupante.
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Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Tres libros para pensar la historia de la educación argentina
Nicolás Arata acepta la difícil propuesta de recomendar tres libros sobre la historia de la educación. “Hay muchos otros e importantes que han salido en los últimos años, pero estos son introductorios”, advierte.
• Educación y sociedad en la Argentina, de Juan Carlos Tedesco: “Es un libro clásico que se reeditó hace poco y que está en acceso abierto para descarga libre y gratuita en la página de la Unipe. Es una obra que plantea por primera vez una hipótesis como clave de lectura para abordar la historia de la educación y lo trata de sustentar a partir del análisis de fuentes. Si bien tiene una tesis que hoy es muy discutida, si no está en la formación de las nuevas generaciones es un problema. Es un libro que en algún punto ya es un clásico, que ha sido «superado» por otros pero que sigue cumpliendo una función en términos de formación muy importante”.
• Qué pasó en la educación argentina: breve historia desde la conquista hasta el presente, de Adriana Puiggrós: “Se vende como un manual pero para mí es un ensayo de acercamiento a la historia de la educación argentina. Puiggrós es de las mejores plumas en la materia en nuestro país, forma parte de la generación de los grandes ensayistas argentinos, con Horacio González, Nicolás Casullo y tantos otros”.
• La educación en la Argentina: una historia en 12 lecciones, de Nicolás Arata y Marcelo Mariño: “Se ha usado muchísimo en los institutos de formación docente y en las cátedras de las universidades nacionales. Es un libro que cuando lo escribimos con Marcelo Mariño lo pensamos sobre la base de organizar un recorrido de lectura a lo largo de doce semanas (de allí las doce lecciones) que es más o menos lo que dura un cuatrimestre. Lo pensamos desde un lugar de profes, recuperando nuestros apuntes de muchos años de dar la materia. Organizamos las actividades y les sumamos una serie de materiales y fuentes para poder acompañar esa lectura”.