"El hecho pedagógico es siempre un acto subversivo frente al orden injusto, al posicionarse al lado de los más frágiles e invisibles"
—¿Cómo se logra eso?
—La palabra amorosa del docente abre un territorio simbólico de esperanza: “Deseo saber de vos, contás conmigo, juntxs saldremos adelante, si no tienen internet en casa te vamos a alcanzar cuadernillos, no te preocupes, cuidate y cuidémonos”. Teniendo presente que la institución escolar está inscripta en condiciones sociohistóricas particulares, esta pandemia representa una metáfora y un llamado de alerta frente al proceso de deshumanización que atravesamos en sociedades del capitalismo salvaje. Pandemia que le quita el velo a la desigualdad que, en tanto que ordenamiento económico pero también sociocultural y afectivo, obtura la posibilidad de desarrollarnos como soñamos. Se agudizan fenómenos de larga data que son evidentes para quienes trabajan cotidianamente en las escuelas: pobreza, hambre, racismos, estigmatización. El sufrimiento es constitutivo de la experiencia epocal y las escuelas están asumiendo el desafío de protección de las infancias y juventudes. Estamos atravesando una zona de turbulencia que requiere extremar cuidados para preservar la vida. Las escuelas siempre han sido afectadas por el dolor social y es importante destacar que se mantienen de pié, con las evidentes complejidades, dado que portan una memoria pedagógica que les posibilita ayudar a reparar las heridas sociales. En la escuela se aprende sobre la idea de patria, esto es, a alojar con hospitalidad al otro, en principio un extraño, y a asumir la responsabilidad en la construcción de un mundo común. La escuela colabora para atenuar uno de los efectos del desgarramiento de los tejidos sociales que es la siembra de temor y desconfianza hacia el otro, sentimientos desubjetivantes que están lejos de beneficiar al desarrollo de la sociedad.
"La pandemia es un llamado de alerta frente al proceso de deshumanización de sociedades del capitalismo salvaje"
—¿Qué rol cumple entonces hoy la escuela?
—La escuela educa para la convivencia democrática, nos forma en comunidad, traspasando los muros simbólicos que levantan las sociedades divididas. Precisamente, la confianza hacia el semejante, sin distinción, es un elemento estructurante de los lazos sociales y permite ensanchar la red afectiva: aprender a mirarse en y desde los ojos del otro mediante el reconocimiento mutuo. Es una institución que tiene como promesa la igualdad desde un horizonte de justicia escolar. Donde se pueden generar las condiciones institucionales para trabajar las relaciones de proximidad simbólica intentando construir herramientas culturales para derrumbar ese muro que separa un nosotros (superiores) de un ellos (inferiores). Sostener entonces en el mientras tanto, en la distancia física, y al regreso presencial la invitación a que los actores de la vida escolar continúen ligados entre sí involucra una pedagogía del cuidado. Las relaciones de respeto y cuidado implican interdependencia y reciprocidad. Nos respetamos y cuidamos mutuamente. La escuela es una institución socializadora donde se aprende sobre el cuidado de sí y de los demás.
—De las prácticas docentes que se desarrollaron en este tiempo, ¿cuál le llamó la atención?
—Leyendo relatos de docentes de escuelas rurales latinoamericanas (indígenas), de quienes tenemos mucho que aprender, siempre me conmovió observar cómo, en condiciones de exclusión social, la institución escolar era vivenciada por los actores como un espacio de resistencia cultural y de abrigo ante la intemperie. “Sacar adelante a los niños y niñas”, obstinadamente, surgía como principio ético político sostenido por las y los docentes rurales. La cultura afectiva escolar “apapacha”. Es “apapacho” una voz de origen náhuatl que significa “acariciar con el alma”. Al respecto, me conmovió escuchar a una directora de una escuela albergue de una provincia, de las pocas que están regresando a las clases presenciales, relatando en una entrevista que dio en un medio masivo de comunicación historias sobre la fragilidad de la vida de sus estudiantes y familias, abriéndose camino a caballo o mula, atravesando parajes inhóspitos, hasta llegar a la escuelita. Y ponía el foco en el inconmensurable valor simbólico de la escuela como bastión de lo público para la construcción de una autoestima personal y social que permite soñar con otros destinos. “Necesitábamos volver porque nos necesitan y nos extrañamos mutuamente”, confesaba emocionada entre sollozos que se advertían detrás del barbijo. Los protocolos sanitarios refieren a políticas públicas y prácticas institucionales solidarias de cuidado. Para cuidarse hay que aprender a valorar la propia vida y la de los demás que conforman nuestra comunidad. De hecho, la Educación Sexual Integral (ESI) tiene un eje que propone valorar la afectividad. Es momento entonces de recuperar la experiencia acumulada para que los protocolos formales burocráticos de distanciamiento sanitario se transformen en renovadas prácticas ritualizadas de proximidad pedagógica.
"La escuela posibilita construir esperanza ayudando a la elaboración de las narrativas del sufrimiento social"
—En tiempos donde se habla de protocolos sobre el regreso al aula, ¿qué lugar debería tener la dimensión emocional?
—La experiencia inédita que nos toca vivir ha puesto de relieve que nuestra condición humana misma es posible en virtud de la certeza de la otredad. Es decir, que la posibilidad de sentirnos en compañía está en el corazón de la convivencia ciudadana. Somos seres interdependientes. En las prácticas del currículo oculto de emergencia, sobresalen las experiencias de cercanía afectiva. La estructuración de una trama emotiva va mucho más allá de las paredes y es por ello que se extraña la escuela. Se añora una ausencia de algo (la vida cotidiana escolar) o alguien valioso (amigos, compañerxs, docentes). Ese sentimiento de añoranza da una percepción de continuidad, el deseo de recuperar lo momentáneamente perdido. El otro tiene una presencia material pero también una presencia simbólica. Sostener la esperanza de retornar abre un horizonte en la incertidumbre. Si bien es cierto que nada reemplaza a los vínculos de presencialidad corporal, la mirada protectora de la escuela, incluso en la virtualidad, simboliza un sostén emocional, un lugar simbólico donde amarrarse subjetivamente. En el particular cruce entre la presencialidad y la virtualidad de la experiencia escolar que estaremos construyendo en lo sucesivo (todo parece indicar que vamos hacia un sistema mixto, al menos a mediano plazo) necesitamos abrazar la idea de reparación simbólica.
62147452.jpg
Carina Kaplan, doctora en educación.
—¿Qué significa eso?
—Ello significa ayudar a tramitar el dolor emocional. Junto con los necesarios protocolos sanitarios es preciso recrear experiencias de revinculación, de reencuentro, imaginando otras formas de convivencia que mantengan latiendo el corazón de la escuela que es el aprendizaje en la convivencia. Podemos afirmarnos entonces en el hecho que desigualdad y subjetividad son fenómenos imbricados. Lo cual torna necesario focalizar la atención en los procesos sociopsíquicos y socioemocionales que se despliegan: miedos, pérdidas, sentimientos de exclusión, de humillación, de inferioridad. Comprender y abordar la estructuración emocional de los actores de la comunidad educativa significa afianzar el papel de la escuela de tramitación del dolor social y sus oportunidades de reparación simbólica.
—¿Hay que priorizar los contenidos académicos o dar más espacio a la cuestión vincular?
—Desde una perspectiva sociohistórica y cultural, podemos afirmar que las estructuras emocionales y las estructuras sociales son las dos caras de una misma moneda. Ello significa que las emociones pueden ser comprendidas si y solo si se imbrica la dimensión estructural material de lo social con la producción de la subjetividad. La escuela posibilita construir esperanza ayudando a la elaboración de las narrativas del sufrimiento social. Donde el miedo se pueda transformar en esperanza de vida. En la obra de Norbert Elias se destaca la posibilidad de sentir miedo como un rasgo invariable de la naturaleza humana. Aunque también destaca que la intensidad, el tipo y la estructura de los miedos que laten o arden en el individuo aparecen determinados siempre por la historia y la estructura real de sus relaciones con otros humanos, por la estructura de su sociedad y se transforman con ésta. Tal vez, nuestro mayor desafío en el presente sea el de avanzar en la construcción de condiciones educativas, curriculares y socioafectivas, que contribuyan a revertir las profecías de fracaso que se ciernen, en especial, sobre niños, niñas y jóvenes de sectores sociales desfavorecidos. Ampliando recursos simbólicos que permitan armar nuevas escenas frente a una realidad difícil de tramitar en soledad. Abandonando por fin viejas rupturas entre el contenido académico y el contenido socializador del proceso de escolarización. Si hay una lección que nos deja esta experiencia inédita es que no se puede escindir lo académico de lo vincular. Sin afectividad, sin afectación subjetiva, sin movilización emocional, no hay posibilidad de estructurar una trama que promueva los procesos colaborativos y fraternales de enseñanza y aprendizaje.
302_LC_76194338__21-08-2020__0x0.jpg
Formosa fue una de las primeras provincias del país que reinició sus clases de manera presencial en pandemia.
LA FORMACIÓN DOCENTE Y EL VÍNCULO DONDE "LO COTIDIANO SE VUELVE MÁGICO"
La formación docente y la experiencia que se desarrolla en los profesorados es otro de los puntos que analiza Kaplan. “Lo primero que me pasa por el cuerpo —dice la pedagoga— cuando pienso en la formación docente en este escenario de trauma social es la necesidad de expresar públicamente el enorme agradecimiento a las generaciones venideras, y particularmente a nuestra juventud, por seguir eligiendo la docencia como opción laboral y de vida. Ello da esperanza”.
En este sentido, la autora de La vida en las escuelas (Homo Sapiens Ediciones) y La inteligencia escolarizada (Miño y Dávila) dice que invitaría a los docentes en formación a recuperar y recrear “una valiosa tradición pedagógica de matriz crítica que se ocupa de interrogar radicalmente a las instituciones educativas, en preguntar quién se beneficia con sus prácticas dominantes curriculares, de enseñanza y evaluación, en analizar el tipo de relaciones pedagógicas que promueve”.
“Junto con la interrogación —agrega— se propone pensar qué se podría hacer de diferente, se hace preguntas provocadoras sobre qué debería cambiar. A la vez que recupera narrativas de docentes y estudiantes que son alternativas pedagógicas que interrumpen las relaciones de dominación”.
En lugar de hablar de la escuela en mayúscula y en singular, Kaplan sugiere optar por nombrar a las escuelas en minúscula y en plural, “para reconocer que, si bien hay similitudes y recurrencias en todas las instituciones educativas, cada una construye desde su singularidad, lo cual invita a colaborar para fabricar el porvenir”.
A los fines de aprovechar la experiencia acumulada en estos meses, la investigadora propone que en las clases de los profesorados se pueda documentar y socializar lo que cada una de ellas ha construido y puede aportar. “En medio de tanto nuevo por armar, en un tiempo lleno de incertidumbres que requiere de flexibilidad, de toma de decisiones creativas, y de una apuesta atenta a lo que vendrá, se trata de recuperar y valorar las experiencias particulares transitadas por cada escuela, las que les han permitido sostener los aprendizajes y los vínculos, para potenciarlas, y desde allí, pensar, a qué escuela volver, qué encuentros generar y que prácticas dejar atrás”, dice. También insta a que retomen de la literatura pedagógica “aquella que construye una mirada del estudiante que otorga valía social”, porque “la mirada posee una innegable fuerza simbólica en la constitución de la autoestima ya que las y los niños se miran en ese espejo”, y “la mirada del educador da valor o lo quita”.
“Los futuros docentes serán los artífices del legado de transmisión, de dejar huella a través de los pequeños grandes gestos de la experiencia humana escolar”, apunta Kaplan, para quien “es en el vínculo intra e intergeneracional donde, como cantaba Mercedes Sosa, lo cotidiano se vuelve mágico”. Por eso invita a asumir que serán “arquitectos constructores de la escuela que vendrá”.