Faltan algunos minutos para las cinco de la tarde y Rosy e Ivana caminan la media cuadra de distancia entre el merendero de Barra al 3400 y la Escuela Nº 1.318 de la comunidad Eva Perón. Llevan en sus manos una cartulina verde manzana con un texto escrito con fibrón negro que dice: “Apoyo escolar gratuito. Merendero la Mami Zulma. Lunes y martes de 17 a 19. Barra 3458”. Eligen un lugar visible en el hall de entrada de la primaria y lo pegan con cinta. Un grupo de madres que esperan la salida de sus hijos siguen la escena con interés y leen de lejos el cartel. Antes de irse, las seños del merendero aprovechan y las invitan a enviar a sus chicos a este espacio barrial gratuito de acompañamiento a las infancias.
En el barrio Moderno todos conocen el nombre de Zulma Lugones. La madre de todos y abuela del corazón de los pibes y pibas, y que militó toda su vida para la gente. Durante años dio leche y comida en su casa ubicada en esa barriada del oeste rosarino y desde hace seis que el comedor de la Mami se trasladó al ingreso de la vivienda de Noelia. Una de sus nietas. Porque Zulma tuvo 17 hijos y 70 nietos. Y la cifra se multiplica como un eco con esos familiares del corazón. Aquellos a quienes Zulma abrazó como propios hasta sus últimos días. Nació en Resistencia (Chaco) en octubre de 1945 y falleció en junio de 2021 víctima del coronavirus.
De lunes a viernes el merendero da la copa de leche a unos 120 chicos y chicas del barrio. Y los jueves por la noche un grupo de mujeres militantes preparan raciones de comida para casi 200 personas. “El merendero de la Mami Zulma es todo, tanto para nosotros como para la gente que viene a buscar la leche y la comida”, dice Ivana Suárez, una de las mujeres que aporta sus brazos para sostener el espacio. Los martes y jueves con la leche entregan además un pedacito de pan casero, una torta o bizcochuelo.
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Rosy e Ivana colocaron un cartel en la escuela de Barra y Saavedra, para invitar a las familias a las clases de apoyo.
Héctor Rio
Pero la preocupación de “la Mami” por los chicos y las chicas traspasó la comida. Había que ayudarlos a sortear las dificultades de la escuela a distancia: la conectividad, los tiempos y espacios de estudio, la ausencia de presencialidad. Entonces les propuso a Ivana y a Rosy González si no se animaban a dar una mano a la pibada de barrio Moderno. “Ella nos dijo si podíamos venir a dar clases de apoyo y enseguida le dijimos que sí. Porque es también un lugar de contención para los chicos que llegan a su casa, tiran la mochila y por ahí la tarea no se realiza. Entonces llegan acá y nosotras les damos una mano donde podemos. Y además les damos una merienda antes de que empiecen”, cuenta Ivana. A su lado, Rosy asiente y recuerda que la propuesta arrancó en un tiempo más crudo de la pandemia: “Con las clases virtuales había algunos que no tenían para hacer la tarea, era todo por celular y nosotras nos encargamos de ayudar en lo que le faltaba a los chicos para terminar la primaria o que no vayan a pasar de grado sin saber bien las cosas”. Dificultades para leer, escribir o aprender las tablas de multiplicar fueron algunos de los problemas que detectaron en esos chicos y chicas de primaria que necesitaban un lugar donde reforzar los aprendizajes necesarios.
"En barrio Moderno todos conocen el nombre de Zulma Lugones, la madre de todos y abuela del corazón de los pibes y las pibas de la zona” "En barrio Moderno todos conocen el nombre de Zulma Lugones, la madre de todos y abuela del corazón de los pibes y las pibas de la zona”
Consiguieron los banquitos gracias a una donación de La Fábrika, un centro productivo de economía popular de la zona norte. Y así arrancaron. El año pasado llegaron a tener un promedio de 14 o 15 chicos en las clases de apoyo, muchos de ellos con materias a proceso. Pero ahora es marzo, las clases recién arrancan y solo un puñado de nenes y nenas se sientan en los banquitos del merendero para la clase de apoyo escolar de todas las materias de primaria, ya sea lengua, matemática, ciencias sociales o naturales. Las seños Rosy e Ivana los siguen de cerca. No se despegan ni un ratito. Están para lo que necesiten, lo que sea. Para ayudarlos en alguna tarea puntual de clases, para animarlos a resolver un problema y también para escucharlos. Sí, porque más allá de los alimentos o un ejercicio escolar, Ivana y Rosy dicen que el merendero es sobre todo un espacio de acompañamiento. Desde la escucha o desde la pregunta amorosa. “Hay muchos chicos que son muy cerrados, y en ese caso tenemos que estar ahí abarcando un poquito más, porque como que les da miedo a hablar o tienen vergüenza. Pero los llevamos de a poquito, para generar confianza, por si tienen algún problema que sepan que puedan hablar con nosotras, porque a la mayoría de los chicos que vienen los conocemos”, apuntan.
“Seño, seño, ¿como es esto?”, pregunta uno de los nenes y lo asisten al instante. Ellas aclaran: “No somos maestras, pero algo siempre se puede hacer”. El Día de la Memoria no pasó desapercibido en el merendero y esta semana trabajaron con el cuento La planta de Bartolo, de Laura Devetach. Porque el ejercicio de la memoria y la identidad también es un derecho de las infancias.
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La mirada y la escucha atenta y amorosa, pilar del acompañamiento que sostienen en el centro de barrio Moderno.
Héctor Rio
Por los barrios
El que funciona en el merendero de barrio Moderno es uno de los 27 centros de apoyo escolar que forman parte del espacio educativo del Movimiento Evita de Rosario. Algunos más asentados, otros en proceso de construcción. Pero todos anclados en las barriadas populares de la ciudad, como el que funciona en el comedor Sueños Cumplidos (zona sur), el del Centro Comunitario Floreciendo Esperanza (barrio Godoy), los merenderos Creciendo Juntos (Piamonte) y La Chiqui (noroeste), o los centros culturales El Pampero (Godoy), Casa Pueblo (Saladillo) y La Gloriosa (La Lagunita), por citar solo algunos. Cada quince días los referentes de cada espacio de apoyo escolar se reúnen para intercambiar experiencias, plantear preguntas, buscar soluciones colectivas y seguir capacitándose. Y sobre todo organizar cómo seguir presentes en los barrios.
Maitén Ferreyra es la responsable de educación del Movimiento Evita y cuenta a La Capital que además de estos sitios de apoyo escolar, desde hace varias semanas comenzaron con un nuevo relevamiento por los distintas zonas donde tienen trabajo territorial. Un movida bajo la consigna “Todos a la escuela” para conocer la situación educativa de niñas, niños y adolescentes, y realizar un seguimiento de sus trayectorias educativas. Saber de primera mano si los nenes y nenas pudieron volver este año a clases.
Pero no son los únicos. En cada barrio, y sobre todo desde el inicio de la pandemia, fueron germinando en vecinales, comedores y centros culturales muchos espacios de apoyo escolar, a cargo de organizaciones civiles, sociales, políticas, gremiales o religiosas.
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Noelia es nieta de Zulma y está a cargo del merendero. En su brazo, un tatuaje que recuerda a su abuela.
Héctor Rio
La mami del corazón
Abraham tiene siete años y está sentado al frente, con la cabeza gacha sobre una hoja donde garabatea unos dibujos. Detrás está Melanie (10), que practica las tablas. “Con lápiz hacelo, así si te equivocás lo podés borrar”, le sugiere una de las seños. A su lado, Ián (9 años) transcribe oraciones en cursiva. Reina un completo silencio en el merendero. Están concentradísimos. Detrás del grupo, los cobija un imponente mural a colores de una Mami Zulma sonriente, un retrato inspirado en una bella imagen tomada por la fotógrafa Candela Robles para la serie “Femimasa” de Redacción Rosario.
“La Mami Zulma era todo para el barrio, era la abuela de toda la gente. Si le preguntás a cualquier persona de acá te va a explicar quién era ella. Era amable, especial, tenía todo lo que tiene que tener una buena persona”, dice Noelia Pereyra, dueña de casa y nieta de la creadora del espacio. “El merendero —cuenta Noelia— primero estaba en su casa, pero después ella necesitó ayuda y yo le di mi espacio porque no lo ocupaba y ahí empezamos a trabajar. Ella se encargaba de la política y yo de acomodar a las chicas. Como que ella era la cabeza y yo los brazos. Pero hace nueve meses ella falleció, tuve una reunión con las chicas para ver qué íbamos a hacer y ellas me sacaron adelante a mí y yo a ellas. Y acá seguimos”.
"Cada quince días los referentes de cada espacio de apoyo escolar se reúnen para intercambiar experiencias y buscar soluciones”
Noelia hace una pausa y recuerda que Zulma amaba estar en el merendero. La recuerda riéndose, bromeando con las chicas o jugando mientras cocinaban para el barrio. Desde la muerte de su abuela, Noelia está a cargo del merendero. Dice que es la primera vez que habla frente a un medio sobre ella. Era su abuela, es cierto, pero en ese lugar además era su compañera, como el resto de las chicas: “Cuando yo no andaba bien ella me sacó del pozo y me puso acá al frente de esto, confió en mi y yo en ella. Y como puedo la remo y seguimos, porque no quiero defraudarla. Es lo que ella quería”. Hablar de Zulma en pasado la conmueve. Porque es el espacio que su abuela soñó y concretó desde el compromiso militante y colectivo junto a muchas voluntades que se sumaron al merendero. En su brazo derecho, Noelia tiene tatuado el dibujo de un colibrí y debajo una frase: “Tus risas y tus palabras son tesoros en mi mente”. Hay una leyenda maya que dice que el colibrí es un pájaro creado por los dioses para llevar mensajes y buenos deseos de un lugar a otro. Algo de eso es lo que siente Noelia con su abuela y el colibrí. Dice que en estos meses en más de una ocasión una de estas aves se le apareció en lugares y momentos justos. Y sobre todo en los más necesarios, como la historia misma de Zulma.