De pie. Así fue la ovación que acompañó el final de la proyección del viernes de la película "Metrópolis" y que se extendió por varios minutos en una sala La Comedia absolutamente colmada (las entradas se agotaron enseguida y hubo que programar una nueva función para el sábado a la tarde). Semejante repercusión para una película muda de dos horas y media de duración, a 85 años de su estreno, puede sonar desmedida, sin embargo hubo tres razones fundamentales que explican el suceso: el valor de ver una película con fuerte legado social y de alto vuelo artístico; la posibilidad de presenciar en forma completa una joya que parecía perdida; y la musicalización fina de Fernando Kabusacki.
Probablemente se trate una de las películas más ambiciosas de todos los tiempos. Una combinación de espectáculo grandilocuente y desmesurado con un fuerte trasfondo social.
Sus imágenes no han perdido nada de impacto. Todo lo contrario, la excelente calidad de la restauración y la pantalla grande no hacen más que amplificar la extraordinaria fotografía y el increíble, ya mítico, diseño artístico. A esto se suma una ideología sinuosa que enmarca el relato en un mundo de obreros explotados por ricos ociosos y que tira dardos para todos lados, reniega de ideas revolucionarias y propone un por lo menos discutible pacto social. Esa ambigüedad quizás pueda explicarse por la relación de su guionista, Thea Von Harbou (que terminó adhiriendo al nazismo) y su director Fritz Lang (que terminó escapando del mismo régimen).
En ese marco de ficción, el protagonista, Freder (Gustav Frölich), hijo del gran cerebro de la ciudad, se conmueve al ver la vida que llevan las clases bajas, en particular María (una Brigitte Helm con unos ojos de puro cine) y termina mediando entre esos dos mundos tan estructurados.
La versión conocida de esta película fue una versión reducida, ya que en su momento se consideró que la extensión de la obra atentaba contra sus posibilidades comerciales (de todas formas fue un fracaso que casi lleva a la quiebra a su empresa productora). Las escenas eliminadas se creyeron perdidas para siempre, pero en 2008 fue hallada una versión completa en Argentina, lo que posibilitó una restauración final que suma 25 minutos inéditos. La calidad de este material queda muy por debajo del resto de la película, ya que no pudieron recuperarse los negativos, pero su valor es enorme, mérito del afán de Fernando Martín Peña por recuperar joyas perdidas.
Pero lo que realmente transformó la función en un espectáculo único e irrepetible fue el brillante desempeño de la National Film Chamber Orchestra, comandada por Fernando Kabusacki, junto a Fernando Samalea (bandoneón, batería y percusión), César Franov (bajo y electronics), Mariano Suárez (trompeta y flugelhorn), Luis Suárez (flauta) y el Arre Ensamble de Cellos, dirigido por Claudio Peña.
Lo que lograron estuvo a la altura de semejante desafío y consistió en una notable fusión entre lo clásico y lo moderno, que se ajustó a la perfección al clima de cada escena sin dejar de lado la improvisación, generando una saludable sensación de que algo estaba ocurriendo en ese preciso momento, reforzando el efecto hipnótico de la película y dando la acertada nota presente para acompañar una obra maestra del pasado que se animó a vislumbrar el futuro.