Rara, como encendida, la presidenta de la Nación ha transitado los últimos días de la transición lejos de los usos y costumbres de los jefes de Estado que dejan el poder con las puertas abiertas, las luces encendidas y con gestos de convivencia. Al fin, Cristina decidió ser ella misma: no se permitió hasta aquí ninguna transgresión a su estilo tenso, riguroso y, a veces, dramático.
Aunque dentro de pocos días Cristina estará afuera del gobierno y del poder, los episodios que hora a hora van coloreando esta transición la muestran con el mismo estilo que adoptó luego de ser reelecta, en 2011. El ejercicio del poder es para ella una prueba de carácter diario, cotidiano. Aunque se trate del ámbito del traspaso de la banda y el bastón, en todos lados una cuestión protocolizada más por el sentido común que por los caprichos.
Desde el 22 de noviembre hasta hoy, con presidente en funciones y presidente electo, el día a día ha sido a salto de mata. Aunque las circunstancias hayan cambiado, la fábula del escorpión y la rana sigue pegada como una oblea en la personalidad de la presidenta.
Una duda casi metafísica recorre los pasillos: ¿por qué se niega a ponerle a Mauricio Macri la banda y el bastón en el Salón Blanco de la Casa de gobierno?
Algunos dijeron por estas horas que Cristina identifica ese ámbito con los presidentes del pasado, recordando que Néstor Kirchner y ella juraron y recibieron banda y bastón en el Congreso. Otros creyeron ver en la decisión un intento por tener copados los palcos del Congreso con militantes kirchneristas.
La motivación más pintoresca fue escrita en el diario Clarín por Julio Blanck: "Ustedes no entienden. Ella jamás va a entrar ni a salir de la Casa Rosada sin ser la presidenta", le confió una fuente.
Una cuestión de estilo. El culebrón político alrededor de la sede del traspaso y sus símbolos puede explicar más que decenas de miles de palabras una manera de concebir el liderazgo por parte de Cristina. Y nadie podrá decir que se traicionó a sí misma desde que el 27 de febrero de 2012, en Rosario, exclamó "vamos por todo", en medio de un discurso de la intendenta Mónica Fein por el bicentenario del primer izamiento de la bandera.
Ese estilo que le permitió no oficiar de pato rengo en el crepúsculo de su mandato y gobernar con rienda firme fue el que, sin embargo, le hizo perder las elecciones y el gobierno al Frente para la Victoria. Si alguno esperaba un cambio de formas de parte de Cristina, se equivocó.
Por el lado del gobierno que viene, y salvo los vaivenes del traspaso, Macri ha logrado casi todas las cosas que se propuso para la previa a su asunción. El gabinete ya está conformado en sus grandes trazos, Emilio Monzó será el presidente de la Cámara de Diputados y Federico Pinedo el presidente provisional del Senado, cargos clave a la hora de merituar la sucesión presidencial.
Debe decirse que en los casos de Monzó y Pinedo el peronismo en su conjunto tuvo una actitud madura y no opuso resistencia a que se cumplan los usos y costumbres que se producen cada vez que llega un nuevo tiempo: avalar que el presidente tenga referencias propias en la Cámara baja y en la Presidencia Provisional del Senado.
Habrá que esperar para saber si el remanente del actual gobierno se mantiene en funciones o si, al final, baja una orden de Cristina que modifique la continuidad de Alejandra Gils Carbó en la Procuración, Martín Sabbatella en la Afsca y Alejandro Vanoli en el Banco Central. Vanoli pareció dar señales sobre una salida del cargo.
Aunque desde el PRO dijeron que "es una decisión tomada" la partida de esos funcionarios —el otro es Tristán Bauer, en Radio y Televisión Argentina— no será una cuestión de tránsito fácil.
Por afuera de esos derroteros y de la puesta en escena del futuro gabinete, la primera decisión institucional de Macri, aun sin haber asumido, fue el viaje relámpago que hizo el viernes a Brasil y Chile. El objetivo de máxima del líder del PRO es intentar formatear un nuevo liderazgo en América latina que rompa con cierta linealidad a la hora de los posicionamientos con otros países de la región.
En ese sentido, no fue inocente la declaración de Macri instando a otros países de la región a condenar a Venezuela por los presos políticos en el ámbito del Mercosur. La jugada presenta complicaciones porque Brasil no la comparte. Uruguay y Ecuador también tomaron distancia a la hora de aplicar la cláusula democrática del bloque regional.
Sin embargo, el propósito de Macri es instalarse como la primera referencia de fuste, atento a que su triunfo en Argentina es visto como una cabecera de playa de un proceso de cambios en otros países de América latina. Al margen de "sueños latinoamericanos" y objetivos de mediano plazo, Macri deberá resolver desde el 10 de diciembre no pocos entuertos del aquí y ahora.
El gran debut. En ese punto de partida el bautismo de fuego con la Argentina real llegará a la hora de que se reabran las paritarias; nada que no haya pasado con presidentes anteriores. Por las dudas, Hugo Moyano ya avisó: quiere un piso de 28 por ciento de aumento.
El otro gran frente que deberá atravesar el futuro mandatario tiene que ver con la política, y viene de la mano de otra palabra cargada de interpretaciones: gobernabilidad.
El subtexto de los movimientos políticos de los últimos días muestra que el jefe de Gobierno porteño decidió avanzar en un acuerdo no escrito con Sergio Massa.
Tal como se escribió en esta columna antes del ballottage, la llave que abrió todo el proceso se dio en provincia de Buenos Aires, donde el massismo logró colocar a Jorge Sarghini como presidente de la Cámara de Diputados. Allí, María Eugenia Vidal necesitará aval permanente del Frente Renovador para que puedan pasar sus proyectos de ley.
En paralelo, Macri designó al ex lilito y ahora massista Adrián Pérez como secretario de Asuntos Políticos del Ministerio del Interior. ¿Si esto no es un acuerdo, el acuerdo dónde está?
Pero, Macri no sólo deberá apostar a la viabilidad de las relaciones con el massismo. El amplio abanico del peronismo, que quedará despanzurrado afuera del poder nacional, operará también como un objeto de seducción.
Cuanto más dividido esté el abanico peronista, más chances tendrá el futuro gobierno de operar con ellos a cielo abierto.
Lo empírico es que el jueves, luego de 12 años marcados con trazo grueso, el kirchnerismo deja el poder.
Como contraplano, la larguísima transición santafesina muestra a Miguel Lifschitz dispuesto a construir legitimidad tras el escenario de tres tercios que dejaron los resultados. En las últimas horas, Lifschitz se reunió con Miguel Del Sel y Omar Perotti. Ayer, mantuvo un encuentro con una veintena de intendentes peronistas.
La resolución de la Corte Suprema respecto de los fondos reintegrables cambió el clima y acicateó los ánimos del ex intendente. Con ese fallo, pareció haber ganado la lotería antes de jugar el número.
Las dos historias, la de Macri y la de Lifschitz, recién están por escribirse.