El azar suele ser uno de los vehículos que nos llevan a leer tal o cual libro. Hace más de sesenta años que me dedico a la lectura. Tuve la suerte de trabajar en un oficio que me permitió leer libros, comentarlos y guardarlos en algún rincón de la memoria, de esa manera me ganaba la vida. Tuve también el privilegio de que mi familia en general era buena lectora y en cada una casa que fui conociendo encontraba libros.
Las carreras que seguí en la universidad y que nunca terminé no tenían nada que ver con la literatura o con los libros, a menos claro, que fueran libros de texto de las mismas o sea de medicina y derecho. Pero ya por ese entonces, mis libros preferidos pertenecían a biblioteca de mi padre. De cualquier manera lo que quería comentar hoy es que la manera de elegir los libros cambia fundamentalmente con la edad.
Por ejemplo, de joven y mientras ejercí el periodismo los libros me llegaban y yo a la vez buscaba aquellos que más me interesaban. Una de las llaves que abrió la puerta para la lectura de algunos libros es una deuda que tengo y que muchos deben tener con Jorge Luis Borges. Fue por él que leí muchos autores que de otra manera no hubiera leído. Y también aprendí, creo, que juicios de valor pueden aplicarse a la lectura.
En una larga noche conversando con Carlos Mastronardi, éste me enseño de qué manera había que leer con el mayor respeto posible lo que se estaba leyendo. Nos tocó ser jurados de un concurso de poesía y me di cuenta de que él había leído de un modo totalmente diferente al mío. El encontraba cosas en tal o cual poema que habían llegado para el concurso que yo no había sabido ver. Eso fue por 1967, el concurso había sido organizado por La Capital y los jurados de poesía eran Mastronardi, Raúl Aráoz Anzoátegui y quien firma este artículo.
La presencia de esos dos poetas fue una lección que nunca olvidaré. Yo para ese entonces había publicado tres libros de poemas y estaba muy feliz con el resultado. Eso sin tener en cuenta que el primero de los libros lo metí en el cajón del escritorio hasta que un amigo me lo sacó y lo llevó para ser comentado en diarios y publicaciones de otros lugares.
Recordemos que por ese entonces ya se trabaja con el desarrollo de la computadora pero en los diarios argentinos no era usada. Es por ese motivo que mis recuerdos de los primeros años en La Capital tienen una constante evocación del viejo modo de trabajar con el taller donde finalmente se hacía el diario. Con la entrañable presencia del gremio gráfico con el que trabajé hasta que esos talleres desaparecieron. Sería muy largo detallar toda la historia. Además presumiblemente el tema de este artículo es otro.
Pasemos de página. Aunque ahora uso computadora y escribo en ella, este artículo que el lector está leyendo lo “tipea” la bella Jesica quien pone todos sus esfuerzos en corregir mis errores. Y he dicho lo de pasar la página porque leer algo en la computadora me cuesta demasiado trabajo y no me da el placer que me otorga el libro como objeto. Ese objeto que llevo plagado de notas que releo con frecuencia y que son parte de mi vida.
Hay hoy en día una cuestión que en realidad no tiene una relación directa con lo que se escribe, pero si con los lectores que tienen, como la mayoría: los problemas económicos, que ponen a los libros a una distancia considerable de ellos. Los libros están cada vez más caros y por lo tanto el acceso a ellos no es fácil.
Gracias a gente amiga puedo seguir comprando ejemplares aunque cada vez en menor cantidad. Por otra parte, mi biblioteca está dividida como los discos y una de mis supersticiones es no saber cuántos libros ni cuántos discos tengo. A los setenta y siete años y pensando si llegaré a los setenta y ocho, que por cierto los cumplo mañana lunes 5 de agosto, pienso que no voy a cambiar en mi forma de aproximación a los libros. Sobre todo en lo que hace a las relecturas.
En 1965 Cyril Connolly escribió “Cien libros clave del movimiento moderno” que abarcaba de 1880 a 1950. Este libro me parece imperdible, si bien hay que tener en cuenta que no figuran en él ni la literatura alemana ni la rusa ni la italiana ni la española ni la portuguesa ni la hispanoamericana.
El mismo autor aclara que no pone libros de otras literaturas porque a la mayor parte de ellas debe llegar por traducciones, cosa que por cierto se niega a hacer. Dice en otra parte “Al preparar esta lista intenté elegir libros de una originalidad notable de una estructura rica y con la chispa de la rebelión aún encendida, libros que esperan convertirse en obra de arte”.
Lo que me interesa señalar es que a sesenta años de la publicación de ese libro, la mayoría de los autores que menciona Connolly han tardado mucho en aparecer y muchos de ellos recién han surgido con traducciones al español en estos últimos diez años.
Veamos esa lista o alguno de los nombres de la misma. De comienzo de siglo nos podemos encontrar con André Gide, Joseph Conrad, Henry James, D. H. Lawrence, Marcel Proust y W. B. Yeats. También están, unos años después, Joyce, Eliot, Valéry, Gerald Manley Hopkins, Ezra Pound y la contribución notable para la poesía china de Arthur Waley.
“Los treinta concluyeron con un arrebato de nostalgia, con el Finnegans Wake de Joyce, el Journal de Gide que cubre 50 años, la retrospectiva Anthologie de l”Humour Noir de Breton. Así comenzaron los frustrados cuarenta, cinco años de guerra total y otros cinco de recriminación y agotamiento durante los cuales el Movimiento Moderno expiró con discreción...”.
Connolly después de su introducción nombra a autores como Arthur Koestler, W. H. Auden, Dylan Thomas, Scott Fitzgerald, Jean Paul Sartre, Henri Michaux, Albert Camus, George Orwell y William Carlos Williams entre otros.
Como un apunte final Connolly agrega: “Para los estudiantes que crecen bajo nuevas tiranías y nuevas ortodoxias una lista como esta constituye algo más que un juego de salón. Es una nómina de honor, una lima clandestina para un prisionero; un hogar?”.
En lo que a mí hace, si bien siento con nostalgia la presencia de otros escritores, los que hemos mencionado han sido una permanente ayuda espiritual. Y hago una pregunta: ¿Se publicarán libros como estos en esta década que estamos viviendo?