La velocidad del pase, la movilidad de los jugadores, la confianza colectiva y la contundencia:
esas fueron las claves de la victoria de la Argentina ante Corea del Sur en Johannesburgo. Hay que
agregar dos más: el talento de unos cuantos de sus jugadores y un gesto colectivo que empujó
al equipo hacia la búsqueda del objetivo con una claridad que hace mucho tiempo no se le veía.
Cuando era jugador, Maradona concebía el fútbol de una sola manera: tenía un irrefrenable
instinto ganador que lo impulsaba a buscar la victoria como fuera, contra todo y contra todos. Esta
mañana, en Johannesburgo, la selección de Diego fue como él cuando jugaba: salió a comerse a su
rival y lo hizo con una autoridad como la que hasta ahora sólo había mostrado Alemania.
Con Pekerman y con Basile la selección jugaba a otra cosa. Tocaba para los costados,
retrocedía, mostraba una paciencia que casi siempre beneficiaba a los rivales antes que
perjudicarlos. Por eso jugaban Riquelme y Cambiasso, que no están en este equipo. Ante Corea, y con
Maradona en el banco, mostró un estilo opuesto, menos burocrático y mucho más voraz. Fue lujosa por
momentos cuando iba hacia adelante, fue mucho más eficiente que otras veces cuando retrocedía y
sobre todo fue implacable cuando tuvo que definir.
Queda, como siempre, cierta reserva sobre el rival. Frente a Corea la Argentina jugó por
momentos como ningún otro equipo en este Mundial, pero nunca sabremos en qué medida eso fue posible
sólo porque jugaba contra un equipo sin historia que sueña más con una hazaña que con ganar como
resultado de su juego. En todo caso comenzaremos a saberlo a partir de los octavos de final, cuando
toquen rivales de verdad.