—A mí me cuesta manejar la palabra “consagratorio”, porque depende de los objetivos de cada uno, pero te puedo decir que este fue el año más importante de mi carrera, y que el disco “Un nuevo sol” superó todas mis expectativas, todo lo que había soñado en algún momento. Agotar entradas en el Orfeo de Córdoba o cantar en Vélez, que tiene capacidad para 50 mil personas, es un privilegio que se pueden dar pocos artistas. Eso se lo debo a la gente, que entiende el mensaje que yo busco dar con las canciones.
—A simple vista tu crecimiento puede parecer vertiginoso, pero lo cierto es que tu carrera empezó en 1999...
—Totalmente. Fue un crecimiento muy paulatino. Hay gente que, tal vez por no prestar mucha atención, ahora dice: “Pero mirá este chico, hace Vélez, el Orfeo, el Hipódromo... ¿Qué pasa?”. Pero si se analiza mi carrera se puede ver que desde el disco “Amo” (2003) en adelante todo fue una parábola ascendente. A partir de ahí todos los CDs fueron discos de platino, y el disco “Universo” (2008) fue el más vendido del año en Argentina. Nuestro crecimiento fue lento y está basado en trabajo, trabajo y más trabajo.
—Desde este presente exitoso, ¿cómo ves ahora tus comienzos?
—Yo tuve los errores y los aciertos de cualquier artista que comienza, que está empezando a conocer cómo es este ambiente. Yo toco el piano desde los cinco años, me dediqué a la música toda la vida, pero hay que dar muchos pasos para ser un profesional y poder vivir de esto. Mis primeros discos son más de pop adolescente, más light, pero a partir de “Amo” se marcó un antes y un después, se produjo un quiebre. Ahí mucha gente empezó a prestarme atención porque me vio como un cantautor que le estaba entregando una canción con cierta poesía, que requería otra escucha. De todas maneras, los errores que cometí en los comienzos no los cambio por nada del mundo, porque me ayudaron a crecer y me llevaron a donde estoy ahora.
—¿Cuáles eran tus modelos cuando empezaste?
—En mi casa se escuchaba música clásica, y yo en principio tuve esa formación. También escuchaba mucho los Beatles y cantautores de habla hispana, algunos de protesta, como León Gieco, Mercedes Sosa y Víctor Heredia. En mi casa además se escuchaba a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Era una mezcla, y eso me daba un panorama muy amplio. Pero mis referentes más importantes fueron Fito Páez y Alejandro Lerner. Como yo me sentaba en el piano, cantaba y componía me sentía muy identificado con ellos. Yo no era tan baladista como Lerner ni tan rockero como Fito, era una cosa más intermedia. Pero los dos me encantaban, me conozco todo su repertorio. Cuando empecé a tocar en bares, a los 14 años, básicamente hacía temas de Lerner y Fito.
—Teniendo en cuenta esa diversidad, ¿te molesta que te encasillen como cantautor romántico?
—No, creo que no, porque a fuerza de hechos siempre he demostrado que no soy un cantautor romántico. La gente que conoce mis canciones por la radio puede quedarse con eso, que es como la punta del iceberg. Pero también hay canciones como “Todo mi mundo”, “Celebra la vida” o “Todo vuelve”. Cuando alguien se interesa un poquito más se da cuenta de que no soy solamente un cantautor romántico, que hay más por descubrir.
—¿Cuánto pensás que influyó la imagen en tu carrera? ¿Sos de cuidar ese aspecto?
—La imagen, a veces, es un arma de doble filo. Uno siempre está experimentando y comete errores. Yo a veces veo fotos mías en Internet y me quiero matar (risas). Pero bueno, son parte del aprendizaje. Por otro lado, cuando hablamos de imagen hablamos de un estereotipo de belleza, de lo que le gusta a una mujer, y la belleza es algo totalmente relativo. El hecho de que una persona sea llamativa físicamente puede hacer que un público de movida te rechace, porque supone que si sos fachero no sos un buen músico. Por eso yo no le doy mucha importancia a ese asunto. Si cuidarse significa ir a un gimnasio yo no me cuido para nada. No hago nada de eso, no me interesa. Solamente cuando tengo tiempo juego al fútbol con mis amigos. Tampoco hago dieta. Soy vegetariano desde hace doce años, pero es por una filosofía de vida.
—¿Por qué aceptaste la propuesta de ser jurado de “La voz argentina”?
—Cuando me llegó la propuesta de Telefé yo estaba de gira en México, el primer país de habla hispana en donde se hizo el programa. Uno de los jurados en México era Alejandro Sanz, con quien yo tengo un contacto. Entonces tuve la oportunidad de charlar con él, de preguntarle por algún consejo, y me dijo que para él el programa había sido una gran experiencia, muy sorprendente. La verdad es que a mí la palabra “reality” me hacía un poco de ruido. No me veía participando en una cosa así. Pero me llamó la atención eso de que uno podía elegir al participante estando de espaldas, solamente guiado por la voz, sin importar su aspecto, su historia, su contexto o si estudió o no. Esa propuesta me pareció muy interesante, sobre todo en la tele, donde todo se rige por la imagen.
—La exposición que te da ahora la televisión, ¿te sumó público, le dio un impulso a tu carrera?
—Sin dudas. “La voz” es un programa que hace de 20 a 25 puntos de rating, que va tres veces por semana. Hay que ser muy necio para decir que eso no suma. Pero todo lo que está pasando ahora con mi carrera no tiene que ver con el programa. Yo hace muchos años que vengo creciendo, hice ocho Luna Parks, un estadio de Ferro y doce Broadways en seis años en Rosario. Además, todo depende de lo que hagas en el programa. Si a la gente le cae mal, seguro que va a restar. La premisa en “La voz” fue que nosotros seamos naturales, que nos mostremos como somos, y no hacer personajes de bueno o de malo. Además hay que tener en cuenta que estamos tratando con chicos que son amateurs, y la idea es darles siempre un consejo optimista y alentador.
—De haber tenido la oportunidad en tus comienzos, ¿hubieses participado en este tipo de programas?
—Los realitys nunca me cerraron, nunca me parecieron algo que te nutre. Además yo veía fracasar a todos los que pasaban por “Operación Triunfo”, por ejemplo. Pasaban seis meses del programa y ya nadie se acordaba de ellos. Eso me daba dolor. Yo me preguntaba: “Loco, estos pibes, ¿cómo lo manejan psicológicamente? Salen de ahí, todo el mundo los conoce, y después nadie los conoce de vuelta. Es muy duro. Si yo tuviera más de 40 años, y pensara que soy muy bueno cantando, creo que participaría. Total ya tengo mi vida hecha, mi trabajo, y me lo tomaría como un hobby. Pero si tuviera 20 ó 30 años, y creyera que tengo un don, y quiero vivir de la música de verdad, no, no participaría. Lamentablemente hay un gran prejuicio con respecto a este tipo de programas, no sólo en Argentina sino en todo el mundo. Se tiende a pensar que los que salen de ahí obtienen la fama de manera muy fácil, que llegan rápidamente a la popularidad, y así les quitan méritos automáticamente.
—Hay excepciones, como el caso de David Bisbal en España o Kelly Clarkson en EEUU. Pero la mayoría no logra trascender, ¿por qué te parece que pasa esto?
—Porque se parte de algo errado: que él éxito de un artista depende sólo de él y su talento. Pero un artista es un enorme equipo de gente que está detrás. Por eso yo muchas veces hablo en plural, por eso digo “nos está yendo re bien”. Yo soy el producto Axel, más el manager, el asistente, los músicos, la oficina de prensa, la compañía discográfica y el público que me sigue. Hay gente que tiene mucho talento cantando o tocando un instrumento, pero si no tenés un buen manager eso es el principio del fin. Cuando hablo de manager me refiero a alguien que sepa venderte, con humildad, que tenga ganas no de facturar sino de trabajar y picar piedra, que su objetivo no sea ganar plata sino desarrollar la carrera de un artista. También es cierto que faltan compositores jóvenes, gente que escriba sus propias canciones, y que esas canciones sean masivas, que conecten con el gusto popular.