Una sala entera de pie aplaudiendo durante largos minutos. El apoyado en su bastón, tembloroso, emocionado, con el eterno gorro de lana cubriéndole la cabeza.
Una sala entera de pie aplaudiendo durante largos minutos. El apoyado en su bastón, tembloroso, emocionado, con el eterno gorro de lana cubriéndole la cabeza.
La imagen se repitió mucho en los últimos años. En festivales como San Sebastián, Mar del Plata, o el año pasado en la Feria del Libro de Buenos Aires, donde se presentó el libro sobre su obra "La memoria de los ojos". El público y sus compañeros estaban homenajeando así al que muchos consideraban el mejor cineasta argentino de todos los tiempos. Al mismo tiempo, había algo de despedida en esos aplausos. Y es que Leonardo Favio llevaba mucho tiempo arrastrando la enfermedad que ayer acabó con su vida.
Nació como Fuad Jorge Jury el 28 de mayo de 1938 en la provincia argentina de Mendoza y desarrolló su carrera artística a través de dos facetas bien diferenciadas. En la de cantante, triunfó con baladas románticas como "Fuiste mía un verano" en los 60 y 70 en toda Latinoamérica. Pero pasará a la historia como cineasta. Al menos en su país. Y es que en esa tarea Favio se convirtió en un director de culto, en un movimiento que en los 60, inspirado en Robert Bresson, entre otros, renovó el cine argentino junto a cineastas como Leopoldo Torre Nilsson —quien, de hecho, fue su mentor— y Fernando Ayala.
"Crónica de un niño solo", "El romance del Aniceto y la Francisca" y "El dependiente" son consideradas tres de las mejores películas de la historia del cine argentino, admiradas sobre todo por otros directores y por la crítica.
Favio se inició en el cine como actor, hasta que debutó detrás de la cámara con "El señor Fernández", en 1958, un mediometraje que quedó inconcluso. Luego hizo el corto "El amigo" (1960). "Crónica de un niño solo" es su verdadera ópera prima y la estrenó en 1965 con un enorme éxito de crítica. El desgarrador relato de un menor en un orfanato tiene claros tintes autobiográficos. El director pasó parte de su infancia en internados, de los que se escapaba cada vez que podía. Solía recordar que en esa época robaba para comer, una experiencia que lo marcó.
Dos años después de "Crónica.", presentó "Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más...", conocida también como "El romance del Aniceto y la Francisca", con Federico Luppi, Elsa Daniel y María Vaner, quien sería su esposa.
Le siguió en 1969 "El dependiente", basada en un cuento de su hermano Zuhair Jury, que no contó con el apoyo del Instituto de Cine de ese entonces y no funcionó en taquilla, por lo que Favio optó por dedicarse al canto. El éxito como cantante le permitió ganar dinero que luego invertiría en nuevas películas.
Así, en pleno apogeo de su carrera como cantante melódico, dejó todo para rodar "Juan Moreira", que se estrenó en 1973, con Rodolfo Bebán en la piel del gaucho nacido de uno de los textos más importantes de las literatura argentina. Luego vino "Nazareno Cruz y el lobo" (1975), una de las películas más vistas del cine argentino, con una estética desbordada, innovadora.
En 1976, Favio, un ferviente militante peronista, llegó a presentar otro filme, "Soñar, soñar", pero ese mismo año, tras amenazas y prohibiciones, partiría al exilio, en el que permaneció toda la dictadura militar y más. Se estableció en México, desde donde realizaba giras como cantante. Cuando regresó a la Argentina en 1987, regresó también al cine, aunque se tomó un tiempo. Quiso hacer una película sobre el anarquista Severino Di Giovanni, pero se le cruzó otra historia. En 1993 volvió a la pantalla grande con "Gatica, el Mono", sobre el ascenso y la caída del boxeador José María Gatica, que realizó sumido en una profunda depresión.
La obra de Favio está marcada por su profunda militancia peronista, que cristaliza sobre todo en "Perón, sinfonía del sentimiento", de 1999, un documental de seis horas que nunca se estrenó comercialmente.
Su última película fue "Aniceto", en 2008, en la que retoma la historia de su famosa película, pero esta vez desde la danza. El film apenas estuvo en cartel, no suscitó entusiasmo, pero fue elegido para representar a Argentina en los Oscar.
Para la cineasta Lucrecia Martel, la fuerza del cine de Favio está en su ubicación social: "La mayor parte de los directores ubican sus historias en la clase media o alta. Favio, en cambio, explora universos poco vistos. Por eso su cine es tan particular y tiene un sentido del pudor totalmente distinto. Su falta de pudor de clase media, eso que llamo ingenuo, en verdad tiene detrás mucha audacia".