En sus primeros pasos el gobierno radical comandado por Raúl Alfonsín se mostró reticente a aplicar las recetas del FMI e intentar, por diferentes medios, afrontar una crisis de deuda que si bien sufría la Argentina era común a casi todos los países latinoamericanos. Quizá, el intento más recordado por anular las propuestas del Fondo fue la constitución de un “Club de deudores” para negociar las obligaciones latinoamericanas como bloque, propuesta que se deshizo en el aire y que su extinción empujó al entonces ministro de Economía argentino, Bernardo Grinspun, a sus últimos días como jefe de Hacienda.
El FMI se mantuvo indemne y bajo su halo, a fines de febrero de 1985, Alfonsín tomó la decisión de reemplazar al titular de Economía por el hasta entonces secretario de planificación, Juan Sourrouille.
La falta de un acuerdo en torno a la deuda y la insatisfacción de las demandas salariales habían golpeado al gobierno, pero la escasez de divisas y sobre todo su principal efecto, que fue la aceleración inflacionaria _que generó un incremento de los precios al rango del 30% mensual_ constituyó el principal enemigo a combatir por la cartera de Sourrouille.
El nuevo equipo del ministro entre quienes se destacaron, Adolfo Canitrot, Mario Brodersohn y Luis Machinea, coincidieron en un diagnóstico: el programa para reducir la inflación debía caracterizarse por un tratamiento de shock.
Así fue como nació el Plan Austral, que buscó detener la fuerte inercia inflacionaria que registraba la economía argentina y reducir el déficit fiscal, objetivos que cumplió, aunque por un breve lapso de tiempo. Luego sobrevino la explosión hiperinflacionaria.
El plan implementó un ajuste, aún más fuerte que el esperado por el FMI. Las medidas fueron: cambio de signo monetario, peso por austral; congelamiento de tarifas públicas _fuertemente ajustadas con antelación_, de salarios y tipo de cambio, que fue previamente devaluado en un 15%; e implementación de una estricta política monetaria y fiscal.
La originalidad del plan, en relación a otros programas de estabilización del FMI, consistirá en incorporar una política de ingresos con el cambio del signo monetario para cortar la inercia de los precios.
De acuerdo a lo expresado por el historiador económico Mario Rapoport, “las medidas tomadas en el Plan Austral reflejaron la concepción que el equipo económico tenía sobre la inflación y las variables macroeconómicas que la incentivaron”.
De hecho, el programa buscó anclar el precio de los bienes exportables, el salario, las tarifas públicas y mantener a raya los precios flex o estacionales (alimentos frescos y perecederos) y bajar la tasa de interés.
Congelados los salarios, las tarifas y el tipo de cambio, la suba de precios sólo podía ocurrir por factores externos al gobierno, como la evolución en la cotización internacional de bienes exportables o los ciclos de precios flex.
“El sector empresarial avaló con entusiasmo el plan que les permitía obtener una ganancia extraordinaria, ya que los salarios se congelaron en valores del mes anterior y los precios de los bienes a precio vigente captura de renta que se sumó a la caída del costo _pero no de los precios de venta_ de financiamiento fruto del recorte estatal al nivel de tasa de interés, significativa reducción de costos impulsó el apoyo de todo el sector empresarial”, dijo el economista.
El plan tuvo un éxito inmediato y se reflejó en un aumento de exportaciones y una rápida liquidación de las tenencias en divisas, que alimentó las reservas del BCRA. Aumentó la recaudación fiscal fruto por el freno de la inflación que, junto a la mayor recaudación por retenciones agropecuarias, redujeron el déficit fiscal y permitieron que los precios subieran a un ritmo de apenas 2% mensual.
La caída de la tasa de inflación fue un alivio para las autoridades y la población. Durante los primeros nueve meses fue en promedio de alrededor del 2,5% mensual. El respiro resultó tan grande que permitió al gobierno triunfar en las elecciones de medio término que se celebraron en septiembre de ese año, algo que parecía difícil en los meses previos. A su vez, el nivel de actividad económica se recuperó muy rápidamente a partir del cuarto trimestre del año.
Estabilización sin reactivación
La inestabilidad política y económica que dominó toda la década del 80, junto con errores de cálculo, imposibilitó al gobierno radical tender líneas de crecimiento a largo plazo. Los intentos de privatización de empresas públicas del Ejecutivo _entre las que se encontraban Somisa y Fabricaciones Militares_ , el proyecto de traslado de la capital a Viedma y el lanzamiento de “Plan Houston” destinado a atraer inversiones petroleras del extranjero, no tuvieron avances significativos y se solaparon con el abandono de las subvenciones a la inversión productiva nacional. El estancamiento era un hecho.
Quizás el error de cálculo más grade de la gestión alfonsinista fue el no saber que la reestructuración argentina y la instalación del neoliberalismo encarado por la dictadura había echado profundas raíces, por lo cual, el fenomenal negocio financiero instalado a lo largo de la dictadura militar, trabajó para que todas aquellas ganancias empresariales fruto de los congelamientos y el ajuste, se canalizaran a la especulación y no a la re inversión productiva.
Los resultados favorables en contención inflacionaria permitieron al gobierno ganar las elecciones intermedias de 1985, pero las condiciones políticas y económicas, tanto externas como internas estaban por cambiar.
En el frente interno, el programa de privatizaciones impulsado desde el alfonsinismo fue bloqueado en el Congreso. En paralelo, los países centrales apretaban su política monetaria elevando las tasas de interés, restringiendo sus propias economías y, con ello, empujando a la baja el precio de los bienes primarios que argentina exportaba. Ambos efectos secaron las cuentas públicas.
A partir de marzo de 1986 la tasa de inflación comenzó a aumentar y los precios comenzaron a distorsionarse rápidamente.
Final
El año pasado con motivo del 37º aniversario del Plan Austral, uno de sus artífices, José Luis Machinea, recordó: “Me di cuenta de que habíamos subestimado la segunda parte del programa, es decir, cómo manejar la inflación residual después del congelamiento inicial”.
Dicha inflación residual estuvo caracterizada por la constante evolución que comenzaron a tener los precios de carnes y verduras (precios flex) mientras otros como los productos industriales y el salario permanecían estables. El plan no incluía vías de escape para corregir esta distorsiónes que lentamente se fueron acumulando.
Todas las ganancias que los sectores empresarios tuvieron con el congelamiento fueron convertidas a valores financieros sin reproducción del capital real. Cuando las ventajas obtenidas fueron absorbidas, reaparecieron los deslizamientos de precios y los pedidos de flexibilización de los controles.
Presionados desde fuera por el FMI, y desde dentro, por la merma en la dinámica productiva, el gobierno decide su primera flexibilización. Así el 4 de abril de 1986 se anunciaron correcciones al programa de ajuste, en procura de lograr cierta laxitud.
Las medidas encaradas entonces se asemejan a las que el FMI sigue intentando hoy imponer a la Argentina. En el 86 se procedió a nuevos aumentos de las tarifas públicas y los precios de los combustibles, incluyendo la primera devaluación del austral en relación con el dólar, eliminación de los controles de precios y autorización a las empresas para ajustar sus márgenes y transferir a precios los aumentos de salarios otorgados y reajustes de las tasas de interés reguladas.
Mientras en México Maradona inventaba el gol del siglo, el gobierno radical transformaba al Austral de un plan de shock y congelamiento a otro de administración de sucesivos ajustes de precios. El gasto público no mostraba inflexibilidad, el peso de la deuda pública se transformó en el yugo del alfonsinismo y mientras el país pagaba deuda externa en dólares, emitía pesos para poder conseguirlos. La esterilización de esa necesaria emisión obligó al aumento de tasas de interés que incrementaron el peso del déficit vía mayores desembolsos.
Las altas tasas de interés también perjudicaron a la inversión productiva, frenando la actividad económica y por lo tanto, disminuyendo la recaudación fiscal. El círculo destructivo se había activado y el Austral pasaba del éxito al fracaso.
Entre 1986 y 1988 se duplicó el déficit fiscal mientras las tensiones inflacionarias volvieron a tomar impulso, los salarios se ajustaban en virtud de negociaciones de los sindicalistas con los empresarios, las tarifas públicas y el tipo de cambio estaban indexados los precios se encontraban "flexibilizados".
Tras un primer momento de algarabía, la dinámica económica argentina nacida en el fuego de la dictadura y la asfixiante “ayuda” del FMI generaron la condiciones para la implosión del gobierno alfonsinista. El Plan Austral fue un programa que intentó alejar el fenómeno hiperinflacionario, lo logró pero solo por un breve momento.