Santos Discépolo en 1934, escribió Cambalache, un himno representativo de cómo somos, cómo pensamos y también de cómo muchos actúan. Lo paradójico es su absoluta vigencia. Parece que 85 años no fueron suficientes para salir del lodo en el que seguimos empantanados.
Faltan 48 horas para dar vuelta una nueva página de la historia democrática argentina. Un presidente que se va, otro que llega y un reciclado de nombres e ideas que merodean recetas ya probadas y gestores bien conocidos. Argumentaba y con resultados Albert Einstein, que “es de locos pensar que las cosas cambian si seguimos haciendo siempre lo mismo”.
Cuando hablo de repetir recetas: intervenir precios, subsidiar actividades deficitarias, recargar de impuestos a una economía ya en apnea, “imprimir responsablemente”, “pagar cuando estemos creciendo” y un sin fin de definiciones, que suenan bien en campaña.
No podemos vivir de prestado eternamente. Parece que el período de gobierno más tiene que ver con maximizar sus apetencias personales, que con las de resolver los problemas y sentar las bases de juego para la Argentina de nuestros nietos.
El Estado se ha convertido en una bomba que aspira 75% del producto con casi 100 impuestos y más de 64.500 artículos para intentar no caer en off-side. Técnicamente inviable.
Esta maquina de aspiración, requiere del único sector que genera valor agregado y recursos en la economía: los privados. Somos quienes pagamos impuestos, los que sostenemos un sistema que nos devuelve burocracia y servicios de muy mala calidad.
Cuando el Estado se queda “corto” (se la patinan o la direccional a discreción), acude a otra de las fatales herramientas (emisión monetaria) que desde la época de los romanos, es el principal motivo por el que la pobreza se consolida estructuralmente y la economía no progresa.
El pensador y economista Jean Bodin (1530-1596), identificaba ciertos argumentos que explican las causales por las que los precios adquieren su dinámica propia y no hay intervención que no los devuelva a su cauce: la existencia de los monopolios (único oferente que define precio); las guerras, que causaban desabastecimientos prolongados; las colonizaciones (aumentaban las existencias de oro y plata); la adulteración de la moneda (se cortaba el oro con bronce y cobre) y excesiva demanda de reyes y príncipes.
Las colonizaciones proveían de oro y plata para confección de nuevas monedas y la consecuente caída en su valor (por la mayor oferta), además del ya conocido “rebaje” en la calidad del metal. Circunstancias ambas, que fueron minando el valor y la confianza en los emisores (hoy Bancos Centrales).
Equilibrio
Si los gobiernos emiten dinero (“responsablemente” o no) alteran el equilibrio para dar respuesta a su exceso de demanda como reyes y príncipes, minan el valor de la institución (moneda), segregan la confianza propia de la fiducia y finalmente pisotean las libertades individuales.
Siempre estamos a tiempo de revertir la historia, siempre y cuando demos los pasos adecuados, quizás copiando a quienes luego de ser devastados supieron renacer, sin inventar nada, pero evolucionando en ideas y en soluciones que a la postre, fueron recetas magistrales.
Hoy, 85 años después de la obra emblemática de Santos Discépolo, aún “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo, todos manoseaos”.