Argentinos hasta la médula, pero antitéticos, fueron uno popular y alegre, el otro, elitista y melancólico, al menos eso es lo que mostraban en público, porque los que los conocieron en la intimidad cuentan que Alberto Olmedo, cuando se apagaba la luz roja de la cámara, era la imagen fiel del payaso triste, sin maquillaje, sin artificio, se dejaba ganar por la amargura, y Borges, en el otro extremo, era conversador y pícaro, risueño, pero solo puertas adentro.
Ambos nacieron el mismo día, el 24 de agosto, bajo el signo de Virgo, un motivo más para dudar de los Horóscopos. Eran tan distintos, dirían las abuelas, como el agua y el aceite y así y todo, por obra y gracia de la pluma burlona de Hugo Sofovich, fueron uno mismo en el exitoso programa de los 80, “No toca botón”, en el que el cómico rosarino protagonizaba un sketch memorable, “Borges y Alvarez”, junto a Javier Portales. Él, era Borges.
Borges y Olmedo comparten la misma fecha de cumpleaños, hoy se cumplen 121 años del nacimiento el autor de "El Aleph" y 87 del de el capocómico rosarino
Olmedo era rosarino -rosarigansino le gustaba decir a él- y de Central, nació en Pichincha, donde hoy una estatura del Negro, sonriente, canchero, sentado en un banco de plaza, deja que todos los que pasan por el lugar, Rivadavia y Pueyrredón, se sienten a su lado y se saquen una selfie, signo de los nuevos tiempos, que seguramente terminará en posteada, como Dios manda, en alguna red social o, como tantas veces pasa, olvidada en el celular.
Nació en 1933, y murió en Mar del Plata, en un episodio trágico que tiñó de lágrimas el verano de 1988. Estaba en lo más alto de su carrera, pero no era feliz. Había empezado a trabajar en televisión cuando tenía 22 años, como tiracables en el viejo Canal 7, en Buenos Aires, y de ahí no paró. Primero fue el programa para chicos “El Capitán Piluso” y después una seguidilla de éxitos que arrancó con “Operación Ja Ja” y detonó el rating.
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Borges era porteño, pituco, ilustrado, a partir de las categorías que dejó como herencia la grieta lo hubieran llamado “cheto” y a él no le hubiera molestado. Nació en 1898, en los suburbios, pero se mudó a Suiza con su familia en 1914, donde estudió en el Collége de Genéve. Fue un cuentista brillante, capaz de contar en el infinito en un puñado de páginas, y también, un poeta sensible, inteligente, que transmitía una tristeza profunda, metafísica.
Ambos eran grandes amigos de sus amigos, el Negro bautizó a sus personajes más festejados con sus nombres, Chiquito Reyes, Rogelio Roldán, Osvaldo Martínez, no lo decía, pero era la forma que había encontrado de tenerlos cerca, aunque se hubieran quedado en su Rosario natal. Borges compartía sus días con ellos, Bioy Casares, las hermanas Victoria y Silvina Ocampo, también el amor que sentía por la literatura.
Eran muy juguetones, entendían como pocos los vericuetos lúdicos de la vida, los exploraban y se reían en silencio. Olmedo lo hacía en la pantalla, donde en 1976, en la apertura de “El chupete”, hizo una broma macabra. Al arrancar el programa un locutor, con tono circunspecto, anunció la “desaparición” del cómico. Fue un shock. Todos pensaron que había muerto, hasta que el Negro entró corriendo y exclamó: “¡Se lo creyeron…!
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Borges era más sutil, pero no menos incorrecto. La saga de cuentos policiales que escribió con Bioy Casares y firmaron como Bustos Domeq fue un juego de ingenio que ambos disfrutaron y mucho. Su polémica con el peronismo también, aunque tuvo la forma de duelo verbal, implacable. Fue él quien acuñó la frase “los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles. Le costó caro, al asumir como presidente, en 1947, Perón le cambió su puesto en la Biblioteca Nacional por el de “inspector de mercados de aves de corral”.
Sus posiciones políticas le costaron caras a Borges, haber aceptado el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile, que le entregó con sus propias manos Pinochet, le costó entrar en la lista negra del Premio Nobel, una distinción para la que siempre fue candidato pero que nunca el concedieron por esa mácula en su carrera. Aunque era una figura popular, que triunfó durante los años de la dictadura, Olmedo nunca se metió en política.
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Olmedo y Borges, el Negro y Georgie, compartieron una desgracia, aunque fueron tremendamente exitosos, cada uno en lo suyo, en sus tiempos de gloria la “inteligentzia” veráncula los ignoró, o pero, los vapuleó. A Borges, lo acusaban de oligarca, vende patria, probritánico, y a Olmedo, de chabacano, vulgar, ordinario. El tiempo puso las cosas en su lugar. Hoy se les reconocen los méritos, su singular genialidad, sin olvidar sus defectos que los tenían y muchos.