Más que adecuada resulta la elección del título del último poemario de Eduardo Valverde, Bitácora de la sangre.
Más que adecuada resulta la elección del título del último poemario de Eduardo Valverde, Bitácora de la sangre.
En efecto, este libro de claro contenido político se corresponde con la vida del autor, quien se ha consagrado a la militancia –además de su tarea como trabajador de prensa–. Por ello, estos poemas no proceden de una mirada exógena si no que en definitiva resulta poesía confesional y que, como dice Roberto Retamoso en el prólogo, “logra construirse como un discurso nítido, potente, que desde acá, y hoy, nos habla. Más aún: nos interpela…”.
Las dedicatorias –a sus afectos, a “los compañeros de lucha”–, así como los títulos de las secciones –“Luchas de clases”, “Los que alumbran” y “Tríptico de medio oriente”– dan cuenta del claro contenido de esta obra pero destacando que Valverde es poeta, hace su apuesta por la palabra y no se deja llevar por lo meramente panfletario. De hecho, el libro comienza con una cita del peruano César Vallejo, voz poética política y rupturista, de las más grandes.
Valverde –nacido en la ciudad de Santa Fe pero residente en Rosario desde hace más de medio siglo y que ha publicado Ceremonial de la luz (1996) y Vestigios del asombro (2000)– incluye en este volumen textos de diversas épocas, colocando en cada uno la fecha de creación –entre 1880 y 2019–. “Un testimonio dentro del género poético de las tensiones sociales y políticas que se han desarrollado en los últimos años, se lee en Pórtico, una suerte de prólogo.
La década del 90, la masacre de Ramallo, los trágicos sucesos de diciembre de 2001, la propia grieta en un poema homónimo, conviven también con la pregunta por el misterio. Así nos dice, en un dedicado al poeta recientemente fallecido Omar Aguiar: “¿Qué pasa con el hombre/ y su rincón de luz?/…/ Hay que arriar/ la sangre equívoca/ y esculpir/ otra vez,/ la puerta”.
Lo cotidiano se hace presente también: los sitios de la vida y de la lucha, como el diario La Capital, el bar El Cairo –“por todos los rosarinos que amaron al mundo desde este lugar” nos dice–, un viaje en la línea 135, la República de la Sexta, reivindicando el paisaje urbano y, concretamente en muchos poemas, el plenamente rosarino.
En Don Ovidio con una mirada aguda le escribe a la estatua de Ovidio Lagos ubicada en el parque Independencia. “Ahora es un joven sediento,/ con esta lata de Coca-Cola/ empañando sus dedos metálicos” nos dice. También reescribe el Principio de Arquímedes en versión neoliberal, al tiempo que en otro texto recuerda con emotividad a la poeta Sonia Contardi –entre otros numerosos homenajes y dedicatorias que se encuentran en estas páginas–.
Un amplio abanico de injusticias y denuncias se rememora en esta obra. Pero no es un mero lamento, una simple queja la voz de Valverde, si no que entraña el afán, el deseo de “ser hombres puros/ entre estas piedras del destino”.
El punzón del odio
a Corina De Bonis,
y a su lucha por la dignidad
Y el filo amarillo de la palabra
venía cavando herida oscura
entre los compañeros
del alba nueva.
Las nubes del odio,
engalanando al hambre y sus guardianes,
golpeaban el pecho
de los recién llegados al mundo.
Se paseaba lo injusto
por los callejones de Moreno,
pero aquellas mujeres
del latido unánime,
de las manos sabias,
mareaban el cucharón
con sus venas en almuerzo repartidas,
extendiendo la útil herramienta
contra esa sed de los cuerpos breves.
Y entonces el punzón del odio
instaló su agonía
en el vientre de la mujer justa.
¿Qué se levante la frente colectiva
frente al escándalo de la boca que espera,
porque aquella tatuará al fin el eclipse
de la Luna hirsuta de los ricos!
17/09/2018
Principio de Arquímedes (versión neoliberal)
Todo cuerpo que se sumerge
en la política burguesa
recibe un empuje
vertical y hacia arriba,
con rumbo a la cima del poder,
igual al peso
de las necesidades populares
que desaloja.
07/07/2017
El bocado fraterno
a Pepe, María Lina,
Lily, Gustavo y Alicia
La niebla con su daga de jade
hendía las huellas
de los caminantes.
La madrugada áspera
de Copacabana
sellaba todas las puertas
y obturaba el reposo.
En un refugio
de piedra antigua,
por la cima
de la ciudad penitente,
finalmente conspiró
el alivio,
y brilló en las manos
el bocado fraterno.
La Quiaca, 03/02/2012