En estos tiempos de pandemia, cuando las cifras de las víctimas embotan la sensibilidad, los muertos impactan más por su número que por su identidad. Sin embargo, algunas muertes nos conmueven y funcionan como alertas acerca de que la aparente suspensión del tiempo que impone el aislamiento no nos tiene que hacer perder de vista que la historia sigue, y que la hacen millones de seres humanos parecidos a nosotros, pero que en algún momento hicieron cosas extraordinarias.
El 30 de marzo de 2020 los portales informaron de la muerte de Manolis Glezos, un miembro de la resistencia griega que en 1941, en plena ocupación alemana de su país, junto a su compañero Apostolos Sanda se las arregló para arriar la bandera nazi de la Acrópolis e izar el pabellón heleno. Casi centenario, Glezos murió de un paro cardíaco después de una vida dedicada a la política (fue un referente de la izquierda griega y europea). Dos días después lo siguió Rafael Gómez Nieto, un antiguo combatiente republicano español que luego de ser derrotado en la Guerra Civil (1936-1939) combatió por ese país en la 2ª División Blindada de los franceses libres comandada por Philippe Leclerc, que marchó desde el Chad al Norte de África, y enfrentó al Afrika Korps de Rommel en Bir Hacheim, al grito de "¡Como en Madrid!". Junto a algo menos de un centenar y medio de españoles, integrantes de la 9ª. Compañía ("la Nueve") Nieto estuvo entre los primeros soldados que entraron en París en 1944. Bajaron de sus blindados con nombres de localidades españolas y batallas de la guerra que habían perdido (Belchite, Teruel, Guadalajara) para colgar una bandera republicana en el Ayuntamiento. A Nieto lo mató el coronavirus.
Las noticias de dos muertes tan próximas de hombres que habían combatido a los mismos enemigos a mediados del siglo XX me hicieron pensar en el final de una época de luchas y esperanzas. Y a la vez, que en nuestros balbuceos aún no logramos ponerles nombre a nuestros tiempos, aunque en una mirada de largo plazo el mundo en el que vivimos es el resultado de la derrota de los sueños de estos hombres y muchos millones más.
Las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial han ensalzado ese conflicto como la lucha de la libertad contra la opresión, de las democracias contra el fascismo (lo que a la vez, colocó en un segundo plano el inaudito sacrificio humano y material de la Unión Soviética). En esa mirada, la victoria se debió a los ejércitos regulares que enfrentaron a la maquinaria nazi, y si se habla de los partisanos, combatientes irregulares, es como apéndice de estos (salvo precisamente en el caso de la URSS). Lo cierto es que existe una visión edulcorada de los partisanos (basta ver el revival de Bella Ciao merced a La casa de papel), que por un lado los ensalza pero que a la vez oculta el papel fundamental que desempeñaron en la lucha contra el fascismo. El frente contra el Eje no fue homogéneo. Hubo enormes diferencias. La mayor, según el historiador Donny Gluckstein, fue la enorme brecha entre la política de los Estados y la resistencia al fascismo encarnada en los resistentes populares: "Estas dos partes de un todo eran tan diferentes como el día y la noche". En el campo popular, la resistencia tuvo un gran protagonismo de los comunistas.
Muchos de los resistentes que combatieron al fascismo y al capitalismo eran socialistas, anarquistas y, sobre todo, comunistas. En la Navidad de 1944 Manolis Glezos estuvo a punto de matar a Winston Churchill, el primer ministro británico, cuando se arrastró por las cloacas de Atenas con el cable enrollado en su cuerpo y el detonador para volar el Cuartel General británico en la capital griega, donde se hallaba el líder aliado. La resistencia griega había sido traicionada por los británicos con el fin de evitar que ese país "se tiñera de rojo". Por esos días, miles de civiles y combatientes antinazis habían sido baleados, apresados y enviados a campos de concentración en Medio Oriente por sus ex aliados ingleses, que incluso se valieron del apoyo de antiguos colaboracionistas. Un sinsentido que produjo los sangrientos enfrentamientos conocidos como la Dekemvriana. La RAF, la fuerza aérea británica, llegó a bombardear algunos barrios obreros considerados bastiones de la guerrilla de izquierda. Esta política no era nueva: fue la misma por la que británicos y franceses abandonaron a la República española cuando se produjo el golpe de Franco y dejaron que Hitler se fortaleciera; buscaban así poner freno al avance comunista. Cuando Nieto entró en París, ya llevaba ocho años de guerra a cuestas.
Hace algunos años, en una entrevista, Glezos, el antiguo combatiente, afirmó: "¿Por qué sigo? ¿Qué estoy haciendo, si tengo noventa y dos años? Después de todo, podría estar sentado en pantuflas en mi sillón (…). Usted piensa que el hombre frente a usted es Manolis, pero se equivoca. Yo no soy él. Y no soy él porque yo no he olvidado que cada vez que alguien estaba a punto de ser ejecutado decía: «No me olvides. Cuando digas buenos días, piensa en mí. Cuando alces tu copa, di mi nombre». Y eso es lo que estoy haciendo cuando hablo con usted (…) . El hombre que tiene enfrente es toda esa gente. Todo lo que hago es para que no sean olvidados".
Hay un puñado de bellas novelas en las que resuena la voz de Glezos, cuyas palabras son un desafío para todos nosotros. Las vidas de estos resistentes son un recordatorio de que hubo alternativas políticas a un estado de cosas agobiante, y que si las hubo en el pasado, pueden imaginarse y actuarse otras, las propias de nuestra época.
El viejo Nieto, el último de los españoles que liberó París, muerto por el coronavirus, se parece a Miralles, el republicano que protagoniza Soldados de Salamina, la bella novela de Javier Cercas: la historia de un joven miliciano republicano que le perdona la vida a un fascista al que debe ejecutar, cuando ya todo está perdido. Y no le dispara, y se exilia, y se une a las tropas de Leclerc, para llegar a liberar París, y entrar en Alemania, derrotar a los nazis, sin poder pisar su país hasta muchísimos años después. En el camino, quedaron sus camaradas. El periodista que narra Soldados… encuentra al viejo combatiente en una residencia para ancianos, y cuando se despiden, el anciano le pide que lo abrace, porque hace tiempo que nadie lo hace: "Oí el ruido del bastón de Miralles cayendo a la acera, sentí que sus brazos enormes me estrujaban y que los míos apenas conseguían abarcarle, y me sentí muy pequeño y muy frágil, olí a medicinas y a años de encierro y de verdura hervida y sobre todo a viejo, y supe que ese era el olor desdichado de los héroes".
¿Hay que conformarse con ser solo vencedores morales? ¿No es eso un acatamiento del actual e injusto estado de cosas? Las muertes de Manolis Glezos y Rafael Gómez Nieto evocan la melancólica historia narrada por Antonio Tabucchi en Tristano muere. Un partisano, un héroe de guerra, elige un verano agobiante para contarle su vida a un escritor, para que haga un libro con ella. En su monólogo, los claroscuros de las conductas, los dolores, los desencuentros, los ideales que orientaron las acciones de millares, se iluminan en las decisiones que tomó esa persona, a veces diferentes de la manera en la que sus contemporáneos leyeron sus acciones. Interpela al escritor: "Algo tendrás que hacer, además de limitarte a escribir al dictado de mis palabras, haz algo concreto para ganarte esta historia".
En Q,, la novela del colectivo autoral Luther Blisset, dos derrotados de las revueltas campesinas del siglo XVI sostienen un diálogo breve y memorable: "Capitán", pregunta uno de ellos con los ojos hinchados y llenos de lágrimas, "dime que aquello por lo que nos batimos no era una equivocación". El otro aprieta los puños, y contesta: "Nunca, ni por un instante". Miralles, el personaje de Javier Cercas, es un hombre que "tuvo el coraje y el instinto de la virtud" y que "no se equivocó nunca o no se equivocó en el único momento en que de veras importaba no equivocarse": cuando pudo diferenciarse de su enemigo y perdonarle la vida. Idea presente en la novela de Tabucchi, cuando le hace decir a Tristano: "A ti tiene que gustarte siempre la vida, recuérdalo, la muerte les gusta a los fascistas".
En su reportaje Glezos nos dice que vive por todos los que ya no pueden hablar. Cercas le hace descubrir a su periodista-narrador el sentido de su trabajo: "Mientras yo contase su historia Miralles seguiría de algún modo viviendo".
Por eso estas líneas quieren inscribirse también en ese linaje, ahora que la Muerte está a nuestra puerta. Es posible que de esta pandemia salgamos empobrecidos y más vigilados, pero quiero creer que también lo haremos con posibilidades de pensar y hacer las cosas de otro modo.