Lo que fascina de Petros Márkaris, autor de doce exitosísimas novelas policiales, es su rebeldía atávica.
Por Alejandra Rey
Lo que fascina de Petros Márkaris, autor de doce exitosísimas novelas policiales, es su rebeldía atávica.
¿Habrá sido así cuando se necesitaba esa cualidad para ser mejores y combatir a los coroneles griegos que mataban y cegaban vidas como posesos, malditos? (Igual que acá).
La facilidad con que este hombre de ochenta y dos años nacido en Turquía desgrana la historia reciente del país que habita y del que se siente parte, Grecia, es sencillamente fascinante.
Su personaje Kostas Jaritos —quizá su propio Mister Hyde— es un comisario con pasado al menos turbio políticamente y que a la postre enamora. El policía es machista, sometido a su mujer Adrianí, un neurótico que consulta el diccionario Dimitrakos cuando está de mal humor, que con el paso de las novelas se ha vuelto un abuelito heidiano y al que el lector no solo se acostumbra, sino que empieza a necesitarlo vaya uno a saber por qué efecto (¿defecto?) mental.
Lo que más perturba de Petros Márkaris es que a su edad insista con la ambigüedad política como si fuera argentino, o con la bronca contra el periodismo, como si de un militante… (dejo los puntos suspensivos para que usted, lector, llene el casillero) se tratara. Y dale que va con los estigmas: "la reportera enclenque", "la de las medias rosas", siempre mujeres, siempre con algo para decir, siempre con el adjetivo bajo el brazo, siempre fiel a su esposa, pero lejos del sexo, del amor fogoso, de cruzar la línea.
Y, sin embargo, qué adorable fue hacer este reportaje por mail al autor griego noir más vendido, mientras él miraba el Peloponeso y yo, el Paraná.
Lo que más enamora de Petros Márkaris es que haya creado a Lambros, el mejor amigo del comisario Jaritos, que es comunista y luego de hacer la revolución y sin reconocer ningún error, se conforma con pasar sus últimos días en un asilo, como si fuera un trapo viejo, lastimoso y lastimero. Jaritos lo conoce porque lo detuvo en el pasado, sabe que lo torturaron y ahí están, comiendo los tomates rellenos de Adrianí, cuyos ingredientes ignoramos.
Lo que más impresiona de Petros Márkaris es cuánto ama a la Argentina y todo lo que sabe de este país, de la similitud de las crisis de allá y acá, del ser argentino —¿habrá un ser griego?— y que, aun así, pida "por favor" que no le pregunten por política vernácula.
¡Ay Petros Márkaris! Si usted, como dice, se tiene que enojar para escribir una novela, yo he tenido que calmarme para que esta nota irreverente salga más o menos legible y transmitirle al lector que no se pierda Universidad para asesinos (Tusquets, 2019) y que lo siga admirando.
Como yo.
He leído la Saga Jaritos y en todos estos años el protagonista parece haber pasado de ser un hombre difícil y malhumorado, bastante machista, a casi un abuelo bueno, sumiso, sin tantos recuerdos de su pasado en la dictadura. ¿Cómo fue en su cabeza la evolución de ese personaje que participó de la dictadura griega con reparos tibios y nunca muy bien aclarados?
—Bueno, mi relación con Jaritos siguió el mismo camino que una relación con amigos. A medida que los conoces mejor, empiezas a descubrir partes de su carácter que inicialmente escaparon a tu atención. Esto es lo que pasó entre Jaritos y yo. Con el paso del tiempo nuestra relación se volvió más amigable y descubrí a una persona que usaba el comportamiento machista para ocultar sus sentimientos. Y también estaba obligado a hacer lo mismo profesionalmente como oficial de policía. Pero en el fondo es un esposo, padre y hombre de familia muy cariñoso.
Respecto del machismo de Jaritos, con el tiempo también combate menos a su esposa Adrianí y ahora siente por ella un gran respeto y hasta está más amable. Sin embargo, parece que el lugar de la mujer griega de cierta edad es la casa, la cocina. ¿Es así o usted está destacando en ella una Grecia que ya no existe pero que hace falta?
—El respeto de Jaritos por Adrianí aumentó durante los años de la crisis económica griega (y en las novelas de crisis) porque admiraba cada vez más su capacidad y talento para manejar una situación financiera desastrosa, no solo para su esposo y ella, sino también para su hija y yerno. Por otro lado, es cierto que Adrianí pertenece a una generación de mujeres que eran amas de casa y dependían de sus esposos. Este tipo de vida familiar ha desaparecido en las nuevas generaciones. Ahora tanto el esposo como la esposa trabajan, no solo porque las mujeres están estudiando y tienen títulos, como sus esposos, sino también porque los salarios de ambos son necesarios para mantener a la familia en funcionamiento.
¿Considera que Adrianí, a su manera, es feminista? ¿Cree que ella conoce todo el pasado de su marido y lo respeta igual?
—El feminismo no existía en esta generación de mujeres. Pero eran las reinas de la casa. La casa era su reino y dentro de los límites de este reino siempre tenían la última palabra, no sus esposos. Lo sé porque crecí en una casa donde mi madre era la reina y siempre tenía la última palabra. Esa es la razón principal por la que Adrianí se volvió idéntica a mi madre.
—Grecia y Argentina tienen un presente de crisis constantes que son parecidas. ¿Qué ha pasado en su país? ¿Son las mafias? ¿El capitalismo devorador? ¿La derecha? ¿O es la decadencia de Europa en general? Y lo mismo parece pasar en Turquía, país donde usted nació.
—Me instalé en Atenas a mediados de los años sesenta. En ese momento Grecia era un país muy pobre. Pero los griegos eran maestros de la supervivencia. Sabían cómo llegar a fin de mes y nunca perdieron la esperanza de que el futuro fuera mejor. El problema comenzó en los años ochenta con los subsidios de la Comunidad Económica Europea, que creó una riqueza virtual. Los griegos eran maestros en el tratamiento de la pobreza, pero no sabían cómo lidiar con la riqueza y cayeron en la trampa del consumidor. Cuando cesaron los subsidios, comenzaron a pedir préstamos a los bancos, a las bajas tasas de interés aplicadas por la Eurozona. Este fue el comienzo del desastre. Sin embargo, la Unión Europea también cometió graves errores. Impuso medidas de austeridad que destruyeron las clases medias, no solo en Grecia, sino también en otros países europeos. Ahora la clase media en Grecia está completamente arruinada. Grecia no es un país de grandes industrias y grandes empresas. La economía se mantiene gracias a la clase media. Si la clase media es destruida, la economía sufre un gran problema y llevará años restaurarla.
—¿Cree que la derecha va a gobernar Europa? ¿O serán las mafias? En sus libros anteriores usted hace referencia a ese flagelo y a las drogas, por supuesto. Lo que me pregunto es si a usted esto le da miedo y si cree que las derechas siguen siendo violentas.
—La extrema derecha está en aumento en Europa. Esto es consecuencia del declive de los partidos del sistema. En casi todos los países europeos la gente está profundamente decepcionada por los partidos del sistema de centroderecha o centroizquierda, principalmente las clases medias. No todos los que votan por los partidos de extrema derecha son de extrema derecha o fascistas. La mayoría de ellos vota por la extrema derecha debido a la desesperación. Las personas desesperadas con una mente clara no existen en ninguna parte del mundo. Debido a que la promesa del paraíso no se hizo realidad, ahora votan por el infierno.
—En Universidad para asesinos aborda el tema de los profesores universitarios que dejan las cátedras para dedicarse a la política y cuando se van del gobierno vuelven a dar clases como si nada hubiera pasado. Ese sistema también es común en la Argentina. ¿Por qué lo juzga con tanta dureza?
—No sé cómo funciona el sistema en su país, pero las universidades en Grecia están sufriendo una grave falta de fondos debido a la crisis. No tienen los medios para nombrar a nuevos profesores, a menos que se retire algún docente. No pueden usar los fondos para los académicos que se incorporan temporalmente a la política porque saben que volverán a la universidad una vez que finalice su interludio político y que volverán a cobrar sus salarios. La consecuencia es que los estudiantes se quedan sin o con conferencias disminuidas durante la ausencia de estos académicos y esto tiene un impacto en sus estudios.
—Una de las frases que más me gustaron de su último libro es: “Los eruditos ya no existen; solo existen los intelectuales”. ¿Podría desarrollar más este pensamiento? ¿Cree que se debe a la falta de una educación sistemática? Sería bueno conocer la opinión de alguien que vive en la cuna del pensamiento.
—Es peor que una crisis, es un cambio en el sistema educativo. La escuela secundaria se concentra en preparar a los estudiantes para sus estudios universitarios en el campo que eligieron. Los estudiantes carecen de un conocimiento general, lo que les ayudaría a comprender el mundo y la sociedad. Ahora, en las escuelas secundarias de muchos países, incluyendo Grecia, se eliminan el griego antiguo y el latín de la currícula, a menos que el estudiante tenga la intención de continuar en los estudios clásicos. Una vez le dije a un profesor universitario que este sistema está produciendo analfabetos con una maestría.
—¿Considera que hay una crisis educativa a nivel global? Si es así, ¿por qué?
—Bueno, creo que el profesor retirado explica la diferencia en la novela. Antiguamente, la sabiduría provenía principalmente de los filósofos, que tenían una visión global del mundo y de los asuntos del mundo, y de los historiadores con una visión de la historia. Más tarde se les unieron científicos sociales. Los intelectuales de hoy tienen una opinión sobre todo, desde la filosofía hasta la historia, la sociedad y la política. Al menos en parte, son lugares comunes envueltos en análisis. El sistema educativo está apoyando a los intelectuales. Como los estudiantes carecen de un conocimiento general, creen fácilmente en la opinión de los intelectuales. Me temo que no hemos visto aún lo peor. Este sistema producirá especialistas en todos los campos cuyo conocimiento general dependerá de Google.
—De los protagonistas de sus novelas, Lambros, ex guerrillero, es de los que más me gustan. Ahora vive en un hogar para gente sola. ¿Qué pasó con los guerrilleros en su país? ¿Murieron o se transformaron, por ejemplo, en defensores del planeta, como ocurrió con varios?
—Lambros es un izquierdista que luchó por la izquierda y sus ideales durante toda su vida. Ahora está profundamente decepcionado. Desafortunadamente él no es el único. Tengo muchos amigos de la generación de Lambros y casi todos están decepcionados. Se resistieron a la ocupación nazi en Grecia, lucharon en la guerra civil, fueron encarcelados, torturados y exiliados a las islas. Ahora ven el estado de la izquierda en Europa con la sensación de que han desperdiciado una gran parte de sus vidas por nada.
—Cuénteme cómo es vivir en un continente que desprecia a los migrantes, los desplazados que antes fueron colonia. A Europa se le muere gente, niños, ancianos en las puertas de sus casas y no hace nada. ¿Por qué cree que sucede?
—Hay muchas y diferentes explicaciones. La más simple es que algunos países colonialistas despreciaron a los nativos ya durante el período del colonialismo. Otra razón son los islamistas y sus ataques en los países europeos. Como la gente no puede distinguir entre terroristas y migrantes ordinarios o refugiados, los quieren a todos fuera de sus países. La tercera razón es que muchos europeos ven a los migrantes y refugiados como personas sin cultura ni valores, que no tienen lugar en el continente europeo civilizado. Esta es la peor razón de todas, porque conduce a la supremacía de la raza blanca. Sin embargo, la Unión Europea (UE) tiene una gran responsabilidad por su incapacidad para enfrentar el problema. Mientras que la UE está controlando la política económica de cada uno de los países miembros, por otra parte es totalmente incapaz de distribuir a los migrantes y refugiados en todos los países de la Unión. La UE ve las vallas y las paredes en muchos países europeos y simplemente mira hacia otro lado.
—¿Qué le pareció la Argentina cuando estuvo?
—Amo Buenos Aires y me gusta mucho su gente. Admiro la ciudad y la pasé muy bien durante mis dos visitas. También estoy muy contento porque a los argentinos les gustan mis novelas. Y espero, con impaciencia, la próxima oportunidad de visitar su país. Pero, por favor, no me pregunte sobre la situación política en Argentina, porque no tengo los medios para seguirla con regularidad.
Traducción, Lola Virgolini Rey.