En diálogo con este suplemento, Anzardi contó pormenores de la escritura de su libro, una crónica que reconstruye el proceso creativo del disco que Páez quisiera no haber grabado y que terminó por consolidarlo como uno de los artistas centrales del rock argentino.
–A lo largo del libro, tu voz narrativa parece la de un funámbulo que camina haciendo equilibrio entre la reconstrucción de los crímenes y la posterior causa judicial, y la vida de Fito Páez en ese período. ¿Cómo encaraste el desafío de contar una historia que anudaba sucesos policiales con la creación de un álbum?
–Tuve claro desde el principio que los crímenes tenían que ser solamente el disparador de la historia. Me parecía que el abordaje de lo policial excedía mis capacidades y conocimientos periodísticos –lo mío, más que nada, es el periodismo de rock– y que tenía que centrarme en Fito y en el después de los asesinatos. Además, tenía como premisa interna, personal, no caer en el morbo. Quería escapar del sensacionalismo, por lo tanto, y justamente por mi falta de experiencia en el campo del periodismo policial no quería ponerme a contar una historia que pudiera salir mal. Pero claro, a medida que el trabajo avanzó todo se hizo más complejo y fue evidente que no iba a ser tan fácil gambetear el tema de los crímenes así nomás, por lo que tuve que meterme en el caso mucho más de lo que había imaginado al comienzo. Creo que el tono narrativo del libro ayudó a anudar ambas historias, la de los asesinatos y la de Fito haciendo el disco. De todas maneras traté de no andar con improvisaciones. Hice talleres de periodismo policial y periodismo narrativo, leí, escribí y reescribí mucho y traté de asesorarme lo suficiente para que no se me escaparan detalles. Creo que el resultado es bueno y que finalmente los crímenes y sus consecuencias judiciales no quedan relegadas sino que aparecen lo necesario dentro de la historia de Fito.
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Páez y sus abogados en una comisaría, en 1986.
–Lo ocurrido en la casa de Balcarce 681 cambió para siempre la relación de Páez con Rosario. Si antes la ciudad era una suerte de refugio al que volvía cada tanto, después de los crímenes se volvió un lugar macabro, plagado de policías amenazantes y periodistas inescrupulosos. La reconstrucción de esos días en los que Páez vivía encerrado en la casa de Liliana Herrero y deambulaba por las noches solo y empastillado es excelente. ¿Podría decirse que en esas noches a la deriva nació Ciudad…?
–Sí, esas noches fueron las de mayor furia de Fito contra Rosario y contra todos. Esa bronca que se refleja en la canción Ciudad de pobres corazones es el primer rasgo, la primera consecuencia anímica. Maldice a todos, hasta a Dios (“maldito sea tu amor”) y jura que no lo verán arrodillado, pero en realidad, a lo largo del disco (por ejemplo, en Track Track), se muestra derrotado por la situación, humillado por la muerte y desesperado, sin rumbo. Sin dudas, esas primeras noches posteriores a los asesinatos, con los asesinos libres, con las noticias de “la yerba en el viejo cajón” en todos los medios, con la falta de precisión de los investigadores y con el aparente desprecio de las autoridades, lo enojaron mucho. Esas noches fueron el caldo de cultivo de la canción y del personaje que Fito adoptó después para moverse en las entrevistas, el cínico dark vestido de negro que veía todo de manera negativa.
–Fabiana Cantilo, pareja de Páez en aquel momento, es un personaje crucial en esta historia. Considerando que te contó situaciones muy íntimas, ¿cómo trabajaste su testimonio para aprovechar su cercanía con los hechos sin caer en el morbo?
–En principio, no puse todo lo que me dijo. Fabiana me reconoció que había cosas que no recordaba, pero lo que recordaba lo contaba con una honestidad enorme, sin filtro. Y me pareció que incluir algunas cosas no tenía sentido. Pero después, más allá de eso, trabajé su testimonio de la misma manera que todo lo demás: intentando contar la historia de la manera más equilibrada. Así como no quería hacer un libro sensacionalista, nunca me interesó hacer algo obsecuente. Si Fito sufría por los crímenes y componía ese disco pero también andaba con otras minas a espaldas de Fabiana o se comportaba como un ser insoportable en el estudio o maltrataba a sus asistentes, había que ponerlo, porque son rasgos del mismo personaje en ese mismo momento. Lo mismo con Fabiana, que lo cuidó a Fito, lo bancó como pudo, pero también peleó contra sus propios demonios.
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Una pareja explosiva: Páez y Fabiana Cantilo.
–En un pasaje del libro definís Ciudad… como “el debut de un artista que nadie había previsto”. ¿Podés explayarte un poco más sobre esta idea?
–Nadie pensaba en la aparición de ese Fito Páez. El Fito 1986 era el de Giros, el de poncho y rulos enormes que cantaba canciones que se coreaban en los bares progresistas. La aparición del Fito de Ciudad… es algo que nadie imaginaba. Desde el sonido, sin embargo, creo que un poco ya se podía vislumbrar esa nueva etapa en algunas cosas de La La La (1986) y el EP Corazón clandestino (1986). Pero de ninguna manera alguien podía imaginar o anticipar al Fito oscuro y enojado que iba a aparecer a fines del 86. Creo que los asesinatos interrumpieron una evolución artística de Fito que seguramente iba a tener influencias de Prince pero que conceptualmente iba a ir por otro lado, quizás más parecido a Giros, que había sido un éxito. Quizás los asesinatos retrasaron el éxito de El amor después del amor (1992).
–El testimonio de José María Vernet, gobernador de la provincia al momento de los asesinatos, es escalofriante porque refleja la impunidad con la que seguía manejándose la policía de la dictadura en plena democracia. ¿Qué te contó Páez sobre el clima que había cuando le tomaron declaración?
–Él no me habló tanto de eso. Con Fito más que nada hablamos del disco, anécdotas varias y de cómo se sentía a partir de lo que pasó. Creo que me dijo lo del “grabadorcito” con el que respondía a los policías rosarinos cuando recordó que declaró en un estado supuestamente zombi por las pastillas, algo que no fue tan así. Fito declaró de manera normal y, según contó su abogado, andaba con un teclado muy pequeño con el que solía samplear voces de vez en cuando. No es que no podía hablar.
–Dos preguntas similares, para terminar. La primera: los crímenes hicieron que Páez renegara de su pasado progresista y de canciones que había compuesto poco tiempo atrás, como Yo vengo a ofrecer mi corazón. ¿En qué momento se reconcilió con esas canciones?
–Durante la etapa de Ciudad de pobres corazones, en 1987, Fito tocó Yo vengo a ofrecer mi corazón muy pocas veces: lo hizo en un show en la Bombonera junto a Pablo Milanés y en la gira que hizo poco después por Cuba. En la isla Fito sintió de nuevo una calidez que desde los asesinatos lo había abandonado. Se sintió muy contenido por músicos como el propio Milanés o Silvio Rodríguez, y muy querido por el público cubano. Fue un flechazo mutuo. Más de un entrevistado para el libro me dijo que en ese viaje a Cuba, realizado unas semanas antes de la grabación de Ciudad de pobres corazones, Fito volvió a tener ganas de vivir. Quizás fue el empujón que necesitaba para seguir adelante. Después está la famosa anécdota entre Fito y el Indio Solari en Cemento. Fito siempre cuenta que el Indio le dijo que Yo vengo… era una canción muy linda y que no valía la pena estar enfrentado con su propia obra, y que esas palabras lo hicieron reflexionar.
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Silvio Rodríguez, Fito y León Gieco en 1987.
–La segunda: sobre el final contás cómo a Páez, pasado el tiempo, las canciones de Ciudad… se le volvieron difíciles de cantar en vivo. ¿Cómo fue el proceso que le permitió volver a cantar ese repertorio?
–Fito me dijo que compuso Ey! (1988) para sacarse de encima Ciudad de pobres corazones. Y ese proceso fue muy rápido. Para diciembre del 87, cuatro meses después de la presentación oficial de Ciudad…, ya estaba diciendo que tenía su próximo disco en la cabeza. Creo que Fito asimiló la tragedia de su familia con el paso de los años y que lo hizo a partir de su personalidad, con una actitud de ir siempre “para adelante”. Hay declaraciones posteriores, muchos años después de los crímenes, donde reconoce que no puede odiar a los asesinos porque el odio no está en su naturaleza. Es algo sorprendente y no tanto. Creo que es una consecuencia lógica dentro de su propio universo. Me parece que Ciudad… sigue siendo un disco doloroso para él, un poco insoportable, pero lo asume como asumió todas las pálidas que le tocó atravesar.
Un fragmento de “Hay cosas peores que estar solo”
Por Federico Anzardi
Los ensayos avanzaron rápido. Fueron los mejores días que Fito vivía en varios meses. Las sonrisas se veían más seguido. Las canciones eran crudas pero trabajar en ellas lo sacaba un poco de la angustia. La banda y los asistentes lo sabían y se esforzaban para que el estado real en el que estaba Fito no se reflejara en la sala. Él respondía tocando y probando arreglos durante horas. Estaba abierto a la creación y las sugerencias. Asimilaba todas las ideas con mucha facilidad. Las incorporaba o las desechaba con la velocidad con la que sacaba los temas de Charly durante la adolescencia. Sus compañeros creían que Fito tenía un oído superdotado, y no se equivocaban. Nunca necesitaba partituras. De hecho, no sabía leer música. Aprovechaba esa capacidad desde que era un chico. La primera vez que ocurrió fue una noche de 1969, cuando se puso a tocar el piano de su madre mientras su papá y las viejas miraban televisión. Ya de adolescente engañó a Domingo Scarafía, su profesor de piano. Fito se comportaba como un alumno desleal. No hacía los ejercicios, tocaba de oído y fingía que leía las notas. Lo hizo hasta que su maestro lo descubrió. Cuando intentó interpretar Rapsodia en blue, Scarafía se dio cuenta del engaño y lo echó para siempre. “El viejo Scarafía” era un docente severo que pegaba algunos gritos con su voz aguda, pero los alumnos, en general, lo adoraban. Era sanguíneo, apasionado. Había nacido en 1914 en Colonia Josefina, un pueblo del oeste santafesino que quedaba en el límite con Córdoba, a unos 10 kilómetros de San Francisco. Manejaba el conservatorio desde 1038, cuando lo heredó de su maestro, Leopoldo Crelerot, compañero de Alfred Cortot en el Conservatorio Nacional de Música de París. Se casó con María Edith Pandavene, una de sus estudiantes. Ella también era muy buena en el piano. En 1946 tuvieron una hija, Norma, que logró extender la tradición musical en la familia y se volvió una docente y concertista destacada en Rosario.
El Instituto Scarafía estaba en la planta alta de Balcarce 668, justo enfrente de la casa de Fito. Tenía una entrada independiente que llevaba directo al primer piso. Ahí Domingo dominaba por completo. Antes de enseñarle a Fito le dio clases a Margarita, que llegó a dar algunos conciertos en eventos organizados por el conservatorio. Años después, Fito pidió los programas donde su madre era nombrada. Pero su propia experiencia no duró mucho. El viejo Scarafía lo había expuesto. No era alguien nacido para el método. Fito se dedicó a escuchar discos, acudir a recitales y a tocar en el comedor de su casa. A veces, cuando todas las ventanas estaban abiertas, los sonidos de su piano se mezclaban con los del conservatorio en el aire de la calle, como hacen las ramas de los árboles de veredas opuestas cuando se acercan demasiado.
Bio
Federico Anzardi es periodista. Nació en Concordia en 1983. Entre 2011 y 2018 fue editor de la revista Rock Salta, que reflejaba las escenas musicales de las provincias argentinas. Actualmente trabaja en rocksalta.com. Colaboró en La Agenda, Mavirock, Soy Rock, Rolling Stone, Página/12 y en radios de Salta, Buenos Aires y Tucumán, entre otros. En 2015 fue finalista del Premio Fopea al Periodismo de Investigación. Su blog es frasesrockeras.blogspot.com.