La carta de Hernán Kruse del 3 de diciembre, titulada "La resurrección de Cristina", además de desubicada, inexacta y obsecuente, fue absolutamente desconcertante. Porque en otras que enviara el autor no parecía portador de tanta confusión. La respuesta de Víctor Chapel del pasado 6 de diciembre resultó acertadísima. Y uno siguió, incentivada por su lucidez, lucubrando tantas preguntas sobre esa supuesta "resurrección"... ¿Resucitó? ¿Para qué? ¿Para recibir a Madonna con satisfecha e infantil cara de "misión cumplida", cuando jamás convocó a la gente del campo? A la gente productora de alimentos que puede salvar de la crisis a la Argentina, a la gente que también puede reactivar la industria, a la gente que trabaja, no haciendo contorsiones en un escenario, sino cultivando la tierra y labrando esperanza. ¿Resucitó para seguir con sus innumerables giras turísticas –con corte palaciega, hija y amiguita adolescente– donde tiene ocasión de cambiarse cinco veces al día contraviniendo el protocolo, para lucir sus modelitos y sus carteras? Lugares distantes de los que no debe tener ni el barniz del conocimiento que otorga el secundario y desde donde hace anuncios risibles. ¿Acaso resucitó para anunciar el retorno de aquellos quinientos millones más sus intereses que se evaporaron desde el sur en el extranjero? No. En vez de promesas para paliar el hambre, la desocupación y la precariedad de las escuelas y la salud, cree que alegrará a ese pueblo que subestima anunciando que traerá a la momia de Tutankamón y sus tesoros. ¿Para que se la coman los hambrientos? ¿Para que se inspiren en los tesoros los desposeídos? ¿O para que tal abundancia de oro despierte la codicia de la piara de asaltantes sueltos que contaminan el país? Si ella, resucitada y todo según Kruse, no es capaz de evitar el ridículo y la mentira como mensaje ¿no tiene entre tantos asesores que pululan, siquiera uno que la asesore en sensatez y honestidad? Y que además la convenza, a ella y a Kruse, de que el pueblo no es idiota.