A comienzo de los años ochenta se produjo un giro cultural que cobró fuerza en las diferentes dimensiones de la vida social. Las narrativas totalizadoras que habían caracterizado al período moderno cedían paso a una multiplicidad de lenguajes simbólicos que configuraron una nueva cartografía ideológica. En ese contexto la práctica pictórica evidenciaba aspectos formales ligados al gesto deliberado, a la acumulación de la materia y al empleo de grandes soportes, tal como ocurrió con el neoexpresionismo alemán o la transvanguardia italiana. Dichos movimientos habían adquirido un reconocimiento internacional y pregonaban el denominado “retorno a la pintura” como respuesta a las experiencias radicalizadas sobre la desmaterialización del objeto artístico en los diferentes conceptualismos regionales durante los sesenta.
En el ámbito rosarino estos estertores generaron ecos en algunas producciones visuales que, más allá de los dictados procedentes de los centros metropolitanos, impulsaron la creación de imágenes con gran potencia expresiva. La aplicación abundante de pigmentos con diversos grosores y las líneas vibrantes fueron rasgos determinantes en la plástica local. Artistas como Emilio Torti (1952), Mauro Machado (1954) y Fabián Marcaccio (1963) forjaron un conjunto vigoroso de obras que, a la luz de una mirada actual, encarnan paradigmas de una realidad histórica caracterizada por la circulación de nuevas ideas filosóficas sustentadas en la condición posmoderna, el advenimiento del régimen democrático en nuestro país y la apertura hacia otros modos de la existencia humana.
En las pinturas de Torti se reconstruyen imaginarios que remiten a formas animalescas, híbridas y bestiales. En S/T de 1988 la figura central se erige sobre sus patas largas y estilizadas, estableciendo un contrapunto con la superficie rosada –dotada de gradaciones de amarillos, anaranjados, blancos y violáceos– de fondo. La aplicación de sustancias como el Loxon, entonadores y acrílicos incrementa la gestualidad expresionista, tanto por el modo de utilizar los pigmentos como por los trazos enérgicos que caracterizan la composición en su totalidad.
Luego Torti realiza una serie de paisajes despojados tales como No me dejes caer de 1992, donde la paleta vira hacia una monocromía austera. La persistencia de la simetría se observa en la presencia de un plato ubicado en la zona inferior de la tela, justo en el medio, iluminado con brillos que se extienden hacia formas circulares. Más tarde el artista incursionaría en búsquedas estéticas dentro del campo virtual, con trabajos que incluyeron desde impresiones digitales creadas a partir de computadoras hasta la ejecución de archivos en baja resolución sistematizados en forma secuenciada y exhibidos en tiempo real dentro de monitores.
En el caso de Mauro Machado, la superposición de capas sobre capas de varios tipos de pintura organiza una serie de texturas heterogéneas que otorgan a la tela un principio de tridimensionalidad. En El desierto de las ideas de 1987, Machado plasma una visualidad inquietante que abre dos significados paralelos. Por un lado, vemos un espacio desolado donde emergen pequeños corpúsculos o espesores, resultantes de la superposición de tramas pictóricas. Por otro, una escalera parece conducir a un sitio desconocido que se relaciona con las ideas y los pensamientos. Los grises oscuros predominan en esta obra, donde la silueta negra de la escalera se destaca de ese fondo ominoso. Posteriormente, Machado ensayaría con óxidos y pigmentos diluidos, tal como en Moon’s’Roses, de 1995. Una base marrón, que remite al deterioro de los metales y a las acciones de herrumbre y descomposición, es intervenida con pequeños círculos blancos que evocan figuras lunares o flores observadas desde arriba. Las zonas centrales están remarcadas y sugieren siluetas de rosas que dialogan con el fondo a partir de efectos visuales sutiles. Con el tiempo estas búsquedas derivarían en sus experiencias con las cápsulas depetris (petri dish), en la digitalización y transferencia de imágenes en distintos soportes. Los procesos que caracterizan el recorrido de Machado aúnan la química, la estética y la geometría.
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Paintaint Grounder, de Fabián Marcaccio
Por su parte, en los años ochenta Fabián Marcaccio explora un tipo de figuración expresionista que se visibilizó en un momento histórico donde las artes gráficas y el grabado en especial cobraron una especial importancia. Paraguas flameantes II de 1982 es un dibujo con grafito y témpera sobre papel que representa una escena dinámica en la que un cuerpo masculino es arrastrado por el movimiento. En la década siguiente Marcaccio comienza a trabajar en una serie de lonas pintadas denominadas Paintaint Grounder (1997). Los rastros de las pinceladas son ampliados mediante un procedimiento técnico de reproducción e impresión, de modo tal que se observan los detalles ínfimos, los goteos y las sinuosidades. Son huellas meticulosas que semejan una captura de laboratorio y que en esta instalación adquieren una dimensión espacial imponente.
A grandes rasgos, las producciones de Emilio Torti, Mauro Machado y Fabián Marcaccio se articulan con una estética de corte expresionista que a su vez es materializada con procedimientos singulares e inauditos. De esta manera sus obras se inscriben en una línea de trabajo donde la fruición cromática, la experimentación matérica y el impulso gráfico confluyen en manifestaciones visuales notables.