Por Carolina Taffoni
"No existe el humor que no sea militante", dice Martín Rechimuzzi, y él ha militado, valga la redundancia, esa afirmación. Licenciado en Ciencias Políticas y charlador filoso, Rechimuzzi se hizo conocido con sus personajes y sátiras a través del programa de Roberto Navarro en C5N, del sitio web El Destape y las miles y miles de reproducciones de sus videos en las redes sociales. Junto a Pedro Rosemblat ("El cadete" de C5N) forman una dupla que decidió encarar el humor político desde un espacio tan puntual como frontal: en contra del actual gobierno nacional y comprometido con los contenidos y las formas del kirchnerismo.
Desde este lugar, los humoristas encararon un show en vivo que se convirtió en un éxito y que hoy los trae a Rosario. "Proyecto Bisman" se presentará esta noche en dos funciones, a las 21 y 23.30, en el teatro La Comedia (Mitre y cortada Ricardone).
En el espectáculo Martín Rechimuzzi interpreta a dos de sus personajes más populares: la ministra Patricia (en clara alusión a Bullrich) y Randall López, un supuesto periodista de la CNN que consulta entre la gente su opinión acerca de situaciones políticas alteradas o falsas, sacando a la luz las contradicciones de una sociedad saturada de información banal. En charla con Escenario, el humorista criticó los "relatos simples para cuestiones complejas" y atacó el discurso que defiende la meritocracia.
—¿Cómo está armado el espectáculo?
—El espectáculo trabaja sobre una lectura que tenemos tanto Pedro como yo sobre la realidad política del presente. Enunciamos desde un posicionamiento bien marcado. Pepe interpreta al cadete, que es como el eje de toda la obra, y yo intervengo con Randall López y la ministra Patricia. Si bien hay un mensaje global en la obra también vamos ajustando los libretos semana a semana de acuerdo a la coyuntura. Es un desafío interesante mantener actualizado el espectáculo y nos llena de alegría hacerlo.
—¿Es más sustancioso o eficaz hacer humor político en plena campaña, y con un gobierno bastante debilitado, al menos en las encuestas?
—En algún sentido es más complejo. La campaña tiene un objetivo bien claro, que es mover al voto. A nosotros por supuesto también nos interesa que se vaya este gobierno, enunciamos desde ahí, y al mismo tiempo nos interesa intervenir en el mediano y el largo plazo, en pensarnos a través de la historia, pensar cuáles son las tensiones que nos atraviesan. Más allá del resultado, de que ganemos o no, esto tiene que ver con la tensión constitutiva de la experiencia política argentina, la pugna por todo lo que sabemos que está en juego.
—El personaje de Randall López explota muy bien esa compulsión de los argentinos por opinar de todo, por creerse informados siempre. ¿Por qué pensás que se da esto?
—Es muy interesante esa apreciación. No lo había pensado de esa forma. Esta es una propuesta humorística, no es una propuesta cerrada. No es una cuestión de querer demostrar algo, una cuestión científica de fines y medios. Pero es cierto que en la gente hay una gran cuota de eso, de no sentirse ignorante, o de esconder la ignorancia. Y es algo transversal, le pasa a gran parte del electorado, no importa si son macristas o kirchneristas. Hoy en día hay una compulsión por formar parte de un todo que está opinando sobre todo rápidamente. Es como que no queda lugar para repensar cuestiones más complejas o a largo plazo, porque la lógica digital, que viene de la mano de Randall, es veloz y resolutiva. El macrismo supo manejar muy bien esto desde el día uno. Lograron acabadamente dar relatos simples para cuestiones complejas. Por ejemplo, se logró narrar que se robaba al Estado a través de bolsos, o que un PBI se puede robar en bolsos. ¿Cuánta gente sabe cuánto es un PBI y cuántos bolsos se necesitarían para robarlo? Son relatos muy simples para temas complejos.
—¿Cuáles son tus influencias en el humor? ¿Qué te hace reír?
—En principio, a todos los humoristas nos aparece en algún momento el desarrollo de un personaje contrafóbico, eso de salir a defenderse de otra manera, con otra mirada. Eso es lo principal. Y entre lo que vi me influenció mucho "El palacio de la risa" (el programa de Antonio Gasalla en los 90), que me parece una genialidad. También vi de lejos lo que pasaba en el Parakultural. Y otra referente es Niní Marshall.
—¿Y "Cha Cha Cha" o "Todo por dos pesos"?
—Eso me agarró en una adolescencia un poco más tardía. Te diría que miraba más "Todo por dos pesos" que "Cha Cha Cha". Obviamente que hoy miro "Cha Cha Cha" por YouTube y hay genialidades... "Los Cubrepileta", por ejemplo, son de una genialidad absoluta.
—Hay muchas críticas hacia el periodismo militante. ¿Te sentiste atacado o señalado por hacer humor militante?
—Sí, pero yo me paro ahí. No existe el periodismo o el humor que no sea militante. Todo tiene una carga ideológica y un posicionamiento político. El nuestro es bien claro. Mis tensiones principales no tienen tanto que ver con el público, que les puede gustar o no. Cuando hablo con otros humoristas que defienden esto del chiste por el chiste siempre tenemos que tener presente que toda propuesta de humor contiene en sí posicionamientos ideológicos fuertes, y que eso legitima o corroe. El humorista tiene que ser consciente de eso, y creo que el periodista también. Hoy en día, pensar que existe ese periodismo objetivo sigue siendo parte del engaño de los que se quieren hacer un poco los tontos o las tontas. Todos sabemos la importancia que tiene la palabra periodística en la construcción de sentido y en la praxis política.
—Rosemblat dijo recientemente en una entrevista que si Cristina Fernández gana las próximas elecciones "lo que hago cambiará, porque hacer humor desde el oficialismo es distinto". ¿Pensás lo mismo? ¿Estar del lado del oficialismo es un límite para el humor?
—No. Va a cambiar porque esto cambia todo el tiempo. Cada año cambia nuestra propuesta artística. Por más que haya un resultado favorable en las elecciones esto no se acaba, esto es una disputa histórica en la Argentina, de dos proyectos que son antagónicos. El tema es cómo se resuelve el problema con el otro, si se lo reprime y se lo segrega o se busca de qué manera se incluye. Ahí está el antagonismo. Eso no quiere decir que no haya exclusión en el otro proyecto político. No es el diablo contra dios. No es que antes no había gente que no la pasara mal, por supuesto que sí. La diferencia es que, desde un proyecto político que incluye, que haya gente muriéndose de frío en las calles, como pasó en estos días, es algo que está mal. En el discurso político donde el eje vector es la meritocracia, como en el macrismo, que alguien se muera de frío en la calle es algo casi de la selección natural de la humanidad: no se esforzó lo suficiente. Lo que se dirime en las elecciones es mucho más que un modelo, es un proyecto de país y de qué quiere hacer la sociedad argentina respecto de estas situaciones.
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