“Tenía ganas de hacer una obra de teatro así, bien disparatada, que me gustara la temática”. Así definió Diego Peretti a “El placard”, la pieza dirigida por Lía Jelín que fue uno de los éxitos de la temporada en Mar del Plata. La comedia, una de las cinco más vistas entre “Vale Todo”, “Sé infiel y no mires con quién”, “Pato a la naranja” y “Brillantísima ”, desembarca el viernes, sábado y domingo próximos en el teatro Fundación Astengo. El actor está acompañado por Alejandro Awada, Osvaldo Santoro, Valeria Lorca, Hernán Muñoz, Matías Strafe, Marcia Becher, Pablo Finamore y Romina Lugano.
Peretti interpreta a un hombre subestimado e ignorado por todos. A punto de ser despedido de su trabajo decide hacerse pasar por gay. La estrategia, le sugiere un vecino, haría que la empresa -cuyo producto estrella con los preservativos- revierta la medida para no ser acusada de discriminatoria. El texto pertenece al francés Francis Veber, un especialista en comedias, autor de los guiones de todas las versiones de “La jaula de las locas” y de algunos de los hitos de Pierre Richard y Gérard Depardieu en cine. “El placard” también tuvo su versión en pantalla grande en 2001, tal como ocurrió con otro guión de Veber como “La cena de los tontos”, una película de 1998 por la cual el autor ganó un César en 1999, y que en Argentina interpretaron Guillermo Francella y Adrián Suar. La pieza producida por Lino Patalano, irá también a Tucumán y Mendoza, antes de volver al teatro Maipo, en Buenos Aires, a partir del 9 de mayo.
—¿Cómo fue la adaptación?
—Es la misma temática y la misma historia, pero estilísticamente hablando hubo que teatralizarla más. Con esto quiero decir que la película tiene un tono de comedia medio neutra, gris, opaca, triste en algún momento, y en el teatro decidimos hacerla más expresiva, más excéntrica, más hacia afuera, más caricaturesca en el buen sentido de la palabra, como aquellas actuaciones del neorrealismo italiano, que intenta construir personajes creíbles pero subrayando las acciones y las expresiones vocales. Termina siendo una obra quizás un vodevil, con extremos de situaciones de personajes que entran y salen, con equívocos, muy ágil porque tiene una escenografía casi vertical con diferentes zonas. Fue una idea de nuestra directora, Lía Jelín, precisamente para que el espectáculo tenga como una fisonomía cinematográfica en cuanto a la rapidez. Es una obra que tiene 32 escenas o más y si no tenés una agilidad se puede hacer eterno y mortal.
—Además marca tu regreso al teatro con una comedia...
—Hice una sola comedia producida por Ricardo Darín con Verónica Llinás en el 2000 que se llamó “El submarino”. Después, la verdad es que no hice comedia.
—¿Fue una decisión?
—No, se va dando. Yo tenía ganas de hacer una obra de teatro así bien disparatada, que me gustara la temática. Es como la vida, que se presentan opciones y por ahí se te presenta una sola y no tenés como decidir, es simplemente esa. En este caso estaba en la mitad del camino. Me dieron esta obra, tenía tiempo para hacerla y elegí hacerla porque tenía ganas y además porque la opción era buena.
—¿El texto incluye una crítica o una ironía sobre la práctica de lo políticamente correcto?
—Ya el tema de la discriminación sexual o de la homofobia es algo que, gracias a Dios, por lo menos en Argentina, está bastante superado. Hay apertura e inclusión, y quien tenga un pensamiento homofóbico o discriminatorio sexualmente no es tan aceptado en la gran masa poblacional. Es como que tiene que esconder esa opinión. Pero culturalmente es una batalla ganada. Si bien es así, la obra aborda el tema y se va parodiando, no seriamente, sino parodiando esa actitud homofóbica. La gente acompaña a la parodia general que es la obra. Se monta encima la crítica y hace parodia.
—¿Tolerar es aceptar?
—La tolerancia me suena “a me aguando y tengo paciencia”, y la batalla a ganar es “no me tengo que aguantar nada porque no hay nada que me moleste, porque lo veo natural”. Obviamente el primer paso es una sociedad tolerante, es una sociedad abierta, y el segundo paso que tendríamos que tener es aceptar sin ningún tipo de prejuicio, ni tolerancia de nada. Netamente es lo que es, y cada persona es lo que es mientras no le haga mal a otra. Esa sería la dirección del vector.
—¿Cómo trabajaste tu personaje?
—Está trazado fundamentalmente por el sentimiento de culpa. Este tipo siente culpa por todo: por lo que tiene culpa y por los que no siente culpa también siente culpa. Entonces cuando eso abarca la mayor cantidad de su pensamiento su actitud es de retracción. Imaginate una persona que se siente culpable de cualquier cosa, eso te lleva a la inacción, a quedarte sin posibilidades de arriesgar nada ni de vivir. Es un personaje que está atravesado por la culpa, lo que hace que tenga una manera de caminar como escondiéndose, es muy llorón, es una persona que se queja de todo. Está en una crisis total y precisamente por estar en una crisis tan grande, una opción tan loca como la que le ofrece ese vecino puede ser aceptada. Si estuviera más centrado, si fuera más racional y coherente no aceptaría una cosa así, sin embargo está tan en la lona, creo que ni siquiera está en la lona, está tratando de subir a la lona.
—Hay una tendencia a montar comedias a las que se llama inteligentes, como fueron “Art”, “El nombre”, “Un dios salvaje”...
—Las comedias inteligentes, o las que tratan de ser inteligentes, siempre tuvieron aceptación, como me imagino que fueron las comedias de Neil Simon en otra época, como “Extraña pareja”. Todo lo bueno funciona bien, y lo bueno en términos no de belleza artística, sino en términos de lo que no subestima al espectador y además le produce una gran gratificación. Si se dan esas dos cosas yo lo llamo comercialmente bueno. Si lográs que la gente se identifique masivamente a través de una narración que no la subestime en su inteligencia y en su buen gusto, hay algo que hace que comercialmente funcione.
—¿Te resulta llamativo que estas comedias tan masivas sean de autores franceses?
—Bueno, hay comedias argentinas, aparecen comedias buenas; Tito Cossa era un gran escritor, también (Javier) Daulte. Se eligen obras que a uno le parece que están bien y si son extranjeras hay que adaptarlas. No sabría bien decir cómo es el estado de la comedia en la Argentina en la actualidad, pero lo que sí veo es bastante seguido buenas comedias.
—En “Art”, “Un dios salvaje”, “El nombre”, e inclusive en “El placard”, el tema que sobresale es la tolerancia o lo políticamente correcto, respetar lo diverso ¿Por qué resulta atractivo?
—Creo que cuando decís “políticamente correcto” soslayás un poco la importancia de algunos temas. Podés decir políticamente correcto, pero además social y culturalmente acertados, además de políticamente correctos. Pocas obras producen una transgresión en donde la gente le cueste trabajo discernir sobre la moral de determinado tema. No son obras muy seguidas las que producen un éxito comercial que incomoda al espectador. Y cuando se dice políticamente correctas, pueden ser políticamente correctas, pero no socialmente aceptada, y esas cosas generan una discusión y una reflexión más cercana al espectador que las puede tener como fácil identificación. Otros temas son más difíciles de tratar o quizás se meten en vericuetos más complejos.