Y, por ende, como estoy desprovisto de ese direccionamiento valorativo que importa la especialización en algo, es que resulta importante que el lector sepa desde qué lugar contaré la experiencia. Pero, fundamentalmente, porque ningún compromiso me impide mencionar algún rasgo que considere negativo.
Ahora bien, cualquier lector despabilado me dirá, no sin razón, que en tales casos lo que me hayan mostrado en Esquel fue preparado para impresionarme con un sitio que pisaba por primera vez en mi vida. Y, para que yo saliera sorprendido corriendo a contar a quienes leen La Capital que al planificar su próxima escapada o sus vacaciones incluyan a esta ciudad, de 11 mil habitantes en el extremo oeste del Chubut (al pie del cordón cordillerano, a 90 kilómetros del límite con Chile) entre sus opciones.
Pues bien, amigo lector, tiene usted toda la razón al respecto sin errar un ápice. Eso se hace en todos los Fampress (o debería). Lo que hay que preguntarse es si ello invalida o no el mensaje que se busca transmitir. Veamos. Cuando preparamos un acontecimiento especial en nuestras casas, todo se dispone a tal fin, la limpieza se extrema, la vajilla cotidiana se reemplaza por la que está guardada para las ocasiones singulares, y cada uno de nosotros se ataviará con lo que mejor tenga o la indumentaria que mejor le queda y se rociará con el perfume caro que mezquina. Todo con un único fin de agasajar al visitante invitado que —advierta o no los esfuerzos de los preparativos previos— buscamos que se sienta bien, cómodo y protagonista de placenteros momentos.
¿Invalida ello nuestra intención? No, todo lo contrario. Es más, no tiene por qué, siquiera, hacer mella en la espontaneidad del disfrute con la visita. Felizmente, así son los Fampress. El esfuerzo de mucha gente preparando todo para recibir una visita desconocida y remilgada ?los periodistas, como en mi caso- que no saben si al cabo de los días compartidos los habrán complacido o disgustado.
Casi me animo a aseverar que en "Destino Argentino", la cámara que reúne a muchos prestadores de servicios al viajero y de turismo, y que armó el Fampress a Esquel, que voy a contarles, no debe ser diferente a una casa cuando se prepara para atender visitas. Me refiero en cuanto al nerviosismo, corridas, y obsesión porque cada cosa esté en su lugar.
La opinión no es antojadiza, su directora ejecutiva, Juliana Estévez, nos acompañó cuidando los detalles con celo, a la vez que con un perenne sonrisa y buen humor ?admitamos que muy propicios para demoler de raíz cualquier contratiempo- para que todo saliera a "lo grande", como le gusta decir a ella. ¿Acaso no es el sueño de cualquiera que inicia un viaje, sobre todo si es de esparcimiento y relax, pasarlo "a lo grande"? Bien, acá tengo para contarles una opción que garantiza ello.
Destino Argentina, cuyos miembros (hoteles, entre otros) predisponen sus servicios; hace alianza con otros sectores para armar estos viajes. Aerolíneas Argentinas puso los pasajes. Tiene un vuelo diario a Esquel. El Ministerio de Turismo de la Nación y la Secretaría de Turismo de Esquel, ?traslados, guías, restaurantes- lo suyo. Bien, ya nombré de qué se trata y los protagonistas. Ahora les anticipo el final, y de ese modo las líneas siguientes las puedo dedicar a contarles lo que vi en ese lugar que tanto me maravilló.
No hay que dejar de conocer Esquel, con sus 29 pistas de ski utilizables hasta octubre, con su vecina Trevelin (a 20 Kilómetros) y el Parque Nacional Los Alerces con sus ejemplares milenarios, entre otras atracciones. ¡Hágame caso, amigo lector! Le diré por qué.
No hay drama con el vuelo. Tiene buena combinación aérea desde Rosario y llega en apenas dos horas, desde Buenos Aires. Desde nuestra ciudad, digamos que dándonos margen, a las cuatro horas y media de que usted salió de su casa puede estar en Esquel. Austral pone un avión grande que suele ir casi lleno. Sobre todo en temporada alta. Es que, como suele acontecer frecuentemente, muchas personas adineradas no sólo del país sino desde el otro lado del océano, ya han descubierto Esquel y las bondades de su principal centro de ski: La Hoya.
Son 60 hectáreas esquiables, con 29 pistas para todos los niveles a 1.350 metros sobre el nivel de mar (msnm) y cuenta con toda la infraestructura requerida. Un joven francés venido a hacer temporada de instructor, oriundo de Los Alpes, no encuentra diferencia en la calidad de condiciones para los amantes de este adrenalínico deporte. Bueno sí, para los que vienen con dólares o euros, los costos son quince veces más baratos y encima la gente mucho más sencilla, dada y amable, que los alpinos franceses. ¡Dicho esto por un francés!
También los atrae el paisaje. Tan paradisíaco como esas ciudades ya famosas en el mundo salidas de libros de cuentos infantiles que son Bariloche, Villa La Angostura, San Martín o Junín de los Andes, entre las que han convertido a la Patagonia argentina en un lugar de deseo para las almas inquietas del orbe.
Que el presidente norteamericano, Barack Obama, haya visitado Bariloche habla a las claras de esto que decimos pero su interés, dicen los que saben, era conocer el lugar que aparecía entonces entre las ciudades candidatas a ser sede de la próxima Cumbre de las Américas en 2020 y empujar su postulación en gauchada a su amigo Mauricio Macri.
Haya o no sido así, una cosa es cierta: si el interés del presidente más poderoso del mundo hubiera sido estar tranquilo y seguro, sobre todo seguro, y disfrutar de un paisaje incomparable como el de las ciudades ya citadas con un nivel de servicios propio de reyes y sultanes como los que brindan algunos hoteles (entre ellos en el que nos alojamos en este viaje que ya les relataré aunque no puedo dar nombre de las celebridades mundiales que se cuentan entre sus pasajeros habituales), hoy, después de haber estado allí, no tengo dudas de que Obama bien podría haber parado con Michelle y sus hijas en Esquel.
De paso ?mientras escribo estas líneas, en Rosario acaba de acontecer la segunda marcha masiva pidiendo seguridad con su truculento nombre: "Rosario, sangra"? en Esquel la gente no ata sus bicicletas a nada cuando se baja para ingresar a algún lado, y el último robo registrado por las crónicas data de hace un par de años. El autor, era forastero, asaltó una casa de quinielas pero los vecinos de la cuadra lo redujeron.
Cuando se va esquiar a la montaña y se acaba la jornada yendo a comer un recomendable cordero patagónico guisado regado de cerveza en la posada La Piedra, las tablas y los bastones se dejan tirados en la nieve. Nadie los va a tocar. No llevan estadísticas de homicidios violentos, porque no los hay.
Algo menos tremebundo: no hay semáforos. No los precisan. Todo automovilista ?como comprobé cada vez que cruce una calle- frena para que pase el peatón. Mientras tanto desde dondequiera que se esté (una coherente y rigurosa regulación edilicia no permite construir en altura) al alzar la vista se ven montañas nevadas. ¡En Esquel es habitual que hasta llegado octubre se pueda esquiar!
Y al nivel del horizonte en esta época del año los cerezos florecidos a lo largo, por ejemplo de la avenida Ameghino uno de los dos bulevares, junto a la Alvear, que posee la ciudad, son un alarde de belleza natural. Los cerezos tienen un color rosa fuerte, y los ciruelos un blanco inmaculado y ninguna hoja verde en sus grandes copas. Miles de pequeñas flores abigarradas a un tronco. ¡Algo hermoso!
Tienen las montañas, la ciudad con sus reminiscencias alpinas en las construcciones, las costumbres en gastronomía (torta negra incluida) música y modo de relacionarse traído por la gran inmigración galesa que colonizó la zona, las flores que estallan en primavera junto al verde de los pinares y la nieve que baja cubriéndolo todo con su magia blanca en invierno, ¿qué más hay en esta ciudad?, pregunté en un comercio a modo de abierto desafío.
Salí perdiendo como todo el que hace el ridículo cuando recibe una respuesta que lo deja sin palabras. "Mire, me dijo una muchacha cuarentona de unos centelleantes ojos azul cielo y sedosos rizos color trigo cayendo a los lados de su cara, acá todos nos conocemos. Por eso cuando vemos una cara desconocida se convierte en atención de todos, en un objeto preciado que nos dará de vivir: un turista. Sin él nada crece. No habría centro de ski por mucha nieve que se acumule allá arriba, no habría hoteles, restaurantes ni comercios, y nuestros hijos se irían. Cuidarlo y hacerlo sentir bien para que vuelva o haga que otros vengan es nuestro certificado de supervivencia, crecimiento y desarrollo".
Lo único que pude hacer fue contentarla diciéndole, lo que era riguroso, que me había dado la mejor síntesis que he escuchado sobre lo que es la industria turística, la que mayor volumen de dinero mueve en el mundo. Me sonrío coqueta. Estaba en Esquel.
Nos alojaron en el Hotel Las Bayas. Sólo tiene 10 habitaciones. Por las ventanas se ven las montañas y se siente el perfume a lavanda ?la hay plantada a cada paso en toda la ciudad- que entra por ellas crean por si sólo el clima vacacional. La cheff, Melina Dottavio, será imposible de eludir. No hay dieta que se resista a sus platos gourmets de combinaciones únicas que ella imagina para cada uno pero de porciones propias de una fonda italiana. Pero a no asustarse porque a la hora de la mesa se llega poco menos que agotado. Tanto sea por lo mucho que se ha esquiado o caminado en la propia ciudad o en los alrededores como Trevelin o el Parque Los Alerces, de los que nos habla Gabriela Quintraman, gerente de Las Bayas, mientras su colega la gerente comercial del establecimiento, Sabrina Hernandez, nos muestra las instalaciones.
Alojarse en Las Bayas es uno de esos placeres con los que todos alguna vez hemos soñado. Un hotel de máxima calidad, para un reducido grupo de privilegiados. Tiene una clientela que llega desde los más alejados confines del planeta. Cuando vayan y se enteren de quiénes se trata quedarán boquiabiertos. Creo que ello lo dirá todo.
Pero en Esquel si algo no falta es alojamiento y al alcance de todos. Hoteles, hospedajes, hosterías y hasta campings para motorhomes con todos los servicios (wifi, inclusive) como el de la bodega Nant y Fall, que además de prepararse para lanzar al mercado el vino elaborado en la región más austral del mundo de las que se hacen vino, armó en su predio ese y otros servicios de alojamiento.
Eso queda en Trevelin, que es una palabra grave con acentuación prosódica en la segunda "e". O sea que no hay que esdrujulizarla diciendo "Trévelin" ni agudizarla llamándola "Trevelín", como hacemos casi todos los que visitamos esta colonia galesa pegadita a Esquel.
Trevelin quiere decir ciudad del molino, en referencia al molino ?hoy museo- en que durante años se hizo la harina para las confituras de sus afamadas casas de té. No ir a tomar el té con torta "negra" que afuera se conoce como galesa ?famosa porque puede durar hasta un año o más- resultaría imperdonable. El paisaje acá es igual de bello y la gente encantadora.
Finalmente, me queda contar lo que es el paseo al Parque Nacional Los Alerces, a 50 kilómetros de Esquel: más de 263 mil hectáreas de paisaje tal cual fuera creado por la naturaleza o por Dios, según cada quien prefiera. No sabía que el alerce, al que los mapuches llaman Lahuán, que quiere decir abuelo- era el árbol más longevo de la América latina, al menos. Casi en el comienzo del parque está el Lahuán solitario, de 300 años de antigüedad y 62 centímetros de diámetro a orillas de un prístino río. Un lugar de peregrinación casi.
En el Alerzal Milenario, declarado por la Unesco Patrimonio Natural de la Humanidad, hay ejemplares que tienen entre 2.500 y 3.000 años de antigüedad. A esa zona sólo se llega mediante navegación. Su explotación está prohibida para preservarlo de su extinción porque es muy codiciada dado que es la única madera que existe en esta parte del mundo que no se pudre y dura tanto tiempo.
Describir los lagos, ríos, glaciares y vegetación del parque demandaría otra nota. Dejo al lector la experiencia de verlo todo en vivo. Sólo le advierto que se trata de un lugar en el que la paz se vuelve algo tangible.
La nota discordante que debería dar lugar a la queja periodística de este fampress sino fuera un imponderable que escapó a los organizadores es que no pudimos andar en La Trochita, el viejo expreso patagónico. Quizás el ícono más representativo de Esquel sea ese viejo y pequeño tren que con una trocha de apenas 75 centímetros, recorre sus 18 kilómetros hasta la estación Nahuel Pan, desde añares. Pero se rompió y comenzaría a andar nuevamente al día siguiente de nuestra partida. Quizás haya sido, al fin y al cabo, la excusa para volver aunque, estoy seguro, de que para ello no hace falta ninguna. Las ganas surgen de inmediato y por sí solas apenas dejamos Esquel.
Distancia desde Rosario: 1.868 kmCosto aprox. en auto: $ 3.745Es el centro turístico más importante de la cordillera chubutense.El Parque Nacional Los Alerces, el centro de esquí La Hoya y la laguna La Zeta son los atractivos más cercanos de la ciudad.