“El niño no es propiedad de la familia, ni de la escuela, ni del Estado; cuando nace, tiene derecho a la felicidad”, dijo en 1976 el profesor Mario Lodi en un congreso en la ex Unión Soviética. La frase es rescatada por su amigo, el pedagogo italiano Francesco Tonucci, en el libro Vida de clase: cinco años con Mario Lodi y sus alumnos, reeditado este año por Editorial Losada, al cumplirse cien años del nacimiento de ese “maestro de ayer para la escuela de hoy”, tal como lo definió Tonucci.
Vida de clase relata la experiencia de ese escritor y maestro italiano nacido en febrero de 1922 y fallecido en marzo de 2014. A través de sus páginas, el texto recuerda la experiencia pedagógica de ese educador italiano, cuyos alumnos eran los hijos de los agricultores, obreros, artesanos y comerciantes de Piadena y zonas aledañas. El libro se presentará este sábado 7 de mayo a las 10 a través del canal de YouTube de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Además de Tonucci estarán presentes el rector Franco Bartolacci, y Gabriel Lerner, secretario de Niñez, Adolescencia y Familia de la Argentina. “Este libro —escribe Tonucci— no pretende ser ningún modelo, sino solo una invitación a la lectura; a una lectura atenta y apasionada que permita a cada docente descubrir que tras los productos escolares están los niños, con su diversidad, sus problemas, sus familias, sus juegos, sus dolores y alegrías. O sea, una invitación a comenzar con espíritu de aventura el viaje alrededor del mundo niño”.
Presentacion del libro Vida de clase, de Francesco Tonucci
Docentes y familias
En el libro, Tonucci rescata el ideario de Lodi y su impronta dialógica con las familias de sus alumnos de primer grado, a quienes ayuda a comprender las decisiones que toma como maestro. ¿Qué puede significar en la actualidad la participación de padres y maestros en la gestión de la escuela?, se pregunta el autor. Propone entonces una base común que no es ni la didáctica (competencia específica docente) ni las aspiraciones personales de los padres, sino que es el niño o niña en concreto. “Los padres —decía Mario Lodi— no pueden ignorar los problemas de la infancia; deben discutir junto con los educadores la actitud a adoptar ante los niños, para que éstos no vivan de un modo en casa y de otro en la escuela, con las consecuencias negativas que es fácil imaginar”.
Por eso es que Tonucci sostiene que si bien Lodi no renuncia a su deber profesional de tomar decisiones, hacerse cargo del programa de clases y enunciar los objetivos desde el comienzo, sí entiende que su rol es el de un coeducador, porque “la verdadera educación de los niños o bien se elabora de acuerdo con los padres o bien será una educación parcial y contradictoria”. De allí que invierta tiempo en redactar informes de trabajo destinados a las familias de sus alumnos.
Evaluar el oficio
La evaluación es otro de los puntos claves que aborda el texto para los chicos y chicas que recién arrancan la escolaridad primaria. Y aquí la propuesta de cambio de Lodi apunta a evaluar en qué medida los maestros han sido capaces de poner en práctica las técnicas educativas aptas para desarrollar al máximo las actitudes naturales y la inteligencia del niño. Y por eso invita a un desafío: “Evaluemos en que medida hemos ejercido nuestro oficio”.
Pero además de reflexiones, el libro da pistas concretas de cómo era la escuela soñada y desarrollada por Lodi, quien reunió en los volúmenes de El mundo, los diarios de clase que compiló con sus experiencias en los distintos cursos de la primaria. La ciencia cobra importancia a través de ejemplos concretos, como la anécdota de ese nene que preguntó por qué los charcos de agua que estaban un día en la calle ya no estaban a la mañana siguiente. Entonces el maestro le propuso un experimento: que moje la pizarra y ver cómo lentamente se iba secando. Y que a partir de esa experiencia formulen hipótesis. O el caso de esa nena que llegó con un caracol al aula. El caracol con su caparazón cerrado se transformó en el centro de interés del salón. Entonces el maestro recogió el guante y transformó ese hecho en una oportunidad para observar, plantear hipótesis, hacer dibujos, imaginar sentimientos y transformarlos en libro: La tristeza y la felicidad del caracol. Para Tonucci, esta experiencia concreta “crea una relación nueva entre el niño y el libro; él también escribe libros; el libro ya no es algo lejano e inaccesible, sino un producto del trabajo individual o colectivo, cuya experiencia activa puede hacerse en la escuela”.
El libro continúa con una reflexión sobre los diarios de clase de Lodi de segundo a quinto grado de la escuela primaria. Sobre ese registro, escribe Tonucci: “No conocemos el programa de matemática, ni el proceso de estudio del dialecto, ni el programa de geografía e historia, ni cómo escribían música, ni cómo realizaban actividades físicas, teatro, pintura, construcción con madera, manipulación de la arcilla, ni qué leían. Pero a través de las palabras registradas y escritas, a través de los relatos, los textos, las poesías, podemos mirar a los ojos a los niños mientras viven esas actividades escolares; no sabemos lo que hacen pero vemos cómo lo viven”.
En la introducción a la nueva edición, Tonucci habla del derecho a la felicidad de los niños que proponía Lodi y agrega: “Para que nuestros hijos y nuestros alumnos sean felices, necesitamos educadores capaces de favorecer su pleno desarrollo”.