La primera vez que escuché su nombre fue adentro de los viejos estudios de la FM 97 en Dorrego y San Luis. Era un viernes a la noche de 1989. Osvaldo Bazán había llevado una carpeta con hojas pautadas en las que tenía redactada la historia del caso de punta a punta. La fue leyendo en las dos horas que duraba el programa con el sonido de fondo de Passion, banda de sonido de la película La última tentación de Cristo de Peter Gabriel, que hundían las inflexiones del relato en una atmósfera reseca de misterio y espanto.
¿Podía ser posible que eso hubiera pasado a nueve cuadras de donde estábamos? Además tan poco tiempo antes, apenas nueve años. Ese departamento de la calle Montevideo, esa capacidad de seducir, esa ansia profunda por la fortuna que lleva a cualquier cosa. La cara del operador que del otro lado del vidrio miraba sin parpadear cuando se reanudaba la lectura del texto, las voces susurrantes de la música que eran como el aullido de un lobo arriba de una pradera helada.
“Recién escuché el caso de Masciaro”, dijo a las dos horas Edu, un amigo que esperaba en la puerta de un boliche que se llamaba La Cooperativa, en San Luis y Moreno. “La agarré empezada pero no pude moverme de al lado de la radio hasta que terminó”.
Se había recibido en la Católica de Derecho de Rosario y había ejercido la profesión desde inicios de los 70. Pero en 1975 lo descubrieron por venderle a dos personas un mismo campo en cercanías de Pergamino. Un campo que, se descubrió en el trámite de los casos, ni siquiera existía. Estuvo preso en Coronda hasta que en octubre de 1980 salió en libertad condicional.
A los dos meses de salir Juan Carlos Masciaro tramó una forma nueva de hacer dinero. La concretó el 16 de diciembre de 1980. Todavía gobernaba Videla. Ese martes a la noche fue a cenar al Club Sirio Argentino de Italia al 900 con el empresario Jorge Salomón Sauan. Después lo invitó a tomar un trago a su departamento de Montevideo al 1600. Le sirvió un whisky con una potente cantidad de somníferos. Llamó al tío de la víctima, le anunció el secuestro de su sobrino y le exigió un rescate de un millón de dólares.
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El empresario Jorge Salomón Sauan.
Archivo La Capital
Con el dinero conseguido hizo varias compras. Un tanque cilíndrico de fibrocemento, 50 bolsas de tierra, un ficus y dos bidones de ácido sulfúrico. A seis días de la cena en el club Sirio Masciaro volvió a Tribunales a firmar el control de su libertad condicional y lo dejaron detenido por la extraña desaparición de Sauan. Había sido la última persona en estar con el empresario. Tenía prontuario penal y una mujer dijo haberlos visto la noche de la llamada en el departamento de Montevideo al 1600.
Masciaro dijo que por problemas económicos Sauan había fingido que lo tenían cautivo para sacarle dinero a su tío. Y que estaba en Brasil desde donde lo llamaba para saber cómo evolucionaba el caso. Dijo ser solamente su cómplice en eso.
Los investigadores se quedaron diez días seguidos en el departamento de Masciaro esperando que se produjera el eventual llamado de Brasil. El juez del caso era Jorge Eldo Juárez. El secretario era Alberto González Rimini, quien luego sería juez de sentencia. También estaba como sumariante alguien que sería en los años 90 un magistrado de aire campechano, simpático, de fuerte presencia pública: Carlos Triglia.
En el tedio de la espera fue Triglia, contó González Rimini, que se cuestionó por qué motivo el tanque de fibrocemento despedía un calor anormal. Revolvieron una pila de diarios viejos y al desarmarla notaron dos bidones de vidrio con las etiquetas arrancadas. Ante todo lo extraño del cuadro se decidió mandar el tanque a Jefatura para analizar la tierra. Como era muy pesado resolvieron vaciar el tanque y llevar el contenido en bolsas. A las dos semanas entre la tierra examinada apareció una prótesis dental. Luego una pulsera, restos de un zapato y un fragmento de un pie derecho.
La investigación concluyó que Masciaro durmió a Sauan con los somníferos volcados en el whisky. Luego lo ahorcó y puso el cuerpo en el tanque. Lo bañó en ácido sulfúrico contenido en los bidones y tiró las bolsas de tierra. Después plantó el ficus. Lo acusaron de privación ilegítima de la libertad seguida de muerte. Lo condenaron a prisión perpetua y una vez más volvió a Coronda.
Nueve años después y gracias a sucesivas conmutaciones de pena, en base a una conducta ejemplar, y al beneficio que computaba dos días de prisión cumplida por cada uno transcurrido en prisión preventiva, Masciaro empezó a tener salidas de la cárcel. En una de esas salidas asaltó una farmacia de Moreno y 3 de Febrero y fue atrapado in fraganti. Eso le significó una nueva condena a prisión. El 16 de diciembre de 1994 ejecutó todas sus penas pendientes y salió a la calle.
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Masciaro, en un programa de radio a mediados de los años 90 en Rosario
Archivo La Capital
No volvió a Rosario. Se radicó en Coronda donde la resonancia del singular crimen por el que lo condenaron no pareció mellar su capacidad de movimiento. Empezó a trabajar en estudios jurídicos asesorando a clientelas y también redactando escritos en base a su experiencia profesional. Eso sí: no podía firmar las presentaciones porque al ser condenado se le había cancelado la matrícula. Trabajó primero en el estudio jurídico de Luis "Bocha" Gervasoni y después en el de Juan Bautista Fossa, un abogado que le dio trabajo, con la idea de que ya había saldado sus cuentas y que tenía derecho a su inserción profesional.
"Hoy estoy arrepentido de haber sido yo quien le diera esa oportunidad", dice 28 años después Fossa desde Coronda, donde reside. "Lo habré conocido en el año 91 o 92. Se decía que con su personalidad y carisma manejaba los talleres y toda la cárcel de Coronda. Tenía una sutil capacidad para conectar con las personas y una gran destreza intelectual, en el mismo escrito citaba con precisión a Kelsen y a Pitágoras. Pero nunca dejó de estafar . Falsificaba sellados, poderes y dejaba a gente en la lona. De hecho después de tantas caídas ya lo admitía. Aunque sostenía que era un estafador, no un asesino", dijo el abogado.
La aflicción que confiesa Fossa es haber servido de envión, con el respaldo ofrecido, para que Masciaro siguiera con su cadena de fraudes. "No supe tomar la precaución debida y con nuestra anuencia hizo desastres. Era un vende humo. Tenía todos los rasgos de un psicópata: tremenda memoria, profundamente narcisista, muy manipulador y fundamentalmente un ser sin remordimiento".
Seguía acumulando causas judiciales pero con las condenas cumplidas reclamaba su rematriculación sin éxito. En diciembre de 1997 lo procesaron por amenazar de muerte a su ex esposa y a su hermana a las que acusaba de querer quedarse con una propiedad. Año tras año pedía ser rehabilitado como letrado para ejercer. Y una y otra vez el Colegio de Abogados de Rosario y Santa Fe y la Justicia Penal lo rechazaban. El seguía su vida. Tenía un programa en una FM llamado "La mañana del sábado" ese día de 9 a 12 en el que abría el micrófono a oyentes. Y hasta era asesor informal de la gestión del intendente corondino Juan Lafuente.
En 1997 se había casado legalmente con Marta con la que convivió una década en una casa de la calle 25 de Mayo. Marcos Reinoso, sobrino de esta mujer, trabó una relación personal con Masciaro. "En los años en que estuvimos en contacto nunca habló del tema que le pasó", dice en referencia al crimen de Sauan. "Yo igual leí el libro pero no hablamos nada". Masciaro cayó preso por última vez en 2007 cuando el juez Luis Malfanti lo condenó a un año y medio de prisión por uso de un poder apócrifo. La sentencia fue efectiva porque era reincidente. "Lo mandaron a la cárcel de Las Flores. Mi tía falleció poco antes de que él saliera".
El libro al que se refiere es "Un crimen argentino", de Reynaldo Sietecase, que publicó Alfaguara en 2002. El periodista rosarino hacía un taller en la Fundación Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez. Hacía años que exploraba el tema, lo había elegido como texto para trabajar el curso y se lo pasó para que lo evaluara a Tomás Eloy Martínez que había trabajado con él en Página/12. «Antes de hacerle la crítica le quiero decir que ahí tiene una novela», le dijo el escritor. En base al libro en marzo pasado se terminó de rodar una película en Rosario que está actualmente en etapa de posproducción. Darío Grandinetti, Luis Luque y Rita Cortese encabezan el elenco.
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Masciaro en 1997 en Rosario cuando lo notificaron del procesamiento por amenazar de muerte a su ex esposa y a su hermana.
Archivo La Capital
Un par de años antes de la última vez que cayó preso insistía con que le repusieran la matrícula. La potencia de su nombre había convertido el asunto en un tema fuerte en los medios. Su familia de Rosario se había alejado de él. Una única hija vive en Salta donde es docente no lleva su apellido.
Para aquellos días al pasarme una compañera una llamada a la Redacción del diario el auricular me devolvió al atender una voz masculina serena y grave.
_Soy Masciaro
Solo registrar la voz para retornar en seco al programa de radio donde años antes por primera vez supe de su historia, a la pavura de la música de Gabriel en las entradas del relato, a la mirada abstraída del operador del otro lado de la pecera. Tomado por esa sensación no podré recordar las palabras. Sí el timbre de la voz, la argumentada racionalidad legal de que le permitieran ejercer como abogado, las preguntas del final que, esas sí, no olvidaré. "¿No cree que tengo el derecho? ¿Qué piensa que haría usted si tuviera que decidir? ¿Aceptaría mi derecho a que me rematriculen o me lo negaría?"
Masciaro solía mentir sobre su edad. Un registro documental indica que había nacido el 6 de octubre de 1945. Murió en Coronda el 22 de agosto de 2018, con los pulmones agotados tras una vida sin pausa como fumador. Habría tenido, si el dato no es falso, 72 años.