“Soy mala y fea”. La frase aniñada salió debajo de las sábanas de una pequeña habitación con las persianas completamente bajas. La dijo S. una mujer de más de 60 años, con ojos transparentes y rasgos aún bonitos. Una ex contadora de la tienda La Favorita y numeraria del Opus Dei en Rosario (trabajó en Nabla, Mendoza 1245), Mendoza y Buenos Aires. Una muchacha que se enamoró de alguien que no debía, que vivió por años en una organización que la humilló y amenazó, que la acompañó con algo de caridad, que quiso suicidarse y que hoy, en situación vulnerable y empastillada de la cabeza a los pies, no sale de su cuarto.
Los días de S. son opacos como el mismo Opus (la Obra). La cuida su madre, una anciana de más de 90 años que guarda amorosamente fotos de cuando su hija era joven. En una de ellas se la ve recibiendo el diploma de graduada de la Universidad Nacional de Rosario. La mira y dice: “Mirá lo linda que era, era tan inteligente...”.
Con S. el Opus pudo. Pero con más de 40 otras mujeres que vivieron, trabajaron y aún viven en Rosario, no.
En mayo del año pasado, las voces de esas mujeres –ex numerarias auxiliares, ex nax, las sirvientas del Opus, el escalón más bajo de su orden piramidal– se unieron para dar a conocer al mundo que en sus años de juventud fueron engañadas, explotadas laboralmente, privadas de su libertad, obligadas a la autotortura (con cilicio y sogas) y medicadas por psiquiatras de la Obra que aún hoy atienden en instituciones y consultorios.
Se unieron y sus voces llegaron al mismísimo Vaticano y hoy, aun sin gozar de una reparación económica ni recibir pedido de perdón alguno, se sienten contentas porque son sin dudas parte de la reciente decisión del Papa Francisco, quien esta semana rebajó los privilegios de los que disfrutaba la Obra dentro de la Iglesia Católica.
Desde este 4 de agosto el prelado y líder de la Obra no es más obispo: no puede ostentar el anillo ni las vestiduras episcopales. Pero la decisión no es meramente simbólica. Es política: un batacazo al poder del Opus, que ahora deberá rendir anualmente cuentas al Vaticano. Algo que no hizo en 94 años, cuando el cura franquista José María Escrivá de Balaguer, canonizado con las mieles del Papa Juan Pablo II, creó esta bendita Obra.
Si alguien cree que esto es poco importante para Rosario se equivoca. El Opus Dei en Argentina nació en esta ciudad hace más de 70 años y se dio el lujo de crear instituciones oscurantistas, poderosas y explotadoras a lo largo y ancho de la región. Primero con el apoyo de la curia que avaló la dictadura de Onganía. Su mejor representante fue Antonio Caggiano, pero sus huestes se esparcieron como lava junto a sus asociaciones civiles (que esconden el patrimonio millonario del Opus y las herencias de sus fieles). Crecieron gracias al apoyo, la fe, el dinero y el silencio de su grey: empresarios, comerciantes, familias prolíficas y adineradas y profesionales de renombre enquistados en los poderes del Estado que denostan y también en la educación y la salud pública.
El caso no está cerrado, el Opus sigue en pie y su poder también. Pero no pudo silenciar, como se propuso e intentó, a las denunciantes. Se cayeron las máscaras. Hoy muchos y muchas de sus integrantes caminan al menos con una piedra en el zapato y otros y otras más se preguntan qué siguen haciendo allí. Y mientras todo esto pasa, S. sigue bajo las sábanas creyéndose “mala y fea”.