¿Qué tiene que hacer una poeta, para Juana Bignozzi? “Escribir mucho y dejar una palabra que pueda ser cobijo, una imagen que perdure”. La mirada del poeta es central para esta autora. “El poeta mira cosas que otros no miran, o hace cruces que otros no hacen” se puede leer en el reciente ensayo biográfico Juana Bignozzi. Todo se une con la noche (Buenos Aires, Gog&Magog, 2023) de la escritora, editora y gestora cultural Vanina Colagiovanni. Con contratapa de Betina González, el libro contó con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y es el primer título de la colección Biografías de esta editorial, serie que continuará con Irene Gruss (por Daniela Pasik) y Edgar Bayley (por Mario Nosotti).
Juana Bignozzi nace en Buenos Aires en 1937, hija de padres comunistas, los únicos zapatos que tuvo en su infancia eran los que necesitaba para ir a la escuela (“que eran los mismos que se podían usar para una fiesta”). Nunca faltaban libros, eso sí, ni salidas culturales. La familia iba una vez al mes al Teatro Colón. Bignozzi se autoinscribe dentro de una “aristocracia obrera”: “Eran anarquistas, nunca hicieron la revolución, pero leyeron todo” afirma la poeta. A comienzos de 1974 se exilia en España junto su marido, Hugo Mariani, donde viven treinta años. Luego regresa al país y, con gran sorpresa suya, es celebrada por grupos de jóvenes poetas que la reciben, la invitan a lecturas, la entrevistan, la reseñan, la acompañan. El Diario de Poesía le dedica un dossier en su número 46. En el Festival Internacional de Poesía de Rosario de 2009 lee junto a Estela Figueroa. “El problema -menciona Ana Porrúa, una de las personas citadas en el libro- era cuando no le gustaba lo que escuchaba, y por ese motivo era difícil ir con Juana a algunas lecturas. Odiaba cierta poesía llana (…) y desde la primera fila podía empezar a bufar sin disimulo, como hizo en una mesa de este mismo festival de Rosario”.
Juana Bignozzi fallece en Buenos Aires, en 2015, a los 77 años, a pocas cuadras del lugar que la vio nacer. No hay una poeta argentina con este destino, y con una obra de esta vigencia arrolladora. “El tiempo casi no ha pasado sobre esos poemas”, menciona la crítica Beatriz Sarlo.
Todo se une con la noche
El libro hace honor a la singularidad de su obra y de su figura. En la primera página, Bignozzi hace su entrada abriendo los ojos de repente, en la madrugada, en medio del silencio atravesado por el estruendo de un camión de basura que rompe el reposo nocturno. También se rompe el reposo del lector, que la ve emerger, enorme y decidida, parada frente al ventanal de cuatro metros de ancho desde donde observa las luces del barrio de Congreso. Es 2014 y la poeta está viviendo el duelo por la muerte de su marido, Hugo Mariani, con quien estuvo casada cuarenta y cuatro años. Acorde con su personalidad inquebrantable, se levanta a terminar de reunir sus cosas para donarlas. Decidida a no ver sus prendas en el cuerpo de otro, prefiere, entonces, que se vayan bien lejos. Esa es la noche en la que comienza a pensar qué sucederá cuando ella ya no esté:
necesito un albacea / la lucidez nos ha llevado a no tener hijos / la lucidez de mis padres me llevó / a no tener hermanos / o sea a no tener sobrinos / la ideología de mi marido lo llevó / a no tener familia / y ahora todos los cuadros los objets d’art / los maravillosos libros de nuestros viajes a las mejores / exposiciones de Europa / mi Capodimonte comprado en 1975 al pie del Vesubio / no sé si queda alguno en Buenos Aires / deben tener un destino / ¿la lucidez es el desamparo? / ¿la lucidez termina en un testamento para extraños? / pienso todo el día en mi albacea.
“Juana fue una persona muy importante en mi vida, en relación con mi iniciación en la poesía”, afirma Colagiovanni en diálogo con La Capital en un café de la ciudad de Buenos Aires. “Yo sentía que no había leído nada que la retratara en toda su complejidad. Ella era una persona superatractiva, con mucha inteligencia y carisma, pero también tenía un lado más filoso. Entonces mi desafío fue mostrar toda esa complejidad, esa singularidad. Mi búsqueda fue tratar de que Juana esté en este texto”.
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La tapa del libro es muy elocuente en este sentido: un collage creado por la fotógrafa Jimena Castiñeyras exhibe algo de la intimidad de su escritura (los cuadernos donde pegaba poemas impresos y sobre ellos escribía; un escaneo ínfimo de sus poemas) y los yuxtapone con elementos significativos en su vida y en su obra: la avenida 9 de Julio, cuadros de Andrea del Sarto o el crepúsculo representando su noctambulidad. Un pequeño elefante remite a sus llamativos sillones con forma de paquidermo, regalo sorpresa de su marido, que a ella le encantaban y que vienen en barco desde Barcelona hasta Buenos Aires cuando regresan ambos al país. “Que la tapa sea un collage”, afirma Colagiovanni, “tiene que ver con el género, porque la biografía también es una especie de collage”.
Respecto a la estructura interna, este ensayo abandona el orden cronológico y cada capítulo gira en torno a diferentes ejes que signaron la vida y obra de Bignozzi. Eso, sumado a la intensa personalidad de Juana, otorga al libro una tensión narrativa que lleva a no querer dejar de leerlo. ¿Qué nos deparará Juana para las próximas páginas?, nos preguntamos.
“Yo sabía cómo empezaba y como terminaba, y en el medio decidí que hubiera capítulos con diversos ejes: Un eje son los ´60, que fueron su momento formativo; otro eje es la traducción; otro su infancia, o más bien el mito de infancia que ella relata; otro es Europa y el vacío que hay durante sus veintidós años allí, de los que no se sabe mucho. Y a partir de que empieza a volver a Argentina, otro eje lo constituye esa mujer del regreso, a un lugar que a la vez ya es otro lugar”, explica la autora. Además, señala que la búsqueda también se centró en la composición de escenas narrativas. No pensar qué hubiera hecho o dicho Juana. Verla en acción. El texto alterna entre pasajes descriptivos, la inclusión de testimonios muy bien seleccionados, y escenas muy visuales con un dinamismo y un ritmo muy cautivantes. La sugerencia de la incorporación de escenas llegó del único lector que tuvo el libro antes de ser publicado, Mario Varela, quien es cineasta y poeta.
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Foto, Mario Varela.
El orden y el origen
El germen de esta biografía nace mucho antes de que su autora lo supiera. “Comienzo a escribirlo en pandemia, en una casita que había alquilado en el Tigre”, recuerda Vanina. “Estaba leyendo un libro de (Sergio) Chejfec y entonces me dieron ganas de hacer algo, a modo de ejercicio, y empecé a relatar un cuento sobre una poeta joven que conoce a una poeta mayor en un café. En la relectura, me di cuenta de que estaba escribiendo sobre Juana y sobre mí. Entonces surge la idea de hacer un perfil. Comencé a reunir sus libros, a pensar en entrevistar gente relacionada con Juana, y entonces vi que yo ya venía con la idea de escribir sobre ella desde hacía tiempo, aunque no de manera consciente. Lo supe cuando caí en la cuenta que desde que la conocí en 2001 hasta su muerte, en 2015, yo había guardado todas las cartas y mails. Yo no soy de guardar, y sin embargo tenía todo”.
Si bien el perfil nace en el marco de un seminario que Colagiovanni cursaba en la Maestría de Escritura Creativa de Untref, algo del orden de lo inexplicable se da de manera recurrente en el relato de Vanina y su proceso de escritura de la biografía de Bignozzi. Durante el verano de 2021 -que la autora había destinado a la escritura de su tesis- decide leer Los hermosos años del castigo de Fleur Jaeggy, así que lo lleva hasta el Tigre. Ni bien abre el libro, encuentra con mucha sorpresa que el texto corresponde a una traducción de Bignozzi. “Todo me llevaba a Juana. Ahí entonces decidí que mi tesis iba a ser su biografía”.
Pasado el tiempo, y cuando el libro ya fue publicado, Colagiovanni cuenta que sintió una especie de falta muy potente. Juana parecía seguir estando allí, su presencia seguía hablándole a la autora: “Viví un vacío tremendo porque yo sentía que la tenía al lado todo el tiempo, y me levantaba y no tenía dónde ir a escribir. Ahí me di cuenta de que, además del libro, esto de alguna manera también significó el cierre de esa amistad, e incluso de esa muchachita que yo fui cuando la conocí a Juana, que para mí hoy es como otra persona”.
El libro es muchas cosas: es la biografía de Bignozzi, en el retrato de una personalidad compleja, a veces muy difícil de tratar para sus coetáneos; es la historia de la amistad con Colagiovanni; es un recorrido a través de testimonios de poetas, académicos, críticos y amigos de Bignozzi que nos traen las diferentes facetas de Juana, y es también un viaje al corazón de los sesenta, en una época en la que las mujeres no tenían un espacio ganado en la poesía. Juana Bignozzi es la única mujer integrante del grupo El Pan Duro. Llega allí presentada por Juan Gelman: “Había pocas mujeres escritoras con visibilidad, difícilmente disputaban el poder con los varones o la posibilidad de decir. En ese mundo masculino, Juana se hace oír”, escribe Colagiovanni. El tercer libro de Bignozzi, Mujer de cierto orden, (1967) se publica en este contexto.
“Yo hice una vida muy diferente del entorno de mis amigas. Ahí está la clave de ese cierto orden distinto” cita la autora a la poeta. Las huellas de esta época son bien específicas y Bignozzi se enmarca en ella en alguna entrevista, para desmarcarse más adelante en otra “en un movimiento muy característico suyo”, escribe Colagiovanni, “hastiada ante la pregunta por el corte generacional”. Al respecto, sostiene Beatriz Sarlo, entrevistada por Colagiovanni: “Además, se presentaba como mujer en 1967, cuando no se hablaba como hoy de literatura de mujeres”. Y Colagiovanni agrega: “Ponerle mujer en el título en los sesenta, cuando se hablaba del hombre nuevo como aspiración socialista, sin cuestionarse que esté en masculino, no es algo casual”.
Su amistad con Alejandra Pizarnik también se retrata en este capítulo, de manera conmovedora: “Juana relataba que siempre pasaba lo mismo, estaban charlando, al rato Juana miraba la hora y decía que se tenía que ir. «Debe tener que ir a hacer algo comunista», decía Alejandra, Juana se reía y se iba”.
Todo se une con la noche abre en una madrugada, con la poeta insomne, y comienza a cerrarse en el penúltimo capítulo (“Siempre se escribe para un fantasma”) en la otra noche, la noche eterna de Juana. Sin embargo Colagiovanni decide que el último capítulo rompa las reglas narrativas de la no ficción para construir una escena memorable, de una verosimilitud perfectamente acorde con el perfil de Bignozzi, que dejaremos que los lectores descubran y se sorprendan en el encuentro con este libro.
En ella, además, vemos a la autora recorriendo los títulos de Juana en una especie de viaje a la semilla de su escritura. No hay, como en el cuento de ese nombre por Alejo Carpentier, un anciano negro volteando su cayado sobre las baldosas para que el tiempo invierta su lógica. Pero sí una biógrafa que pone todos los libros de Bignozzi sobre la mesa del bar y recorre su trabajo poético desde sus últimos días hasta llegar al germen: Juana Bignozzi a los veinte años, en la casa de sus padres en Saavedra, con un insomnio que la acompañará toda la vida, frente a una ventana oscura, escribiendo, escribiendo, donde todo comenzó.