Joaquín Furriel compone un personaje detestable en la segunda parte de “El Reino”, que desde el miércoles 22 de marzo está disponible en Netflix. Si el Rubén Osorio que interpretó en la primera temporada ya tenía un costado perverso como un político infame, en este cierre aparece con su mayor oscuridad, protagoniza la escena más violenta de esta ficción y cada vez está más cerca de la locura.
“Si me tocara conocer a mi personaje en la vida, no me gustaría tenerlo cerca”, afirmó el actor que brilló en TV en “Soy gitano”, “Jesús, el heredero” y “Montecristo”; y en series como “El jardín de bronce” y la más reciente “Robo mundial”.
El Reino: Temporada 2 | Tráiler oficial | Netflix
En diálogo exclusivo con Zoom, Furriel habló sobre la distopía que plantea la serie escrita por Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, las sensaciones que le provoca su criatura, y cómo evaluó el paso por los Oscar de la película “Argentina, 1985”.
—¿Cómo es interpretar a un personaje tan terrible como Rubén Osorio?
—No sé, cuando lo hacía no me daba cuenta que el personaje puede provocar odio o rechazo por lo que hace o cómo lo hace. Uno cuando interpreta a un personaje hay que tratar de entenderlo, aunque uno no esté de acuerdo en este caso, por supuesto que no lo estoy, pero es alguien que si lo conozco en la vida real no me gustaría tenerlo cerca. Ahora cuando tenés que actuar, el juego se trata de otra cosa. Para ser amigos hay otros ámbitos, acá todo tiene que ver con el permiso, o sea, con permitirse de una manera extremar cosas que uno en la vida no se anima. Acá tenés un personaje y una ficción que te invita a poder girar un poco más lejos hacia esas cosas cuestionables del personaje, y no sólo cuestionarlo sino ponerle el cuerpo y tratar de hacerlo de la mejor manera para que a los espectadores y las espectadoras les produzca lo que les produce.
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Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti) y Rubén Osorio (Joaquín Furriel), tensión de poderes.
—Hay un tema de Divididos que dice “La prensa de Dios lleva póster central/El bien y el mal definen por penal” y en esta serie el bien y el mal se enfrentan todo el tiempo, de algún modo linkea con esta realidad de grieta, de rivalidades, de violencia argentina. ¿Lo ves así?
—Yo creo que la serie es una distopía, no se propone mostrar un análisis en una especie de realismo social de cómo es la realidad de nuestro país. Por supuesto que es una serie cien por ciento argentina, con todo talento argentino, pero lo que sí creo es que evidentemente se respetan algunas cosas que nuestro país tiene todavía, que es que el líder político tiene un personalismo importante. Fijate que el pastor tiene una actitud muy personalista, de hecho el congreso es algo menor, no lo tiene en consideración, y de hecho cuando ve que su poder no es respetado en todos los ámbitos, él arma un ejercito propio, que son Los Pretorianos. Mi personaje se mueve en las antípodas, ya que Osorio se mueve desde lo invisible, responde a un poder económico que va más allá de las disputas políticas. La política, o en todo caso quienes hablan de política son piezas necesarias para que este poder económico más fuerte, que está por detrás, que no tiene rostro y que habla en inglés, vaya dictando las cosas que hay que hacer.
—Al ser tan oscuro y tan enigmático, por más que sea distópico, genera algo especial en la gente que sigue la serie.¿Ese temor de que eso que contás pueda estar pasando de verdad no seduce más a la gente que la ve?
—Sí, porque también es un juego, una suposición. Uno activamente, como espectador, puede pensar “¿habrá tipos como este, que no tienen ningún sentido del amor, de la moralidad, tipos que están tan fuera del bien común?”. Está planteado así y yo creo que debe haber varios Osorios lamentablemente porque si no el mundo no estaría como está.
—¿Creés que la religión puede tener un poder tan determinante en una comunidad o en un país?
—Bueno, esto no lo digo yo, está en la historia de Occidente por lo menos de un tiempo a esta parte, no me acuerdo si estuvimos ocho o nueve siglos gobernados por la Iglesia Católica en la Edad Media y hoy sigue habiendo teocracias en el mundo. La religión es un vector de poder político intelectual y espiritual que atraviesa todos los poderes. De hecho, el Vaticano tiene uno de los bancos más importantes del mundo. Hay un poder económico atrás del poder religioso. Y en el caso de los evangelistas, la línea pentecostal ha crecido mucho en la Argentina. Yo creo que tiene que ver con que donde no llega el Estado, sí llega la religión, es un lugar de sostén, de generar red, de vincular. En mi experiencia, después de viajar por muchos países, noto que la religión en los países más subdesarrollados tiene un lugar y en los más desarrollados tiene otro lugar, pero siempre son lugares de poder.
—”Argentina, 1985” viene de perder el Oscar. ¿Cómo evaluás esa derrota, si puede llamarse así, y cómo ves el cine argentino en el mundo?
—El cine argentino en el mundo tiene un potencial muy grande, mucha personalidad, históricamente la tuvo y hay que seguir haciendo lo que hacemos para poder exportarlo. Porque también es importante como industria empezar a generar ese cine. La tenemos, pero hay que generar una cercanía de industria para que más gente pueda vivir del cine. Y con respecto a la película de Santiago Mitre, creo que tuvo un recorrido muy virtuoso, nos representó no sólo por la calidad artística sino por lo que habla, que es una de las pocas cosas que nos sentimos muy orgullosos de estos 40 años de democracia en este país, como lo es el Juicio a las Juntas. Así que se combinaron dos eventos: uno es que en una época tan escéptica con respecto a la política, ver que el objeto político se puede transformar en algo tan valioso como fue en el año 85 el Juicio a las Juntas, que fuimos pioneros ya que muchos países hasta el día de hoy siguen ocultando su pasado dictatorial; y el otro punto es que la peli estuvo nominada al Oscar, pero ahí ya ganaste si estás nominado. Es muy difícil ganar porque depende de muchas cosas, de la necesidad de la industria de ese momento, del lobby, de lograr que la mayor cantidad de gente pueda ver la película, entre otras tantas.
—¿Sos de los que consideran que las plataformas de streaming se convirtieron en una fuente laboral importante para quienes participan en la industria del cine y las series?
—Es que no sólo nos permitió laburar más, sino que hay casos como “El patrón, radiografía de un crimen”, que es una película que hicimos de manera muy independiente, algo muy chiquito, y a partir de que apareció una plataforma como Netflix, que la compró y la subió, hoy la vio muchísima gente. Eso hace que se visibilice un cine que en otras épocas hubiese tenido un recorrido probablemente marginal.
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