Este Newell’s quedó encorsetado en su propia irregularidad. En dudas que nunca se pudo sacar de encima y se convirtieron en un pozo ciego donde fue dilapidando gran cantidad de oportunidades durante todo el año que lleva al frente del plantel leproso.
Heinze nunca dio con la manera, ni con el formato ni con los nombres propios adecuados, para que el equipo se acerque a los objetivos de protagonismo instalados tácitamente en el inicio de la temporada y que le terminaron quedando demasiado grandes. Claramente, esas aspiraciones lo excedieron y esa vara de medición le jugó en contra y se transformó en padecimiento. Igual todavía le queda una vida más en todas las tablas.
Por ahora, afuera de todo
En esta temporada, el conjunto rojinegro quedó lejos de todo. En la liga anterior no estuvo en las conversaciones importantes. Y en la Copa Argentina protagonizó una vergonzosa eliminación en primera ronda a manos del humilde Claypole (milita en Primera C) en San Nicolás. Ese fue el primer golpazo en seco. Allí comenzó a vaciarse el tanque de reserva del DT.
Tampoco aprovechó el viento de cola de la fase de grupos en la Sudamericana y quedó afuera en octavos de final ante Corinthians, saliendo a jugar ese duelo decisivo sin Brian Aguirre y sin Ramiro Sordo (en esa etapa eran las armas ofensivas más peligrosas) y utilizó a Guillermo Balzi, quien nunca hizo méritos dentro de la cancha para merecer esas chances que sorpresivamente recibía en escena, ni tampoco era una pieza usada en los duelos anteriores coperos. Otra de las determinaciones extrañas que fue disparando este proceso.
En ese momento, Newell’s necesitaba reforzar su defensa para disimular la polémica partida de Willer Ditta a México, y trajo a Carlos Ordoñez que hasta hoy no pudo jugar un segundo en la primera leprosa. Quedó expuesto que se dilapidó la posibilidad que el club tuvo por delante para animarse a ir por más en la Copa Sudamericana.
Tampoco se entendió que con Guillermo Ortiz y Facundo Mansilla, el potencial leproso quedaba muy diezmado. Y Heinze insistió demasiado con esas variantes nominales, que nunca funcionaron ni estuvieron a la altura de lo que reclamaba esa instancia.
Después, por las suyas (ante ausencias obligadas de compañeros) surgió Ian Glavinovich, una de las pocas irrupciones positivas, pero una lesión demoró su consolidación.
El hincha de Newell’s se había entusiasmado en la Sudamericana, donde el ciclo Heinze había mostrado sus pocos esbozos positivos con una primera ronda repleta de triunfos. Ese envión no fue aprovechado y eso dejó un sabor agridulce en el pueblo rojinegro. Esa fue otra marca que le fue quitando margen de respaldo (hacia adentro y hacia afuera) al entrenador.
En tanto, en la Copa de la Liga sus performances fueron de mayor a menor, entró en clave negativa, sumó muchos traspiés y hasta perdió su firmeza en el Coloso.
Luego del duro revés ante Sarmiento en el último compromiso en el parque Independencia quedaron muy pocas chances de acceder a los cuartos de final de la competencia y de acercarse a los puestos de clasificación a las copas internacionales.
Así, está entrando en la recta final de la temporada en caída, en zona de crisis y replanteos, con producciones bajísimas que despertaron silbidos, críticas y hasta cuestionamientos al propio técnico de parte de los hinchas. Algo nunca antes visto en este proceso.
Pero el principal reclamo a Heinze se focaliza en los clásicos. En este año no le pudo ganar a Central: en el primero igualó en el Coloso sin ni siquiera patear al arco y en el segundo en Arroyito cayó ante un equipo repleto de lesionados, que llegaba con heridas de consideración. Ahí se cerró gran parte del crédito.
Para el simpatizante, esa derrota se transformó en condena irreversible para un ciclo que nunca ofreció banderas ni gestos confiables para poder creer en otra realidad posible. Ante cada avance, más retrocesos. Una persistente costumbre de tirar todo lo que iba construyendo. De esa manera, se fue quedando sin razones para volver a enamorarse y volver a comprometerse.
Empecinamientos
En estos 12 meses hubo determinaciones muy cuestionables. Empecinamientos inexplicables bajo el zarandeo del sentido común. Búsquedas de laboratorio que nunca tuvieron correlato tangible en el campo de juego.
Dejó ir a Cristian Lema y a Juanchón García. Lo del defensor se entiende desde el perfil pretendido de intensidad de juego por el entrenador, pero lo del centrodelantero no. Sobre todo, comprendiendo que la falta de gol es uno de los principales problemas de su versión de Newell’s.
Trajo a Lucas Hoyos y Guillermo Ortiz, dos futbolistas que volvieron a repetir las dudas que expusieron en sus apariciones en el club. No pudieron en sus inicios y tampoco ahora. Solo por el apoyo del DT se mantuvieron entre los titulares.
Desde allí, desde atrás, todo nació lleno de inseguridades, y por eso son fuertemente cuestionados por el hincha. No merecieron tantos minutos de arranque y Newell’s perdió muchos puntos por esa obstinación.
También, en este ciclo se designó como capitán al guardamenta rojinegro y al simpatizante le pareció una burla ya que ni siquiera lo tiene como referente, ni suele salir a establecer posturas públicas sobre las situaciones del equipo.
Cuando arribó el Gringo, no tenía entre sus preferencias a Gustavo Velázquez ni a Armando Méndez. Dos que se quedaron a pelearla y que en cada oportunidad que pueden muestran que merecen más de lo que les otorgan.
En este año llegaron dos laterales derechos (Jherson Mosquera y Augusto Schott), y dos laterales izquierdos (Ángelo Martino y Bruno Pittón), cuando la lógica indicaba traer como refuerzo uno solo y después arreglarse o buscar variantes en los pibes del club. Y traer más alternativas en la ofensiva, ya que la falta de gol es su principal déficit.
En este segundo semestre, ninguna de las incorporaciones se afirmó hasta ahora como titular. Y ese pésimo mercado de pases le quitó variantes en este momento de necesidades y lesiones.
Otra cuestión criticable es que ninguno de los jugadores subió su nivel. Lo que en algún momento esbozaron Brian Aguirre, Ramiro Sordo y Juan Sforza terminó devorado para el derrumbe general. Hoy ni siquiera están para ser vendidos como joyas de la casa.
Heinze quedó preso de las expectativas que generó su arribo. Tuvo una aceptación inicial unánime, solo comparable con la del Tata Martino. Pero se enfrascó en su propio universo, en un laberinto sin contacto con el exterior, en el halo protector que generaba su figura.
Nunca reparó en las señales de advertencia de un equipo que iba languideciendo, ni en los reclamos tribuneros, cada vez más enfáticos.
Queda claro que Heinze jamás midió correctamente la realidad del funcionamiento de su conjunto ni sus efectos en el hincha. Siempre trató de levantar arengas de ocasión para motivar a su tropa sin enfocarse en las severas deudas de juego.
Así, el Gringo pasó de indiscutido a reprobado, de oráculo de consulta a conductor resistido. De forjador de ilusiones a generar gran incertidumbre. ¿Le alcanzarán las dos fechas finales para meter un batacazo revitalizador?.