Ese gesto de fortaleza se relaciona, sin embargo, con varios síntomas de debilidad, ya crónicos. La dos veces presidenta sufre un problema de credibilidad que se proyecta sobre el terreno electoral.
Un estudio de la consultora Escenarios mostraba ya en septiembre, pocos días después del atentado que sufrió la vicepresidenta en la puerta de su casa, que 57 por ciento de la población la consideraba culpable (que escalaba al 75 por ciento en la clase media), un 19 por ciento inocente y 24 por ciento no tenía una opinión firme.
Los números son casi calcados a la intención de voto: 22 por ciento de las personas, que conforman su núcleo duro, dijo que seguramente la votaría, mientras 58 por ciento dijo que nunca lo haría.
La denuncia de Cristina de la reunión del Lago Escondido y las relaciones promiscuas entre sectores de la Justicia, la política y el empresariado fideliza a la feligresía. Pero no permea entre quienes, cansados de los sucesivos fracasos de la dirigencia, ven a la política como una casta y caen en un nihilismo inquietante para el futuro de la democracia.
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El problema que Cristina no sabe cómo resolver es el de su centralidad. Como marca en una entrevista en la edición de hoy el politólogo Federico Zapata, codirector de Escenarios, la jefa del peronismo invirtió recursos valiosos para organizar una sucesión ordenada pero ninguno de sus dispositivos —La Cámpora, el Frente de Todos con Alberto Fernández como punto de convergencia de la unidad peronista— alcanzó las prestaciones esperadas.
Más aún, desde el 2019, y antes también, Cristina bombardeó sistemáticamente todo intento de construcción política dentro del peronismo que no hincara la rodilla ante ella.
Con la presidenta del Senado al costado de la escena, son los distintos cuotapartistas del PJ los que tienen que salir a construir su propio capital y dejar de consumir el de la principal accionista.
Hasta el martes, gobernadores, intendentes, sindicalistas y dirigentes sociales estaban cómodos con el esquema que proyectaban para 2023: repliegue en el territorio y colar candidatos en listas colgadas sobre los hombros de Cristina.
Puede ser que eso sea lo que finalmente suceda. Ya sea por presión de abajo, porque Cristina generó un mejor marco de negociación. O por ambas. Lo que es seguro es que la relación entre líderes y seguidores no es lineal y entraña derechos y obligaciones para ambas partes.
El hecho es que el freno de la titular del Senado expone las carencias del resto y, en el peor de los casos, socializa los costos de lo que podría ser una dura derrota electoral en 2023. Para evitarla, el peronismo necesita que los nexos de Massa con el poder económico y el ajuste con dólar a la carta logren apaciguar la inflación y cambiar el signo del humor social.
En la vereda de enfrente, el movimiento de Cristina genera una situación compleja en Juntos por el Cambio. En principio, complica a Mauricio Macri, que se mueve en espejo a la vice, y a quienes hicieron del antikirchnerismo su principal bandera. Pero también obliga a las palomas a afilar las garras para tratar de evitar eventuales fugas hacia la derecha dura de Javier Milei.
Lo cierto es que el renunciamiento de Cristina también genera réplicas en las provincias. Entre los distintos apoyos que cosechó públicamente Cristina —más en las redes sociales que en la calle— no figuró el de Omar Perotti. El silencio del gobernador no pasó desapercibido en el ecosistema del peronismo santafesino y varios aprovecharon para cobrárselo. Por ejemplo, el rossista Leandro Busatto, que disputa referencia ante el nicho kirchnerista con el camporista Marcos Cleri.
Pese a la alianza entre Perotti y Cristina el gobernador santafesino, al igual que la mayoría de sus pares, sólo incursiona en la política nacional para reclamar medidas al gobierno nacional y exigir fondos para su distrito.
Si pretende usar la presidencia de la Cámara de Diputados como retaguardia para, desde ahí, volver al poder en 2023 o ir por otro objetivo, Perotti necesita no perder votos en aquellas zonas vinculadas al mundo agropecuario y donde Cristina es mala palabra.
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Sin mencionar al vía crucis judicial de la antecesora de Mauricio Macri, que recién atraviesa su primera estación, el jefe de la Casa Gris se enfocó en la agenda productiva mientras la violencia, implacable, sigue azotando a Rosario y desde el gobierno nacional no ayudan precisamente a capear el temporal.
En su visita relámpago a Rosario para inaugurar el destacamento móvil de Gendarmería Aníbal Fernández le pegó a la provincia por los homicidios y con sus declaraciones sobre las víctimas de los asesinatos armó la fila para que dirigentes opositores de todos los colores le saquen jugo al tema que más preocupa a los rosarinos.
En este marco, la renuncia de un funcionario de segunda línea de Seguridad como Edgardo Glavinich, ahora ex subsecretario de Seguridad Pública, sería un recambio de piezas más si no fuera porque en el área más caliente del gobierno sigue sin resolverse la larga interna entre el ministro Rubén Rimoldi y la secretaria logística, Ana Morel, que paraliza la gestión cuando lo que hace falta es justamente acción.
El gobierno llega a fin de año aferrado a una estrategia defensiva y más reactiva antes que proactiva. La demora de definiciones en seguridad abre la puerta a un 2023 todavía más violento y la postergación del trámite de designación de autoridades del Ministerio Público de la Acusación deja a la provincia al borde de un inédito vacío institucional si no se cubren los cargos antes de abril.
En la oposición señalan que la administración Perotti no toma real dimensión del daño potencial de la causa espionaje y de poner, según su mirada, a la gestión en piloto automático. “Vamos hacia un cambio de ciclo político. Tenemos que plantear críticas pero a la vez ser prudentes y hacer control de daños, no nos sirve llegar con todo estallado”, dicen desde uno de los principales campamentos no peronistas.
Después de los chispazos por la designación de jueces comunitarios, esta semana las conducciones del radicalismo y el socialismo se reunieron para limar asperezas y encarrilar el frente opositor. Sin embargo, desde el PRO resaltan las diferencias ideológicas con el PS. Una forma, también, de subirse el precio en la negociación.
A falta de una estrella que se ubique en el centro de la galaxia opositora, los dirigentes y sus espacios políticos siguen su propia trayectoria hasta que la rosca y las urnas generen un nuevo equilibrio.