Mucho de los avatares suscitados en los tiempos presentes ponen en primer plano la relevancia de la investigación científica como una herramienta capaz de brindar un aporte de valía al pretender implementar medidas de intervención. La pandemia por Covid19 es un ejemplo palmario en este sentido. A la hora de planificar acciones conducentes a lograr respuestas efectivas a tales desafíos y por la complejidad que revisten los problemas es necesario un trabajo meduloso, de conjunto, exento de divisiones improductivas, asperezas, sospechas y los consabidos auto embelesamientos. El camino para arribar a perspectivas superadoras y generadoras de credibilidad ha de estar libre de dichas disonancias.
Sustentarse en argumentos racionales y no en ese atrayente “me gusta” Sustentarse en argumentos racionales y no en ese atrayente “me gusta”
Desde el costado investigativo la enfermedad con su posibilidad de un desenlace fatal ha sido un hecho movilizador omnipresente, y desde hace poco más de 70 años la metodología nos ha provisto de las técnicas para llevar a cabo un Ensayo Clínico Aleatorizado (ECA), el cual provee de una información esencial en la caracterización de medicamentos o vacunas con miras a su posterior utilización. La meta de la medicina basada en la evidencia encaminada a alcanzar certeza y previsibilidad en dichos aspectos se sustenta mayormente en este tipo de estudios. Su enfoque está orientado a despejar la subjetividad del observador, y procura verificar las consecuencias observacionales de una hipótesis a través de una minuciosa indagación empírica, tratando de encontrar soluciones a problemas bastante bien definidos. La finalidad es ofrecer una voz autorizada surgida del rigor operativo en base a normas estandarizadas y consensuadas confiriendo validez y de ahí en más su generalización inferencial. Pero esto tiene sus bemoles puesto que, al trasladarlo al mundo real, la exacta estimación de una relación causa-efecto puede resultar engorrosa debido a que tal asociación no es necesariamente constante. Por fuera del marco en el que se llevó a cabo el ECA, vale decir en la cotidianidad, podrían aparecer otros factores capaces de incidir sobre esa liaison. Consecuentemente se requiere complementar con otro tipo de estudios a fin de hallar el mejor modo de confrontar con las incertezas, sabedores que la causalidad no suele ser tan lineal. Se apela así a otro tipo de diseños que brindan datos adicionales para reforzar el peso de la evidencia que ya se venía manejando. A nivel poblacional, la pregunta no es si las diferencias son estadísticamente significativas sino cuánto contribuye esta intervención, al resultado que todos deseamos alcanzar.
Las recomendaciones o guías que finalmente se terminan aplicando surgen de consensos basados en distintos tipos de investigaciones, serie de casos, estudios observacionales, cuasiexperimentos, y en el podio por llamarlo de alguna manera el ECA, sin ungirlo de un poder tiránico. Hay coincidencia en que la provisión de cuidados de calidad requiere cuanto menos una práctica acorde con la mejor evidencia disponible en ese momento, conscientes que la misma ira va escalando peldaños, y a veces los resultados obtenidos no se encarrilan en la misma dirección.
Por fuera de este contexto, existen igualmente otros tópicos apartados de este tipo de encuadre. Pensemos por un momento si las muertes de los pacientes que permanecieron en sus domicilios eran evitables, o qué papel ha venido jugando la resiliencia del sistema de salud en la pandemia. Consecuentemente recurriremos a las estrategias de sistemas complejos, útiles para sondear tensiones y exponer múltiples facetas, con variados factores interactivos que harían al resultado final. ¿Qué combinación de influencias ha llevado a ese orden de cosas y en cuanto contribuyeron las medidas aplicadas? Sin ser excluyente de los lineamientos anteriores, en esta instancia cobra un mayor protagonismo la pluralidad de voces, desde la sociología, psicología y antropología, entre otros, con sus particulares abordajes investigativos para el problema en estudio. Ello incrementará la chance de conseguir una imagen mucho más aproximada, de lo que está sucediendo a fin de establecer mejores directivas para el desarrollo de políticas de acción, y su valoración en el escenario natural.
Discusiones todas ellas que han de desarrollarse en un marco deliberativo incluyendo las diferentes visiones sobre la cuestión. Para ello deberán relativizar aquellas singulares y poner sobre la mesa las restantes, a fin de avanzar hacia una concepción antes no visualizada. Cual especie de comportamiento moral, la deliberación habrá sido fructífera en tanto los puntos de partida de los actores involucrados difieran del alcanzado tras el proceso. También es necesario una cuota de templanza ante la tensión surgida de nuestras lealtades al momento de negociar entre diferentes miradas, a veces en conflicto. Quién no querría que llegásemos a desentrañar una verdad sólida e inmutable, poseerla, encarnarse en ella y consecuentemente revestirse de una autoridad incuestionable. Pero no es así, nos enfrentamos a una multiplicidad de hechos, diferentes, contingentes que nos convocan a reflexionar y dar de nuevo.
Una enseñanza que nos lega la pandemia
Es que los investigadores de los distintos campos del conocimiento deberían trabajar correspondientemente para alcanzar aproximaciones mucho más colindantes a la realidad, y no confundir una tendencia disciplinar o alguna regla de tal o cual área como un principio epistemológicamente inquebrantable.
En tiempos de tantísimas opiniones a través de las redes sociales, desinformación y noticias falsas, debemos confrontar con datos valederos e interpretar los hechos en su justa dimensión. Trazar directivas sobre las acciones a seguir tiene sus vericuetos y las incertidumbres no faltan, pero no obstante ello también disponemos de conocimientos muy bien ganados y por ende valiosísimos. Creer en tal o cual aspecto de una enfermedad o de la temática que fuere ha de sustentarse en argumentos racionales y no en ese atrayente “me gusta”.
(*) Oscar Bottasso es médico, investigador del IDICER (Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario) y profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR. Ha sido nombrado como Miembro por la Academia Nacional de Medicina. Título honorífico que reconoce su vasta trayectoria académica y profesional, y lo convierte en un referente nacional en materia científica.