Una larga carta, "franca, testimonial, como en verdad tiene que ser una memoria de vida consagrada al arte", es el origen de Juan Grela G., el libro que el poeta y crítico Ernesto B. Rodríguez (Buenos Aires 1914-1984) dedicó al artista y que acaba de ser reeditado por los sellos Ivan Rosado y Yo soy Gilda, a treinta y cinco años de su primera aparición, en la editorial de la Biblioteca Constancio C. Vigil. Un texto breve, pero inusualmente intenso y pleno de observaciones y datos para recorrer la trayectoria de uno de los protagonistas del arte de Rosario.
Los años de formación, sus primeras búsquedas, aquello que se configura como respuesta al "llamado de la pintura", conforman un período que proporciona claves. Nacido en Tucumán y radicado en Rosario, Grela (1914-1992) comienza a pintar al aire libre a los dieciocho años. En 1935 integra la Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos que funda y dirige Antonio Berni, quien se convierte en su primer maestro, en la técnica del claroscuro, y con quien elabora además un núcleo de prolongada tensión en sus reflexiones y en sus obras, en torno a la representación de lo social y la búsqueda de belleza.
Grela participó en otros movimientos artísticos, como la Agrupación de Plásticos Independientes, entre 1942 y 1945, y el Grupo Litoral, entre 1948 y 1958. Sin embargo, en su obra siguió la línea azarosa y solitaria del autodidacta. En el grabado reconoce como maestro a José Planas Casas, pero no tiene mayor contacto con él fuera de una visita a su casa, en Santa Fe. Es la lectura metódica, apunta Ernesto Rodríguez, lo que le permite forjar un ideal y entre esos libros se destacan El tratado del paisaje, de André Lothe y más tarde Universalismo constructivo, de Joaquín Torres García, y El grabado (historia y técnica), de Gustavo Cochet.
En 1945, cuando había recibido varios premios y le habían comprado algunos cuadros en museos de Rosario y Santa Fe, Grela descubre, dice, que no sabe pintar. "Hoy creo que todavía no sé pintar", cuenta en su carta. El aprendizaje del artista, quiere decir, nunca concluye, y lo que vale en su obra no es lo que sabe o cree saber sino precisamente aquello que ignora y trata de indagar. La formación autodidacta, agrega Rodríguez, explica algo fundamental en el devenir de "la aventura artística de Juan Grela", a saber, "cómo la sensibilidad artística surge de un poder sensible, antes que de un saber", de una "fuerza" que "enseña de veras porque impulsa no a ser erudito o conocedor, sino a ser creador".
La periodización de la obra está ligada a la cronología de la vida. Su compañera, Haydée (Aíd) Herrera, tiene un rol decisivo, desde que se las ingenia para rebuscar los elementos de trabajo, en un contexto de dificultades económicas, hasta tomar las decisiones que lo impulsan a dedicarse a la pintura, después de trabajar mucho tiempo como peluquero y después con una librería. Entre 1942 y 1943, dice Rodríguez, "siente surgir la gran sugestión de un tema venerable: la maternidad; y lo siente surgir como una respuesta gozosa a su misma realidad, ya que a su hogar ha llegado un hijo"; el cuadro El lector, recuerdo de una escena de infancia entrevista en un conventillo, inicia otra etapa "en la cual dominan colores sordos, oscuros, con formas dentro de una vaga luminosidad crepuscular, en suma, pintura que revela una honda tristeza"; La negrita (1947), uno de los primeros trabajos que hace sin modelo, anticipa la visión de sus últimas obras y Doña Flora (1950), la resolución de aquella antinomia entre la preocupación social y la búsqueda estética.
Rodríguez también relata algunas anécdotas que le cuenta Grela. De cuando casi le rompen la cabeza, literalmente, en momentos en que trabajaba con una niña como modelo en Villa Manuelita, o la vez que los vecinos del Barrio Churrasco lo tomaron por loco, de tanto que se abstrajo en una pintura. También de sus intentos por vender sus obras: los lunes, día de descanso en la peluquería, Grela tomaba la lista de profesionales en la guía de teléfonos, elegía algunos al azar y los visitaba. "Me hacía anunciar como el pintor Grela —pintor que, por supuesto, en todos los casos no conocían—; a veces me hacían pasar, otras no; en algunos casos me compraban, en otros no. Yo vendía mis óleos, dibujos, acuarelas, témperas y grabados a cualquier precio", recuerda.
Esas historias son reveladoras, dice Rodríguez, tanto de las dificultades que encontró Grela como de la resolución con que las enfrentó. Por eso le hace pensar en la figura del pionero: "Por sus momentos de glacial aislamiento, por su inseguridad, por la indigencia padecida, por su obstinación en ser pintor sin saber muy bien cómo, por su buena fe (rayana en la ingenuidad) en el trato con colegas". Fue un largo camino en procura de algo que parecía tan simple como inalcanzable: "Serenidad, poesía y amor es lo que yo deseaba", dice el artista, y las consigue después de atravesar circunstancias difíciles.
Reeditar un libro agotado significa recuperar algo que estaba perdido y establecer un puente con el pasado. En este caso, no se trata sólo del rescate de un estudio sobre la obra de un pintor sino también de actualizar una parte, pequeña pero valiosa, del enorme legado de la Biblioteca Constancio C. Vigil y eso le agrega un plus especial de sentido a esta edición. Juan Grela G. puede conseguirse en el Club Editorial Río Paraná (Vélez Sarsfield 395), donde se exhibe además una muestra de obras de Grela y de Aíd Herrera; en Oliva Libros (Entre Ríos 579), Buchín Libros (Entre Ríos 735), El juguete rabioso (Mendoza 784) y Peccata Minuta (Pasaje Pam).
ARTE
Juan Grela G.
de Ernesto B. Rodríguez. Ivan Rosado / Yo soy Gilda, Rosario, 2013, 72 páginas, $ 50.