Hace poco más de 60 años, el arquitecto e instructor de yoga Ernesto "Pequi" González Nagel nació en calle Ovidio Lagos y Rioja "cerca de la heladería Esther, cuando la calle era de piedra", pero desde hace 30 años vive en el sur de África, en Maputo, Mozambique. Allí tuvo a sus tres hijos: dos hermosas mujeres, Neyma y Tamara, y un varón, Leandro, también tan bello que trabaja como modelo y arquitecto y juega al fútbol en Suiza.
Desde los pagos mozambiqueños, Pequi sigue a la selección albiceleste en Qatar. El primer partido lo vio en una pizzería invitado por la embajada junto a un puñado de argentinos. Se había pintado banderas en las mejillas, pero como Argentina perdió 2 a 1 contra Arabia, desistió del rito contra México y tampoco lo repetirá hoy. Este miércoles a las 16 (hora argentina, las 21 en Mozambique), verá el cruce contra Polonia a cara lavada.
De calle Ovidio Lagos se fue a vivir a Fisherton. Aclara que no vivió "en la zona cheta sino cerca de Circunvalación" y después se mudó al centro. Las búsquedas habitacionales no solo tuvieron que ver con más bienestar o la premonición de una vida ligada a la arquitectura sino a razones políticas.
"Mis padres eran comunistas, fueron perseguidos y amenazados así que vivimos también como clandestinos en barrio Martin durante la dictadura", explica.
Desde el territorio de los Mambas, la selección de fútbol del país que nunca se clasificó para un Mundial y donde nació Eusebio (da Silva Ferreira, uno de los mejores delanteros del mundo que jugó para Portugal), este rosarino habla con La Capital del Mundial, del fútbol ligado a su vida en Rosario y de su presente, a horas del tercer partido de Argentina.
"Estudié en la Siberia cuando tenía sentido llamarla así porque estaba lejos de todo y me hice hincha de Ñuls por los colores, ya de chiquito me importaba la estética, el azul y el amarillo me gustan mezclados en el verde", dice con cierta ironía para dar cuenta además que muy futbolero no era.
"Practiqué de todo: judo, taekwondo, básquet, fútbol, natación, paddle, remo, pero seriamente vóley. Estuve en la selección del Poli cuando salimos campeones provinciales y también practiqué gimnasia deportiva; mi profesor me quería llevar a las Olimpíadas de Los Ángeles como gimnasta pero me quedé estudiando arquitectura, el motivo por el que llegué a este país".
Mujeres hermosas y fútbol amigable
Decidió cursar un doctorado en España entre la crisis económica entre Alfonsín y el triunfo de Menem como presidente. Y al terminar el cursado fue seducido por Médicos sin Fronteras para trabajar en Mozambique.
"El país acababa de salir de una guerra, era el más pobre del mundo y comenzaba a reconstruir su red de infraestructura de salud, no había profesionales. Los arquitectos argentinos éramos solo dos entre cien. Vine por seis meses y me quedé 30 años".
Pero no todo fue trabajo, también hubo romance. Recuerda que la española que le vendió el pasaje a Mozambique le aconsejó, "no te cases o no volverás, las mujeres allí son muy bellas". Y dice que tuvo razón.
"Acá las mujeres son tan hermosas como las rosarinas", tira a manera de axioma antes de agregar que también lo cautivó el paisaje de Mozambique.
"Su selva y sus playas son increíbles, los delfines, víboras, elefantes y monos son moneda corriente y hay una cantidad de trabajo enorme por hacer en materia de preservación. Además, Mozambique tiene un pueblo simpático, dulce y agradable hasta cuando juegan al fútbol", dice y evoca una anécdota.
"La primera vez que fui a un partido vi que todos los hinchas, de un equipo y otro entraban por el mismo lugar y dije, 'se van a matar', esto en Rosario no sería posible: acá sí".
También recuerda ese partido con especial admiración porque "la cancha era una fiesta" y asegura que "nadie se peleó con nadie". Dice que todo el tiempo una banda militar tocó música marrabenta (ritmos populares mozambiqueños y portugueses), con tambores, "pero no como los del Tula, ritmos sensuales, batuque".
A tal punto quedó impresionado González Nagel esa vez que confiesa que no se acuerda nada de lo futbolístico, "me quedé mirando solo y todo el tiempo el espectáculo". Pero al igual que en Rosario, el fútbol no fue en este país su principal pasión deportiva ni expresiva. Aunque sí le abrió la puerta futbolera a su hijo Leandro.
"Lo llevé a la escuela de fútbol de Mario Coluna, quien fue un gran jugador mozambiqueño, y luego practicó otros tantos deportes como yo. Estudió arquitectura, ganó una beca porque fue un gran alumno y ahora trabaja en un estudio en Suiza. Pero además lo vieron jugar y lo contrataron para una liga local. Mi hija Neyma tiene un programa de televisión acá en Mozambique".
Si bien sigue a full con la arquitectura, agregó el yoga a su vida, que practica y es el eje de un centro holístico que puso con la madre de sus hijos. "Practiqué aerobic y zumba hasta que descubrí el yoga y me di cuenta que la base de cualquier movimiento está acá, debí comenzar por allí, pero ya no importaba. Comencé a practicar intensamente yoga en el norte, en la provincia de Cabo Delgado, un lugar que no le importaba a nadie", se lamenta al referirse a un territorio que hoy es reconocido por su riqueza en yacimientos submarinos de gas que están empezando a explotar multinacionales francesas y estadounidenses y que desde 2017 es foco de una insurrección islamista.
Pero, a 9.441 kilómetros de distancia sobre el Atlántico, vuelve al fútbol, a la Argentina y a Rosario, de la mano de las banderas. Y dice que para él, las "inevitables" son la negra y roja, y no solo por Newell's sino también porque son los colores del emblema sandinista en épocas que intentó repartir la riqueza, y la "verde" de la del cuidado del ambiente. Y por supuesto "la celeste y blanca", que hoy González Nagel no pintará en su rostro solo por cuestión de cábala mientras hinche fervientemente como siempre, por Argentina.