Según algunos parámetros rígidos, presuntamente certeros: futbol y política se desenvuelven en mundos distintos, por andariveles que no se tocan. ¿Y cuando el juego de un mundial de fútbol hace vibrar hasta el paroxismo a todo un país, sin excepciones, y explota en celebraciones callejeras, espontáneas e incontrolables?
“Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano”, como cantó el genial Joan Manuel Serrat, y agregó, “con la reseca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, el rico a su riqueza, y señor cura a sus misas”, para describir una “fiesta”, previsible, anualizada, y que se diferencia de un logro deportivo gigantesco y planetario, como ganar un mundial de fútbol.
El equipo campeón del mundo se llama “Argentina”, la camiseta comparte colores con la bandera nacional, y una de las consignas principales que se canta, “el que no salta es un inglés”: ganar un mundial de fútbol es de naturaleza distinta que la celebración de un carnaval.
Toda mega final futbolera, donde juega “La Argentina”, ganada o perdida, influye el ánimo colectivo, en la conversación pública, y dispara un tesoro simbólico: la unión de talentos nacionales, llevarían al país al tope de los logros mundiales. Toda final de un mundial es política. Aunque el logro, desde ya, no opera mecánicamente sobre el campo de la frustración “con la política” que lastima la ilusión de millones.
Hoy el gobierno tendrá en sus manos una oportunidad dorada: la visita de los campeones a la Casa Rosada, la deseada copa pasando de mano por los salones de Balcarce 50, y seguramente un saludo desde los balcones a una plaza explotada por una multitud en estado de gracia. Pero como en los partidos difíciles y cerrados, Alberto Fernández juega en los detalles su oportunidad de asociarse a una fiesta única, ser parte de la gran foto de la celebración.
Por lo pronto, el presidente, que fue invitado por su par Emmanuel Macrón a ver la final en el estadio Lusail de Qatar, prefirió no concurrir. Tomaba demasiado riesgo: ¿para qué asociar su imagen a una eventual derrota en el palco qatarí?; si, de todos modos, su imagen ligada a Messi, la Casa Rosada y los millones en las calles, quedaba (casi) asegurada con el triunfo. En estas horas, son los jugadores los que están decidiendo, junto a operadores del gobierno nacional, la modalidad de arribo y visita a Buenos Aires mañana desde las 19hs, cuando dos aviones de Aerolíneas Argentinas toquen suelo en Ezeiza con los héroes a bordo.
Es “finito” el protagonismo que deberá ocupar la cúpula del gobierno para apropiarse, en lo que le toca, de un éxito deportivo explosivo, que involucra al país, al fervor popular. El presidente padeció varias plagas en su mandato, en especial el Covid, pero la historia le reservó esta sonrisa impensada, ganar un mundial. Un exceso de protagonismo podría jugarle en contra a Alberto, aunque igual o peor sería “esconderse”, y quitarse todo mérito.
Al cabo, “los argentinos” no seríamos un desastre, incapaces de construcciones colectivas, ni el país es un infierno invivible donde sólo pueden esperarse frustración tras frustración, y la migración, el único camino. Esa construcción discursiva – basada en elementos objetivos, como falta de ingresos populares y la inflación- ha sido cómodamente dominada por la oposición política hasta ayer nomás. Y encontró, hasta ahora, verosimilitud en sectores sociales mayoritarios.
“Gracias jugadores y cuerpo técnico. Son el ejemplo de que no debemos bajar lo brazos, que tenemos un gran pueblo y gran futuro”, escribió Alberto Fernández por las redes sociales, con una imagen junto a su esposa y pequeño hijo, y con el fondo de los jugadores aún festejando en el campo de juego el monumental logro.
También Cristina Kirchner se expresó muy rápido en un tuit, tras la consagración, “Gracias infinitas capitán, a usted, al equipo y al cuerpo técnico, por la enorme alegría que le han regalado al pueblo argentino. Y un saludo especial al maradoniano ‘andá pa’ allá bobo’, con el que se ganó definitivamente el corazón de los argentinos”
Cristina celebra también la incorrección maradoneana, un rasgo político que hizo explotar la comunicación mundialista.
La oposición, política y mediática, en muchos casos, se ilusionó, hasta hace algunas semanas, con una frustración futbolera que sumara otro elemento más al gran fracaso nacional. Pero el tremendo logro del “equipo” bloqueó esa construcción de sentido discursivo.
El consignismo del gobierno genocida del 76 pretendió subierse al podio festivo del logro munidalista del 1978 con su envenenado slogan "los argentinos somos derechos y humanos". La historia lo puso en su lugar, en un sentido diametralemente opuesto. En 1986, Alfonsín recibió a los campeones en la Rosada, pero tuvo el cuidado de no salir a levantar lo brazos al balcón, ante la multitud. Ahora llegó la tercera copa, el futbol y la pasión son los mismos, pero el pais político es otro.
Toda fiesta popular es política, aunque los problemas políticos y económicos pendientes del gobierno nacional no se los resolverá Lionel Messi. Le ofrece, sin proponérselo, una ventana de alivio, una sonrisa, un desahogo. Y no es poco para un gobierno que estuvo al borde del nocaut financiero hasta hace tres meses.