Hasta el 6 de febrero de 2021, si Sandra Romero tenía que describir su vida contaba simplemente que era una empleada doméstica de 43 años, con cinco hijos de los cuales tres vivían con ella en su casa de Garibaldi al 3700. Hoy se describe así: "Soy la mamá de Gonzalo Molina. Hace cuatro meses a mi hijo lo balearon a la vuelta de mi casa y le arrebataron la vida". Como cada mes desde aquella madrugada la mujer y sus familiares se concentraron este viernes en el Centro de Justicia Penal (CJP) para exigir avances en la investigación por un crimen que tiene un sospechoso pero ningún imputado.
A las 9 de la mañana de este viernes, cuando el sol apenas entibiaba la plaza cívica del Centro de Justicia Penal, Sandra, su hija Belén de 9 años y su hijo Axel de 15, empezaron a acomodar las banderas con la cara de Gonzalo. El chico tenía 20 años cuando lo mataron la madrugada del 6 de febrero. Estaba en un cumpleaños en la vereda de la cortada Santa María casi en el cruce con Garibaldi, a la vuelta de su casa, cuando a unos 50 metros frenó un auto del que descendió una persona armada que apuntó y disparó. Una bala alcanzó a Gonzalo, quien resistió la gravedad de la herida poco más de un día hasta que falleció.
La investigación del crimen que lleva adelante la fiscal Georgina Pairola identificó a un sospechoso que estuvo detenido en un principio y luego fue liberado por falta de pruebas para avanzar en una imputación. Aunque el joven, de 22 años, continúa ligado a la investigación mientras se esperan avances de pericias sobre la cámara de vigilancia que registró el hecho. A partir de esas imágenes no se pudo identificar con claridad el autor del ataque pero sí la mecánica mediante la cual la fiscal descarta que los disparos estuvieran dirigidos a Molina. El atacante tiró al bulto y se sospecha que fue porque en ese cumpleaños había un joven que podría estar vinculado a un homicidio ocurrido en febrero de 2020 en un contexto de conflicto entre bandas. Gonzalo Molina no tenía nada que ver con esos hechos.
Cambio abrupto
Gonzalo Molina es uno más de la larga lista de víctimas fatales de la violencia callejera. Su caso se sitúa en el grupo que las estadísticas oficiales identifican como víctimas indirectas, es decir aquellas que quedaron en medio de ataques sin ser el blanco principal. Según el informe anual del Observatorio de Seguridad Pública del Ministerio de Seguridad provincial en 2020 el 8 % del total de homicidios en el departamento Rosario respondió a ese contexto.
Ese número frío en cada caso es una historia interrumpida abruptamente. La mamá de Gonzalo cuenta que su hijo había trabajado en una empresa de limpieza que contrataba Aerolíneas Argentinas como servicio para sus aviones. Ese trabajo le gustaba porque también tenía la posibilidad de encontrarse de vez en cuando con jugadores de fútbol, deporte que el practicaba y al cual apostaba su futuro. Iniciada la pandemia de Covid19 Gonzalo fue despedido y comenzó a trabajar en un vivero. Pero nunca dejó de entrenarse en los dos equipos en los que jugaba: Provincial y General Paz de Villa Gobernador Gálvez.
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Todo eso se terminó de forma intempestiva con aquel disparo la madrugada del 6 de febrero. Sandra recuerda que la mañana del viernes 5 estuvo con Gonzalo, que él la abrazo, la besó, charlaron. Unas horas más tarde, cuando el chico ya estaba en el cumpleaños, él le dijo por mensajes de WhatsApp que cuando terminara el festejo volvería a la casa. Ese fue el último diálogo que tuvieron.
Desde entonces cuando ronda la fecha en la que se cumple un nuevo mes del fallecimiento de su hijo, Sandra y sus allegados se concentran en el Centro de Justicia Penal para exigir avances en la investigación. "Mi vida se ha vuelto un dolor enorme, destruyeron nuestra familia", dice la mujer.
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Ella sigue trabajando de empleada doméstica y pide permiso cada vez que tiene que ir a reclamar justicia, sigue criando a sus dos hijos más chicos que viven con ella. Pero desde hace cuatro meses su rol de madre también está en plantarse en el CJP para saber qué pasa con la causa en la que se investiga el crimen de su hijo. "Yo voy a ir hasta lo último. Hay un responsable, alguien le arrebató la vida a mi hijo sin ningún motivo", dice Sandra.
Todas las familias
La complejidad de lo que ocurre en Rosario con la violencia urbana es difícil de decodificar. Resulta más sencillo reducir la gran mayoría de muertes violentas a conflictos vinculados al narcotráfico u otros negocios ilegales. Eso conlleva a que en el imaginario social predomine aquello de "se matan entre ellos" o "algo habrá hecho". En muchos casos esa suerte de axioma condiciona a las personas que pierden a un ser querido y no encuentran el respaldo social, aunque sea virtual en estos tiempos, para exigir su derecho a justicia.
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Como madre de víctima Sandra llama la atención sobre esto. Ella destaca que su hijo no tenía problemas con nadie y que era una persona trabajadora, pero también invita a que otras familias, incluso las que perdieron seres queridos en otros contextos, se sumen a visibilizar el problema de la violencia. "Muchas no salen a pedir justicia porque dicen que era sabido que sus hijos tenían algún problema con el tema droga o delincuencia, pero también deberían estar porque el pedido de justicia es para todas las familias", dice Sandra.
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Jonathan Plantes y su padre fueron asesinados en febrero de 2020. Rosa, la mamá del joven, reclama justicia.
Virginia Benedetto
La mañana de este viernes junto a la familia de Gonzalo Molina estuvo presente Rosa, la madre de Jonathan Plantes, un joven de 20 años asesinado a tiros junto a su padre en el barrio La Granada. La mujer dice que no hay avances en la investigación a pesar de que ella sabe quién es el asesino: menciona con nombre y apellido a un integrante de una familia de renombre vinculada al delito.
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"Se conoce bien quién es esa gente. Se tendría que terminar esa mafia, pero no pasa porque sin drogas no hay poder, pero a mí me destrozaron la vida", contó la mujer. Dice que después de aquel doble homicidio su casa fue desvalijada y le robaron las cosas de su hijo. Luego se mudó de barrio porque la amenazaron.