Es un triángulo en el extremo oeste de Rosario, viven unas cinco mil personas y se llama barrio Santa Lucía. Todos los vecinos se conocen, varias familias fueron las que “hicieron el barrio”, sus hijos jugaban a la pelota en los potreros y con el paso de los años se fueron conformando relaciones y así nuevas familias. Algunas de ellas atravesaron por momentos de desgracia y violencia, y hoy tienen que contar muertos.
El fin de semana del 10 de enero, entre el sábado y el lunes, en menos de 36 horas murieron tres jóvenes, hijos y nietos de los primeros pobladores de la zona. La violencia en la zona hizo que las autoridades tomaran la decisión de incrementar la presencia policial y así desde el último fin de semana efectivos de la Policía de Acción Táctica (PAT) recorren sus calles.
En Santa Lucía, un barrio arrojado a un costado de la autopista a Córdoba, un grupo de vecinos que no quieren ser nombrados en la prensa intentan contar esas muertes y que los escuchen.
No alcanza. Muchos de los casi 5.000 habitantes de Santa Lucía entran y salen del barrio con una sola línea de colectivo, el 153 negro, que pasa cada 45 minutos y no ingresa después de las 21.30. En sus calles sin cloacas hay un centro de convivencia barrial, dos escuelas y un centro de salud donde se han discutido cientos de veces pedidos para esa sociedad pequeña que no puede oxigenarse más allá de la autopista.
Pero esa labor comunitaria no alcanzó para que el fin de semana anterior ese triángulo contara tres nuevas muertes en menos de un día y medio: Mario Brest, de 15 años; Brian Torres, de 23 y Lucas Maturano, de 20. Por el caso de Maturano están acusados Jorge Belizán y Brian Zapata, mientras que por los crímenes de Torres y Brest se imputa a Salvador Camargo y Alexis Zapata.
Sin embargo los nombres de víctimas como de supuestos victimarios no explican por qué desde 2010 el barrio viene siendo una “tierra de nadie” de la que varios quieren apoderarse. El trabajo social en la zona todavía no logró erradicar la estigmatización para aquellos vecinos que van a buscar trabajo y a veces son rechazados por el solo hecho de vivir en Santa Lucía.
Tampoco hizo posible que los pibes puedan cursar más allá del segundo año de la secundaria o salir más allá de las ocho manzanas de la barriada. Sin embargo, varios vecinos dicen que “hay que insistir” con las reuniones, con las ganas de hacer cosas por el barrio.
“En su momento, tanto concejales como funcionarios de la provincia y el municipio, nos dijeron que se podía instalar una canchita de fútbol, algo humilde. Es poco lo que pedimos: que se puedan escriturar los terrenos, que los pibes estén contenidos. Esto no para porque los chicos que van creciendo ahora tienen esa escuela: la de la violencia”, dice una vecina muy entristecida.
El corolario de esta escalada de violencia fue la decisión del Ministerio de Seguridad santafesino de trabajar “en la ocupación del barrio por medio de las fuerzas policiales, para encarar en un trabajo en conjunto con la Justicia y el municipio e intentar erradicar a los violentos”, dijo una fuente ministerial.
Dicen. Los nombres de los muertos explican algunas pocas cosas. Una vecina sin nombre, apellido ni rostro contó lo que “le dijeron” del fin de semana de tiros y muerte que dos semanas atrás volvió a sacudir la barriada.
“Marito era nieto de Norma Paré y parte de una bandita, algunos les dicen «Los Cachones». A él lo mató un chico que conocía a su hermana, Sabrina, a dos cuadras de la casa. Entonces sus hermanos y parientes salieron a vengarlo. Ahí murió Torres. No se enfrentaron con ninguna banda. Salvador y el otro, Alexis, se defendieron pero no son los que tiraron y eso lo sabemos todos, sobre todo la familia de Marito”, sostuvo la mujer en una versión muy distinta a la relatada por el entorno de las víctimas, puntualmente por Norma Paré, madre de Brest, abuela de Torres y madre de Rubén, “Chichi” y “Ricky” Arriola, los llamados “Cachones”, según dicen varios fiscales que trabajaron sobre distintos hechos del barrio.
En su versión sobre el fin de semana más violento Paré había dicho que su nieto estaba caminando, que se enfrentó con varias personas y que finalmente lo mató Camargo, quien está imputado hasta ahora de ese homicidio.
Identidades. Esta historia de violencia en Santa Lucía se remonta a 2010. Ese año, en una de las calles del barrio, cayó muerto de un facazo Rubén “Cachón” Arriola.
Según pudo reconstruirse, ese muchacho con antecedentes por robos era una figura emblemática para varios chicos del barrio y, como para homenajearlo, se conformó una banda que sobre todo buscó identidad: ser reconocidos como “los pibes” de Santa Lucía. “Después los comenzaron a llamar Cachones, pero ellos no se pusieron ese nombre”, cuentan algunos vecinos.
En septiembre de 2011 esta banda se peleó con otra de villa La Palmera. Comenzaron a disputarse espacios, querían crecer y ser respetados, hasta que una familia se impone por sobre otras. Tan violentos fueron los enfrentamientos que durante dos días se suspendieron las clases en la escuela secundaria Nº 1.387 y en la primaria Nº 569.
“Esto cambió, ya no se pelean entre bandas, la pelea es entre ellos. Lo que hacen siempre Los Cachones es armar bardo y acusar a alguien de ser asesino o violador. Y cuando las familias que ellos acusan caen presas se les quedan con las casas. Es la segunda o tercera vez que lo hacen”, cuenta una vecina indignada del barrio.
En el barrio se comenta que durante el período en que las tropas de Gendarmería estuvieron allí “pararon las muertes”. Pero cada uno sabe que “estos que venden droga acá están ligados a los narcos de Cabín 9”, un barrio muy conflictivo enclavado en Pérez, en el límite con Rosario, a no más de veinte cuadras.
En este contexto, habrá que ver cómo resulta la labor de la PAT que desde hace días recorre las calles de Santa Lucía con la intención de devolver la tranquilidad a sus vecinos.